Por Iván Escoto Mora*
Muchos aseguran que los tratados de libre comercio son estructuras de beneficio ingente para pequeños sectores y distribuidores de pobreza para las grandes mayorías. Eduardo Galeano afirma que: “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”. ¿Son los tratados de libre comercio la comprobación de semejante afirmación?
Si bien los tratados internacionales producen efectos múltiples, habría que encontrar la forma de conducirles adecuadamente para que los beneficios que generen, sean repartidos equitativamente.
El comercio libre puede contribuir a la satisfacción de las necesidades poblacionales respecto de productos que de otra forma, no sería posible obtener por razones climáticas, geográficas o tecnológicas. Debemos reconocer que en el intercambió libre de mercancías se halla también un principio de cooperación pero, para que surta efectos socialmente relevantes, es necesario instrumentar fórmulas de comercio más humanas y sensibles.
Si bien es cierto, en ocasiones los países productores de bienes transformados, tecnología y servicios financieros, abusan de la manipulación del precio mundial de las mercancías primaras, también es un hecho que los países productores de materias primas pocas veces cuentan con los recursos indispensables para administrar sus riquezas, lo que les obliga a depender de la ayuda externa, para bien y para mal. Por otra parte, es necesario advertir que son muchos los ejemplos que ofrece la historia reciente y lejana, del dispendio que los países poco tecnificados hacen de sus riquezas naturales con un objetivo único: concentrar el poder económico en manos de los caciques domésticos, lo cual hace cuestionable la idea del “nacionalismo” y su defensa a ultranza, si ésta tiene como finalidad la preservación del statu quo de los grupúsculos de élite.
Los defensores del Tratado de Libre Comercio para América del Norte, por mencionar un ejemplo, le atribuyen todo tipo de bondades, gracias a él –señalan- México pasó de la invisibilidad, al grupo de países con mayor actividad comercial.
Pero, si económicamente el TLCAN, como cualquier otro tratado de libre comercio, es un éxito, ¿por qué los índices de miseria siguen siendo tan altos en el país? Quizá el problema esté en el derroche, en el inadecuado destino que se da a los recursos generados por ese progreso que, para algunos es un hecho y para otros, un sueño irrealizado.
Mírese el caso de los agricultores nacionales que fundan su mercado en el comercio doméstico, para ellos las consecuencias del Tratado de Libre Comercio para América del Norte han sido catastróficas y tal vez obedecen a la falta de planeación en las políticas económicas que, por un lado, se abren al mundo en un mercado de libre competencia pero por otro, carecen de elementos para garantizar la competencia en igualdad de circunstancias.
Así, parece que los tratados de libre comercio parten a México en dos, de un lado se encuentran los que viven en torno al uso, goce y disfrute de las divisas extranjeras y del otro, los que están encadenados a la volatilidad del poder adquisitivo de la moneda nacional. Quienes han sido capaces de tomar ventaja del crecimiento en el comercio, accediendo con ello a la economía del dólar, han prosperado pero, aquellos que tradicionalmente obtienen sus ingresos de la economía interna, se encuentran en una posición de constante pulverización. Pese a la multitud de tratados de libre comercio, en México, lo que acontece, es que las brechas de miseria se ensanchan.
El comercio exterior podría ayudar a cerrar los abismos económicos existentes en nuestro país, sin embargo, es necesario un manejo adecuado de la política comercial, un manejo que implique por ejemplo, satisfacer las demandas de trabajo, para ello tendría que ponerse énfasis en la competitividad pero, ¿cómo ser competitivos sin educación, ciencia ni tecnología?, ¿cómo enfrentarnos al feroz mundo de la modernidad, armados con palos y piedras para la producción a escala global?
En todo caso, si la actividad económica internacional de México produce tantos miles de millones, resultan inexplicables los índices de analfabetismo, de hambre, de ausencia de servicios de salud y de desempleo. ¿A dónde están los voluminosos recursos de los que tanto se habla? Por otra parte, sería importante hablar también de lo que es evidente pero se calla.
Gran número de niños en edad escolar son reducidos al trabajo en la calle, a la mendicidad, a la explotación sexual. Jóvenes traga fuegos, faquires esqueléticos de torsos desnudos y espaldas sobre vidrios rotos inundan las calles; músicos destrazados y bailarines famélicos, son el espectáculo cotidiano en las esquinas de torres inteligentes y muros de acero. Las modernísimas ciudades, repletas de centros comerciales, de lujos y restaurantes, están sitiadas para esconder lo que rompe los ojos y acentuar los brillos del desarrollo parcializado. La miseria es confinada en guetos que se niegan y al tiempo confirman las contradicciones de un desarrollo insuficiente.
Tendríamos que dar un viso humanitario al comercio libre de mercancías que priorice la necesidad de satisfacer las demandas esenciales de los pueblos. Es inadmisible que “El hombre”, en medio de la liberalidad cambiaria, sea reducido al papel de productor de trabajo precario y consumidor de chatarra encarecida.
Sería necesario replantearnos el sentido profundo de la libertad comercial en el escenario mundial. En efecto, este siglo es de seres humanos ubicados dentro de relaciones con alcances globales pero, cómo tendríamos que entender el vínculo “relación-globalidad” frente a una realidad incontrovertible: La miseria de unos terminará por devorar a todos. Tal vez tendríamos que “re-pensar” a los tratados de libre comercio como una herramienta de integración más que de dominación y quizá entonces se transformen en una palanca impulsora del desarrollo social.
*Abogado y filósofo/UNAM