Por Jaime Irizar López*
Casi todos los libros de psicología básica señalan que el miedo a la soledad, la vergüenza y la culpa son los grandes modificadores de la conducta humana, además agregan que en las sociedades muy influenciadas por la religión, habría que pensar también en la idea del pecado como otro factor de importancia para tratar de entender y corregir el actuar de las personas.
Tengo esto por cierto y me basta tan solo para corroborar estas ideas, el recuerdo de cómo padres, maestros, amigos, novias y esposas hacen uso con gran frecuencia de estos mecanismos para tratar de ejercer un control casi infalible sobre nosotros.
De niños nuestras madres nos decían para asustarnos y pretender corregirnos si nos portábamos mal, que el coco, la llorona, el diablo, el nahual, el viejo del costal y otros legendarios personajes nos llevarían con ellos, o de plano que nos encerrarían en el cuarto de baño e incluso nos amenazaban con regalarnos al ropavejero. La sola mención de lo antes expuesto provocaba en nuestras inexpertas mentes infantiles una gran angustia, miedo a más no poder y sin duda alguna que desencadenaba más de una pesadilla por las noches; mismas que nos invitaban a empezar un nuevo día con una actitud diferente que a todas luces pudiera complacer a las autoridades familiares.
De igual forma era usual que los maestros provocaran en nosotros estas sensaciones negativas con los mismos fines correctivos, al avergonzarnos en público (y por supuesto que enfrente del amor callado), señalando sin recato alguno nuestra poca responsabilidad en el cumplimiento de tareas o nuestro pobre aprovechamiento escolar, y no contentos tan solo con ello, nos hacían sentirnos más que culpables al amenazarnos con decirles a nuestros padres el tipo de engaño en que los teníamos; todo esto para pretender que recibiéramos el castigo terrenal que según ellos merecíamos. Ciertamente eran los tiempos en los que el maestro, el tío, los vecinos o cualesquier conocido de los padres o de la familia ejercían con honestidad y energía una acción formativa y correctiva, sin temor alguno a represalias, coadyuvando de esta manera con la principal función familiar que es la de hacer de los hijos: hombres y mujeres de bien.
Podría citar también muchos ejemplos de cómo las parejas utilizan, y muy bien por cierto, estas estrategias para evitar que nos brinquemos las trancas con una frecuencia tal, que ponga en riesgo la estabilidad matrimonial y familiar.
Se muy bien que estos mecanismos de terrorismo psicológico cumplen con una función muy clara, pues ayudan a construir una conciencia social que facilita la convivencia de los miembros de nuestra sociedad dentro de un marco armónico y de respeto.
El evitar los sentimientos de culpa, vivir momentos de vergüenza, tenerle miedo a ser rechazado por la sociedad, vivir en soledad, así como el temor de caer en pecado en el caso de profesar una religión, nos hace a la mayoría, definir ya de adultos, una conducta que procura apartarnos de los delitos mas comunes y de las acciones mas sancionadas.
Si los sentimientos descritos líneas arriba, son según el decir de especialistas, los grandes modificadores de la conducta humana, el amor, el poder y el dinero, pueden entonces considerarse como los grandes transformadores de la personalidad. Cuando estos factores hacen su aparición en la vida de las personas, seguro es que a nadie dejará igual.
Según Freud, lo que mueve al mundo es el sexo; Erich Fromm defiende que el amor, mientras que Friedrich Nietzsche señala enfáticamente que más bien son las ansias de poder, el motor de la humanidad. En mi opinión, todos tienen mucho de razón, pues se muy bien que detrás del amor se esconde el sexo; el dinero en exceso es un camino que te conduce inequívocamente al poder y viceversa.
Ya se que todo eso ya está muy analizado y platicado; pero hoy lo que realmente quiero abordar es el tema de cómo influyen estos tres últimos factores en la mayoría de las personas.
Es común ver, salvo contadas excepciones, que cuando el dinero en abundancia llega súbitamente a las personas, la sencillez los abandona casi obligadamente; por lo regular, la riqueza trae consigo el olvido fácil de los años de sueños y carencias y la identificación solidaria con los que menos tienen; a partir de ese momento su lema de vida es pensar que tan solo es caro lo que no pueden comprar; por eso compran por impulso cosas aunque no las ocupen. Compran arte que no entienden solo para presumir, calidad para ellos es sinónimo de alto costo y lo más triste es que también les da por comprar conciencias y voluntades para demostrar al mundo su poderío y grandeza.
Empiezan a padecer “el síndrome del nuevo rico” que dibuja con claridad su esencia y le da a su entorno social un vasto material para la crítica, misma que encierra, sin duda alguna, algo de envidia, pues todos tenemos en el fondo el anhelo de tener el dinero suficiente para cubrir lo necesario, comprar lo superfluo, pero sobre todo para poder presumir a los demás.
El poder es otro de los factores que difícilmente deja intacta la personalidad de quien lo ostenta. Los recién investidos hacen creer a los que lo rodean, que por un fenómeno divino, de la noche a la mañana su cerebro se ha inundado de neuronas funcionales y empiezan a creer en consecuencia, que son primos hermanos de Dios, quien les ha regalado y entregado personalmente todas las verdades y las respuestas habidas y por haber. Quién de nosotros no ha vivido la experiencia de tratar a alguien mareado por ostentar un cargo político o administrativo (modesto o grande, aquí si que no importa el tamaño) quien en cada acción realizada quiere decirle al mundo que ahora si ya está ordenado el universo por que él ha empezado a dirigirlo. Su soberbia, altanería y ego exaltado lo ayudan a construir su espuria grandeza, pero también su soledad futura y sus vacios afectivos. Olvidan fácilmente su temporalidad y actúan con frecuencia de manera perversa y pincelan su conducta con revanchismos. Abusan y se aprovechan de su situación privilegiada, sin más límites que su propia ambición y su sed de más poder. Casi siempre los poderosos son rodeados por una cauda de aduladores que se encargan de ratificarle a diario su grandeza.
Si bien es cierto que la influencia del poder y el dinero tienen frecuentemente connotaciones negativas, no es el caso del más grande y sublime de los sentimientos: el amor.
Este transforma siempre para bien a todas a las personas. Bajo su influjo el mañana siempre será mejor. Tu corazón se inunda de fe y confianza. La esperanza es tu compañera de vida. El optimismo tu amigo mas cercano y fiel. El amor también es la razón de lucha más poderosa y la justificación del vivir. El amor te identifica con los demás y te hace solidario. Cierto es que éste estado de ánimo te obliga a mostrarle al mundo la mejor cara de ti.
Déjenme precisarles por último, que el dinero es bueno cuando se sabe qué hacer con el, y que mediante el poder se puede también hacer el bien. Hay que desearlos a ambos en nuestras vidas (nada malo existe en ello). Luchar y trabajar para conseguirlos, por que ambos brindan con el buen uso, sin lugar a dudas, seguridad y grandes satisfacciones; pero hay que decretar sin embargo, que cuando ellos lleguen a nosotros, no trastornen ninguno de nuestros equilibrios personales o familiares, y que realmente nos ayuden a ser felices. Sin ésta última condición, mejor que no se hagan presentes. En cambio el amor es un sentimiento que siempre será bienvenido. En el paquete de envoltura del amor, no se lee ninguna contraindicación, ni se observa ninguna reacción secundaria adversa.
En otras palabras dice: úsese cuanto baste para, y sin limitación alguna. Se vive para ser feliz. Se requiere amor para vivir intensamente.
*Doctor y escritor.