Por Juan Cervera Sanchís*
José Tlatelpas, que los Dioses indígenas y el Dios criollo, así como el Dios, nos lo guarden por muchos años, nació en la endemoniada y angelical, así como fea y bella a la vez, ex Ciudad de los Palacios, nuestra ciudad de México, tan ingrata como acogedora, el año de 1953, por lo que ya presume arrugas noblemente obtenidas en su frente de poeta y a ratos filósofo y agitador de realidades y fantasías.
Tlatelpas es un varón de alta, ancha y honda humanidad, engarzada al universo indígena y al reino mestizo de lo mexicano inevitable, donde se sintetiza, no sin dolor y esperanzadora alegría, el México esencial. José es autor, entre otros originalísimos textos poéticos, de “La Huilotita Mañanera”, 1979; “Que Viva Miliano Zapatas, Jijos del 7 de Espadas”, 1980, y “Desde los Siglos del Maíz Rebelde”, 1987.“Lunita Caraveo, la de El Niño Jesús”, que aquí presentamos, surgió de su pluma, incendiaria y tierna en el año de 1995. Se trata de un poema en versos, o coplas, de arte mayor, en el que el poeta biografía o, mejor dicho, canta y llora la vida de “doña Refugio Caraveo Aguilar, sus familias y sus tiempos”. Desde el principio al fin, el poema nos conmueve y nos envuelve con su muy peculiar atmósfera, donde se retrata y profundiza, con vivo y desgarrador aliento, no solamente el alma de una mujer, sino la realidad de un México donde predominaron los maitines y los salmos junto con las detonaciones y el olor de la pólvora.
La vida de Lunita Caraveo nos parte el corazón, al mismo tiempo que nos estremece y enamora, desde sus días de niña, “pequeña, devota y bonita”, en aquellos inicios del siglo XX, en que el régimen de Don Porfirio Díaz Mori, entraba en su ocaso y, ella, Refugio, contra su voluntad, era recluida en un convento y forzada a ser monja. Tlatelpas, con acento y voluntad intemporal, pues no conocemos ni sabemos, de otro poeta, en México, con la valentía suficiente y el recio carácter, del que él es dueño, capaz de elegir una historia, sin lugar a dudas verdadera, como la de Lunita Caraveo y contarla en coplas de arte mayor, parangonándose, estilísticamente hablando, con los poetas castellanos de los siglos XIV y XV, como fueron Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Ferrán Manuel de Lando.
Micer Francisco Imperial e Iñigo de Mendoza, el célebre Marqués de Santillana. Justo es reconocer el alarde poético que este canto de José Tlatelpas representa como rescate de una época entrañable y convulsa, de un México, en donde la exaltación de los sentimientos y las pasiones, se desbordaron, alcanzando extremos inconmensurables y, en mitad de todo ello, sublimando la fuerza de la vida, el poder de la muerte y el milagro del amor, congregados en una mujer, que fue obligada, contra su voluntad, a aceptar la vida conventual, para ser luego “monja liberta”, después “monja casada” y, posteriormente, madre.
La dura vida de Refugio Caraveo Aguilar, víctima desde su niñez y juventud, de las más adversas circunstancias del ciego y duro destino, en Apaseo y Salvatierra, allá en su natal Guanajuato y, finalmente, en la ciudad de México, donde habitó en huecos de escaleras y cuartuchos de azoteas, se transmuta en poesía a través de estos cantos de José Tlatelpas, en los que el poeta la transforma, por la suprema gracia poética, y la justicia celeste de la inspiración, en ejemplar y luminosa heroína. Que luz de luz fue para cuantos la conocieron Lunita Caraveo, la de “un pelo muy negro” engalanando su preciosa espalda, según se trasluce en estas bellas y sentidas páginas, por momentos piadosas oraciones, cargadas de lirismo y humanos alientos, radiantes de fe, escritas con devoción por el poeta, por lo que, aún todavía, aquella mujer, alcanza a conmovernos y a iluminarnos a los sorprendidos lectores de estas coplas de arte mayor, entre los que yo fervorosamente me encuentro, pues “Lunita Caraveo/ La del Niño Jesús” es uno de esos cantos que, una vez escuchado, en este caso leído, ya nunca jamás hay manera de olvidarlo, pues pasa a ser parte viva, por sentida, de nuestra más firme y arraigada memoria…
*Poeta y periodista andaluz.