Por Juan Diego González*
San Luis Río Colorado, Sonora. “Un mar de arena”. ¿Cuántas veces he tenido la oportunidad de escuchar esa frase? Infinidad de veces, pero hasta el viernes 19 de abril la comprendí a toda plenitud. Invitado por Rubén Meneses, organizador de las XXII Jornadas Binacionales de Literatura “Abigael Bohórquez”, que se realizan en Yuma Arizona y San Luis Río Colorado, Sonora, precisamente antes de llegar a la ciudad fronteriza, el desierto abrió sus brazos inmensos: ante mis ojos se expandía un mar de arena.
Las jornadas fueron el 18 y 19, pero por cuestiones de trabajo, asistí sólo el 19 como ya dije. Como parte de los trabajos, además de saludar amigos y hacer otros, participar con lecturas y en un panel sobre literatura del norte (ya en otra entrega hablaremos de todo esto), se presentó en la Universidad Estatal de Sonora (antes Cesues) la conferencia “Escribir a ciegas” del escritor Jorge F. Hernández. La presentación estuvo a cargo del culichi (y poeta) Mijail Lamas, quien radica en el D.F. (trabaja en Conaculta).
Desde que tomó el micrófono, el narrador, locutor, historiador (y pretenso a torero en su juventud) Jorge F. Hernández, atrapó a los jóvenes que llenaban el auditorio universitario. La verdad, los bachilleres fueron llevados de acarreados… pero cual fue su sorpresa con Hernández, quien los hizo divertirse hasta la carcajada pelada. Empezó por enseñar su técnica de escritura. Primero hace dibujos de personajes potenciales. Mostró varias libretas llenas de dibujos, unos a color, otros en blanco y negro. Después reflexiona sobre la historia para tal o cual personaje. “No tengo la menor idea del resultado, por eso se llama escribir a ciegas”. Puso el ejemplo de unos dibujos de dos gemelas, “una es una hija de la ****** y la otra, con ella me quedo”. Como todavía no resuelve como matar a la mala y el cuento sigue detenido. “Escribir a ciegas” es una antología de cuentos publicada por Trilce.
“Me gusta escribir con tinta morada en una libreta morada ¿por qué? pues, porque soy un mamón. Además soy metrosexual –dijo- de hecho estoy vendiendo todo… hasta mi cuerpo.” Risas y carcajadas del auditorio. Para darnos un ejemplo más cercano de cómo quedan sus historias nos Leyó el cuento “True Frienship”, que viene incluido en la antología “Un montón de piedras” (Alfaguara 2012). Excelente dramatizador de sus historias (me recordó de alguna manera a Alejandro Aura). Es la historia de dos amigos… pero uno de ellos imaginario. El personaje principal de origen judío, Samuel Weistein sufre un trauma, al perderse a los cuatro años en un mercado y desde ahí nace Bill Burton, su inseparable amigo, que crece con él. Llega el momento en que la alucinante narrativa nos lleva a ver como la familia de Samuel, le pregunta por su amigo, como si estuvieran también convencidos de su existencia.
La intrincada trama encuentra salidas y pretextos perfectos para que nadie, excepto Sam, tuviera contacto con Bill. Los datos son fidedignos, incluso, cuando se ausentó de la graduación de la universidad: murió el padre de Bill, pero el decano mencionó el nombre de Bill entre los graduados y se dejó una silla vacía con su toga y birrete. Como la historia sucede en New York, el autor intercala frases en inglés (además Jorge H. Hernández creció en Estados Unidos) que acercan de manera más íntima al lector con los personajes.
Al final, un hombre llega a la oficina de Samuel. Es un desconocido que afirma ser Bill Burton. Samuel casi se hace en los pantalones. La historia se abre más, en lugar de terminar. Todos los presentes queríamos tener el libro y leer la historia de nuevo. Hernández nos agarró de las orejas y nos metió a su mundo imaginario… lo disfrutamos enormente.
Casi para terminar la conferencia esbozó algunas fuentes, en caso de que quisiéramos escribir, para saber si el cuento funciona:
Leerlo a una mujer (atraparla con la lectura).
Saber contar chistes.
Saber contar chismes, acusar a medio mundo, si te creen, ya la hiciste.
Cuentos que te regalan otros escritores. Intercambio de ideas.
Cuentínimos (cuentos breve).
Al terminar su charla, regaló libros a los entusiastas asistentes. Se los aventaba con la frase: ¡cáchalo¡. Le hicieron falta libros, todos nos quedamos con las ganas de devorar sus cuentos. Los agraciados que si cacharon uno, se acercaron a pedir su autógrafo y la foto del recuerdo. Hernández se dejó querer. Los aplausos quizá le recordaron alguna tarde sabatina y el capote al hombro. ¡Bravo!
Las jornadas continuaron con sus trabajos y la arena infinita del desierto se colaba distraída, por las banquetas, los jardines efímeros de abril y la cola de autos que avanzaba hacia la Línea.
*Escritor y docente sonorense.