Por Iván Escoto Mora*
En tiempos en los que la política parece alejarse de todo límite moral para justificar instrumentos que garanticen la conservación perpetua del poder, es relevante preguntarnos, como lo haría Adolfo Sánchez Vázquez, si es posible la construcción de una “política moral”.
¿Qué tienen en común la política y la moral?, ¿pueden vivir escindidas?, ¿existe una moral sin política?, ¿existe una política sin moral?, ¿cómo se vinculan estos conceptos?
En su libro Ética Sánchez Vázquez analiza las particularidades de lo moral a partir de sus características activas. La moral, al igual que la política, implica acción y dicho más precisamente interacción.
No puede entenderse la idea de lo moral fuera de la noción práctica de lo cotidiano. El hombre que actúa en el mundo, y se relaciona con otros hombres, se cuestiona cómo debe actuar en ésta o en aquella circunstancia, así, a través del juicio crítico decide cómo comportarse, perfila su conducta, toma decisiones.
Para Sánchez Vázquez los problemas morales son problemas prácticos: “acción frente a situación”. La moral se refiere a conductas, a los modos en que la conducta debe ser manifestada en relación a los demás.
La moral implica una conducta debida frente a lo social, pero una conducta que es consciente y libre. Tal circunstancia conecta a la moral con la responsabilidad. No puede haber conducta moral fuera de la libertad, es decir, fuera de la posibilidad de decidir entre adoptar una conducta y otra. Lo que se debe hacer, lo que se debe respetar, la manera en cómo el individuo se relaciona con los demás es una decisión libre pero consciente, o sea que el deber moral es asumido como necesario en tanto que es lo mejor o más virtuoso, la pregunta es: ¿virtuoso para quién? Los clásicos griegos responderían: virtuoso y mejor para la polis, la comunidad, eso a lo que todos los hombres libres pertenecen.
Quien realiza una conducta forzado por la violencia física o por el temor, no puede estar realizando un acto moral o inmoral, porque no realiza un acto libre, actúa obligado por el miedo y la amenaza de la pérdida.
Actuar conforme al orden moral implica actuar conscientemente conforme al orden colectivo. Lo moral es una construcción colectiva aplicada individualmente a un caso concreto. La moral es la representación normativa de una costumbre reconocida socialmente como necesaria y por tanto aplicada por el hombre-individuo en su relación con el otro-social.
Dentro de la idea de lo moral subsiste un elemento material representado por la reiteración de una conducta y; un aspecto psicológico representado por el reconocimiento de la obligatoriedad de esa conducta que, dentro de un escenario espacial y temporal es asumida como correcta y necesaria. Entonces: ¿la moral es relativa?, ¿el conjunto de conductas desplegadas dentro de la moral social de una comunidad puede ser buena y aceptable desde una perspectiva y reprobable desde otra?
Si aventuramos una respuesta afirmativa en la que cada sociedad tiene derecho a delimitar los alcances de su orden moral, estaríamos justificando cualquier régimen totalitario, porque correspondería a cada sociedad-Estado determinar libremente los límites del orden aunque se contrapusieran a los límites del orden establecido por lo moral-diverso.
Si asumiéramos una respuesta negativa y aceptáramos la existencia de un orden moral superior, correríamos el riesgo de validar un argumento de autoridad en el que “alguien”, “un grupo”, “una voz”, sería reconocida como la fuente legisladora de lo posible, lo viable, lo permitido en última instancia, lo esencialmente bueno y malo. En este caso, también estaríamos validando la existencia de un contexto de dominación contrapuesto a dos de las características de la moral: la libertad y la conciencia pero, además, tendríamos que preguntarnos: ¿cuáles serían los límites de esa voz reguladora?, ¿dónde estarían los parámetros fundacionales de su orden legislador?
El orden moral es societario porque es una construcción colectiva y porque se refiere a la relación del hombre con los demás, de ahí que la obligatoriedad de sus disposiciones no tenga que ver con la imposición sino con la necesidad reconocida conscientemente por el colectivo social y por el individuo que se asume dentro de ese orden.
La moral no depende de la perspectiva parcial de un individuo ni de un grupúsculo, es más, en épocas de globalidad como en las que vivimos, la definición de lo moral ni siquiera depende de lo que una sociedad-local (“mini-sistema”) construya en forma aislada, sino del conjunto de prácticas que se estiman adecuadas dentro del contexto “sistema-mundo”.
Las relaciones sociales dadas en la actualidad hacen que la costumbre, fuente de lo moral, no pueda ser una costumbre parcializada o limitada a un ámbito geográfico, histórico o social restringido. La moral se complejiza en tanto que la costumbre se alimenta de diversas fuentes, nociones y condicionamientos, así, en la medida que su construcción depende de nuevos factores e interlocutores, también la noción de obligatoriedad se hace extensiva dentro del un alcance “universalizante”.
El hombre no vive aislado, las sociedades no subsisten aisladamente, por ello, ni aún las prácticas comunitarias pueden ir en contra del orden moral concebido dentro del “sistema-mundo”. ¿Esto implica la anulación de la identidad particular de los hombres y de los pueblos dentro de un contexto global totalizador? ¿Será que el hombre vive bajo la dictadura de la masa mundial? ¿La identidad individualizada ha desaparecido? Las preguntas quedan puestas y las respuestas se advierten inciertas.
*Abogado y filósofo/UNAM