Estatal

Alfonso G. Calderón, Versificador

Por domingo 21 de abril de 2013 Sin Comentarios

Por Faustino López Osuna*

Alfonso-G-Calderon

“El hombre debe estar conformado por los más completos elementos que enriquezcan su personalidad”, repetía privadamente cada que consideraba oportuno, a sus interlocutores jóvenes, Alfonso Genaro Calderón Velarde, quien, para conocimiento de las nuevas generaciones, desde su posición política en las filas del movimiento obrero del país, ocupó innumerables cargos de representación electoral, tanto municipales como estatales y nacionales, siendo, los últimos, senador de la República y gobernador constitucional de Sinaloa y, por designación, subsecretario de Estado en la Secretaría de Pesca.

Otros sinaloenses que estuvieron desde mediados del siglo pasado al frente del Poder Ejecutivo del Estado y que destacaron igualmente en el ámbito del gabinete presidencial o en el gabinete ampliado del gobierno de la República, fueron Gabriel Leyva Velázquez, Antonio Toledo Corro, Francisco Labastida Ochoa y Renato Vega Alvarado. De ellos, sus más cercanos colaboradores podrían reunir un grueso volumen de anécdotas poco conocidas, aguardando, tal vez, a otro Toñico Pineda para que las publicara.

En estos días en que se cumplió otro aniversario del fallecimiento de Alfonso G. Calderón, me vienen a la memoria, necesariamente, recuerdos de algunas charlas privadas o comentarios personales que tuvo con colaboradores cercanos.

Cierta vez, me confió una experiencia que tuvo en su adolescencia, en Los Mochis. Él le ayudaba a su padre o a algún compadre de su progenitor, a embotellar vino, mezcal tal vez, que producían clandestinamente y lo distribuía personalmente a las cantinas o “piqueras” como también las llamaban. Y un mal día lo detuvo la policía y lo “guardaron” en la cárcel de la corporación, tan chica que solamente tenía un cuarto para los detenidos. Cuando llegaron con él ya había otro recluido. Al dar la noche, cada quién ocupó un camastro de concreto. Era fin de año y el frío calaba hasta los huesos. Cuando se despertó al amanecer, se percató que el otro preso, hombre ya maduro, le había echado encima su cobija. Y no fue sino hasta que más tarde lo liberaron por gestiones de la familia, que se enteró que el otro estaba detenido por asesinato. Había compartido el cuarto con un asesino y no le había pasado nada, expresaba con asombro.

Yo no sabía qué tanto le gustaban mis canciones, mismas que, amigos, de su bolsa, pagaron su grabación, inconclusa, con Luis Pérez Meza. Pero lo supe en 1983, siendo él subsecretario de Pesca. A mediados de abril de ese año, el presidente de la República lo designó su representante en la conmemoración del primero de mayo, en Río Blanco, Veracruz, cosa que, por su origen obrero, lo llenó de orgullo. Y prescindiendo de cualquier asesoría, se encerró en su despacho a redactar él mismo el discurso que pronunciaría. Al siguiente día de redacción, intuyendo mi interés sobre su pieza oratoria, sin que yo le preguntara nada, me dijo con satisfacción: “Me está quedando muy bien, como te quedan a ti tus canciones”.

Fueron incontables las oportunidades que me dio de escuchar no al líder o al funcionario público, sino al ser humano que era, como cuando lo felicitó Emilio Gamboa Patrón, entonces secretario de la Presidencia, por confiarle una oportuna observación propia a un discurso del presidente Miguel de la Madrid, que conllevó a una corrección del mismo por parte del Estado Mayor Presidencial.

Por su extracción netamente popular, Alfonso G. Calderón, en sus festejos privados, cultivaba y disfrutaba de la bohemia, entonando alguna canción de José Alfredo Jiménez. Y, en muy contadas ocasiones, según el momento, motivado tal vez por la euforia o la feliz participación de los invitados, declamaba versos románticos de su inspiración. Versos a la mujer amada, que modulaba, tensando la entraña como se tensa una guitarra, con el énfasis que sabía imprimir a su oratoria política.

Puedo continuar citando las innumerables anécdotas de quien también era referido por la prensa del Estado como “el de Calabacillas” o “de San José de Gracia”, en las visitas a Los Pinos o a Palacio Nacional, donde para ser recibido por el Presidente se entraba por una puerta frente al Zócalo y se salía por otra a la calle lateral, o la triste ocasión cuando fuimos, acompañados por doña María Haydée Barraza de Calderón, a la Secretaría de la Defensa Nacional, al velorio del general Gabriel Leyva Velázquez, que aconteció simultáneamente al de don Jesús Reyes Heroles por el rumbo de Coyoacán.

Pero, por esta vez, prefiero traer a la memoria, no al líder cofundador de la CTM, ni a quien atendiendo la propuesta de su hija Sandra creó visionariamente la Dirección de Investigación y Fomento de la Cultura Regional, DIFOCUR, hoy Instituto Sinaloense de Cultura, sino a quien, sin ínfulas de poeta, escribió en su juventud versos que lo acompañaron hasta el final de sus días, ocurrido en Buenavista, cuando aquella Semana Santa regresaba, por última vez, de San José de Gracia.

*Economista y compositor.

Artículos relacionados

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.