Por Jaime Irizar*
Hoy me puse a pensar en que ya esta por cumplirse el casi medio siglo de tu partida y que faltan tan solo unos días para conmemorar tu aniversario luctuoso. Motivado por esos hechos, por el gran afecto y el respeto que te tengo, les comenté a mis hijos muchas cosas sobre ti. Les confesé con tristeza que ya son pocos los recuerdos físicos que quedan de ti, y mínimas las alusiones a tu forma de ser y de convivir con nosotros.
Les dije que en la sala de la casa de mi madre, tan sólo queda una foto avejentada que quiere decir presente por ti, pero con el paso de los años y de tanto que la hemos visto, su voz y su imagen han perdido la fuerza y se empezó a difuminar en la pared, y es hoy por hoy, tan sólo una parte más de ese paisaje doméstico, que ya no motiva como antes a nuestros ojos para evocar tantos recuerdos y momentos gratos que compartimos; les dije, con cierta pena también, que tan sólo una visita anual al panteón civil es el ejercicio nemotécnico mayor que hacemos para honrarte en lo público. En lo privado, te comento con honestidad, te recuerdo muy bien, por muchas cosas, pero de manera especial, por aquella vez que en mi infancia me sentaste en tu muslo y me sostenías los hombros con tu brazo derecho para darme sostén, calidez y confianza, mientras me hacías preguntas para evaluar mi aprovechamiento escolar en la primaria enfrente de mis hermanos mayores, todas fáciles por supuesto, para no evidenciarme ante ellos y poder premiar así mi esfuerzo.
Uno a uno, tú lo sabes muy bien, los miembros de tu generación se han ido para reunirse contigo, y eso me duele sobremanera por que ya no tengo más aquellos encuentros de privilegio con todos ellos en los que me regalaban momentos tan llenos de nostalgia y de anécdotas que te engrandecían aún después de tu partida.
Quiero destacar de esos encuentros casuales, el que uno de tus múltiples amigos me repetía con emoción cada vez que me veía: “tu padre murió del corazón, de eso mueren los enamorados y los hombres nobles”, “tu padre era ambas cosas”. Ello y todo lo que de ti me contaban, me llenaba siempre de orgullo e iluminaba invariablemente mi rostro por la alegría sentida.
Al ver que ya no son posibles los abrazos ni los regalos, decidí mejor construirte en éste día, un pensamiento que reflejara mi sentir, de tal suerte que éste se aventure a definir, sin el ánimo de juzgar, la condición de hijo que dios me ha dado, en relación a tu bien merecido título de padre excepcional.
Mi regalo, es un regalo de sangre; de generación a generación y de hombre a hombre.
Para iniciar con mi obsequio, recuerdo con claridad, que fuiste en mis años tempranos, ejemplo viviente de rectitud, disciplina y fortaleza.
Satisfactor permanente de mis necesidades y dador generoso de confianza y seguridad. Semejanza notable con el creador tenías, porque eras, en esa época de honestos juicios infantiles, quien todo lo podía.
Si no ha sido por ti, no hubiera podido superar nunca mis dudas y mis temores. De la seguridad de tu afecto y protección, creció en mí la autoestima y la confianza en los demás. Sin temor exploré mi nuevo mundo, pues contaba con tu decidido apoyo. Aprendí también a amar, al recibir sin condición tú cariño. Fuiste en ese tiempo glorioso, equilibrio perfecto de poder y ternura. Gozaste y valoraste con sapiencia, la ocurrencia de mis tiempos. Viste y dejaste crecer con agrado mi cuerpo, mi mente y mis intereses.
Sufriste en silencio mis caídas, y proclamaste con orgullo mis modestos triunfos. Pensaste con tino, que tu roll de padre no implicaba verme como tu segunda oportunidad vital.
Me cuidaste con esmero, porque fui siempre tu esperanza consciente de trascendencia e inmortalidad, al considerarme un eslabón esencial en la cadena de tu vida. Heredé tus gestos, costumbres y tradiciones. Me enseñaste con tu ejemplo, que se puede amar sin poseer y que no es necesario obligar a una correspondencia exacta, para demostrar que el cariño es verdadero, pues todos tenemos una forma especial para decir “te quiero”.
Completaste tu guía instintiva de padre, con buenas intenciones y con la certeza de tu afecto, y la aplicaste fielmente durante toda mi formación, aún en los tiempos más difíciles. Resolviste bien el dilema existencial, pues preferiste enseñarme a volar, que seguir ejerciendo sobre mí, un dominio sustentado en el miedo a la vida. Entendiste a tiempo, que la dependencia a veces viene disfrazada de un afecto tiránico.
Soy libre, gracias a dios y a ti. Soy libre porque siendo tuyo, me enseñaste a ser yo, y eso me ganó tu respeto. Soy libre, porque no quisiste vivir en mí, tu vida. ¡Cierto es, que me orientaste con firmeza! ¡Por eso soy libre! Y porque construiste nuestra relación padre-hijo, sobre las bases del cariño y el respeto a la personalidad ajena. Soy libre, porque nunca me regateaste tu afecto. En mis derrotas y fracasos siempre estuviste conmigo; no fue el caso, lo digo sin amargura, el de algunos amores y amigos, quienes en las malas brillaron por su ausencia. Tan sólo tu cariño y respaldo, puedo decirlo hoy, fue seguro en todo momento. Soy libre, porque de tus enseñanzas aprendí a pescar, a soñar y a no temerle a la muerte, que es al fin de cuentas parte ineludible de la vida, y con todas estas lecciones, padre mío, aprendí a definir mi idea de libertad.
En mis oraciones, doy gracias a dios, por haberme eslabonado tan estrechamente contigo en este ciclo generacional.
Entiendo y asumo con madurez y responsabilidad el compromiso histórico de ser tu hijo.
Procuraré, como una manera de honrar tu memoria, construir, junto con mi descendencia, una relación que satisfaga plenamente a ambas partes, y con esa relación puesta en práctica, definiré mi concepto de igualdad.
Pondré mi mejor esfuerzo y haré la parte que me corresponda para seguir consolidando como tú lo hiciste en su tiempo, la posibilidad de heredar un mundo mejor y con esto definiré mi idea de justicia.
Por siempre hablaré de ti, como el gran amigo, el buen hermano, el asesor, el líder y el recuerdo que me fue imprescindible para vivir durante tu gran ausencia.
Seguiré siendo, sin duda alguna, orgullosa parte de esa corriente vital, que fluye desde el germen original, a través de todos los tiempos, generación tras generación, pasando por ti y por mi, para seguir indefinidamente dentro de este ciclo interminable que es la vida. Y seré con agrado y orgullo, tu testimonio de perpetuidad. Honraré siempre tu recuerdo y así definiré mi idea de gratitud.
Eres, a fin de cuentas, padre mío, una síntesis ejecutiva de todas las aspiraciones y potencialidades de la humanidad: igualdad, justicia, libertad y gratitud.
Sé de cierto que allá, en un futuro remoto y desconocido, donde están los que ya se fueron, y estarán los que ahora son, atado fuertemente al afecto de tu historia, me esperas paciente, sin prisas y sin desearlo, para darnos el abrazo cordial de la eternidad y reiniciar así, como grandes amigos, la charla que dejamos inconclusa ayer.
*Doctor y escritor.