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Tomar Distancia…

Por domingo 14 de abril de 2013 Sin Comentarios

Por Miguel Angel Aviles*

Tomar-DistanciaUna hilera de chamacos empiezan a entonar con el mayor de los desganos un desafinado, débil, disparejo Himno Nacional que desafía a los más grandes defensores del civismo.

¡Canten con fuerza! ¡Con fuerza! Grita un maestro sudoroso y colérico que no atina a conseguir en sus alumnos una interpretación decorosa.

El saludo a la bandera lo cumplen con la mano retorcida y muy cerca del ombligo. Una bola de papel se estrella en la espalda de un gordito para que salga de su aturdimiento mañanero y tome distancia. Una mano anónima sale de la fila y agarra el trasero del gordito quien pega un reparo como si hubiera recibido una leve descarga eléctrica.

Pasan de las ocho de la mañana de ese lunes y más de diez secundarios tienen que rendirle honores a la bandera desde afuera agarrados de las rejas que se encuentran a la entrada.

Una niña, con el mejor de sus peinados y unas bolitas en sus trenzas que le estiran las vértebras del cuello y que hacen juego con ese vestido azul confeccionado por su mamá, empieza a enrojecer porque ya se le olvidó la poesía dedicada a la patria que tanto había ensayado. Ella quiere sacarse la espina y aunque pausada, pronuncia un verso, dos, tres, los suficientes para acabar con su aflicción.

De pronto los va diciendo lentamente como un eco que repite lo que su maestra con angustia, le sopla junto a ella y termina su participación con un agradecimiento titubeante.

Ahora le toca el turno al director del plantel y los alumnos se resignan a escucharlo:

“No sé qué día vi atrás de los baños a varios del tercero B muy sospechosos. No sé que estarían haciendo, no quiero ni averiguarlo, pero si los agarro haciendo algo malo , sin más remedio se van a ir a sus casas y no van a volver sino vienen sus papás con ustedes. Después no digan que no les dije. Sobre aviso no hay engaño.”

“También les quería pedir que entreguen el dinero de los boletos, el plazo se vence mañana y el que no los venda, los va a tener que pagar toditos… acuérdense que es por el bien de la escuela. Su escuela.”

El Director pasa el micrófono a una maestra y está da por concluido los honores. Nadie se quiere quedar en la explanada. Alguien ve el reloj y marca el enfado exacto con diez minutos.

Cada profe dirige a su rebaño de alumnos desbocados y así van pasando atropelladamente a esos salones de pizarrón desquebrajado y con pupitres insuficientes.

El Zurdo, El Paco y El Gonzalo se han separado del montón y ya van en sigilo a las tortas de la esquina. El maestro de español ha pedido permiso para irse presuroso al sindicato. El Director le autoriza no sin antes pedirle una firma para apoyar a no se que candidato en las internas de su partido. La Patty, más desarrolladita que sus compañeras de salón, no tarda en decirle que sí al Juan Felipe que ya lleva más de dos semanas cortejándola para que sea su novia. Don Jesús, ese viejo de piel quemada y un ojo tuerto, va llegando al cerco de la escuela con su donas calientitas. El maestro de Historia sigue insistiendo en que el viaje a la luna nunca existió y fue nomás un truco ilusionista de los gringos. El maestro de matemáticas lleva diez minutos de la clase hablando de la liga del pacífico y maldiciendo el mal paso de los Naranjeros de Hermosillo. La hermana del güero, el muchacho parapléjico que está en segundo, defiende con fervor su postura de que Eduardo Yáñez hizo la peor versión de Juan del Diablo . Su amiga – La Sonia- anda que no la calienta ni el sol porque vio al Martín en un baile, bailaron , salieron y después de unos días, nada de nada ; en el recreo la planta de maestros toma café con burros de machaca en la oficina de la dirección y debaten acaloradamente sobre la lista definitiva de la selección Mexicana que debe de ir al Mundial, el joven Jorge Estrada Lugo ya completo más de quince faltas en la escuela y más de cuarenta periódicos vendidos diariamente, El Ezequiel, después de esa bronca campal que hubo en la quinceañera de la colonia ya no volvió a clases ni a la vida.

La mañana se va cuando los vendedores ambulantes empiezan a llegar y estacionan sus cacharros en la banqueta que demarca el frente de la escuela.

Una chicharra suena como Claxon de carro antiguo y poco a poco los salones se van vaciando de alumnos que se empujan y de alumnas que torean con un desaire el piropo de sus primeros pretendientes.

En un rato nada más el sol se queda a esperar al otro turno que ya viene en camino con el estómago aun sobrecargado y un sueño pesado que se resiste a irse.

La explanada espera ya la celebración de los honores vespertinos. Un maestro de barriga cervecera prueba el sonido y busca entre varios que se apilan, el disco que contiene el Himno Nacional. Ya escucharán esas aulas más al rato esa patriótica interpretación de extraños decibeles.

*Lic. en Derecho, escritor y Premio del Libro Sonorense.

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