Por Alberto Ángel “El Cuervo”*
Había guardado muchos “clavitos”… En mi inocencia, pensaba que tal vez podrían ser utilizados una vez más cuando se les acabaran los que tenían guardados en esa caja de madera finísima a un lado del fonógrafo… Las llamadas “agujas” para que el fonógrafo siguiera delicadamente los minisurcos de aquellos discos gruesos de pasta dura, eran casi iguales a la forma de un clavo normal… La bocina no era otra cosa que una trompeta gigantesca por donde brotaba en forma mecánica la música de aquellos aparatos que durante un tiempo fueran la innovación tecnológica en la industria discográfica que comenzaba en aquel entonces a guardar las grandes voces mundiales para la posteridad… Y entonces, como siempre, llegó algo nuevo que lo desplazaría para siempre: El aparato de alta fidelidad. Yo no entendía bien a bien de qué manera saldría el sonido si no utilizaba esos clavitos, pero me dispuse a escuchar desafiante para comprobar si efectivamente el sonido saldría de manera parecida a la calidad que el fonógrafo me tenía acostumbrado… Era un mueble enorme… La consola, le llamaban también a ese mueble que estaba dividido en tres secciones: En medio, el tocadiscos y el radio así como un gabinete donde se guardaban los discos… Esos discos que eran distintos… Cada disco tenía la capacidad de almacenar ¡diez canciones, diez canciones! Era verdaderamente increíble… Sólo había un disco para escuchar… Los discos “normales” del fonógrafo no podían ser escuchados en el nuevo aparato… En la tienda solamente tenían uno… Cuando lo sacó de su envoltura yo me quedé extasiado… Para comenzar, venía en un sobre de cartón con la fotografía del “artista” que en este caso era Nicolás Urcelay, una de las más bellas voces si no la más bella voz de tenor que haya nacido en México… El nombre del disco era: “Nicolas Urcelay canta a María Grever”… Todos en silencio y pendientes, rodeábamos a mi viejo mientras él oprimía un botón para que, asombrosamente de manera automática, el brazo del tocadiscos se levantara, girara hacia el centro unos centímetros y casi mágicamente escogía exactamente el principio del disco… ¡Qué no irán a inventar después! Pensé… Y entonces, surgió aquella canción que envolviera mi corazón de niño en una emoción jamás sentida… “Alma miaaaaa… Solaaaaa, sieeeempre solaaaaaa… Sin que nadie coooomprendaaa… tu sufrimientoooo… tu horrible padeceeeer… “ Y los ojos se nublaron de llanto… Era inevitable que las lágrimas brotaran… La música de María Grever, me había atrapado en su emoción para siempre… Y así una tras otra: “Fuimos tontos los dos… Tú en adorarme… Y yo en recompensarte con traición…” La emoción de ese día me hizo soñar y prometerme a mí mismo que un día, al igual que Nicolás Urcelay, grabaría las excelsas canciones de María Grever en mi voz…
Portilla Joaquina de la.- En León a las 11 ½ del día 27 de septiembre de 1885, ante mí Albino Montúfar, Escribiente 1º. por ausencia del Ciudadano José María Jáuregui Juez inspector del Estado Civil de esta ciudad, compareció el señor Francisco de la Portilla de 45 años, comerciante, originario de España, vecino de esta con habitación en la casa sin número de la Calle del Oratorio altos del establecimiento de las Tullerías, casado legítimamente don la señora Julia Torres, de 30 años, y presentó una niña viva nacida en la casa del exponente a las 5 y ½ de la mañana del lunes 14 del actual a quien puse por nombre Joaquina; hija suya y de su citada esposa. Así dice textual el acta de nacimiento de la insigne compositora mexicana asentada en el Registro Civil de la ciudad de León, Gto. Pasarían muchos años de aquel encuentro con la música de María Grever y Nicolás Urcelay… Yo, al fin, gracias al apoyo de mi siempre recordada y admirada Lola Beltrán, conseguiría grabar un disco con música de Grever… Bajo la dirección de Rafael González, grabamos las diez canciones en una noche completa… Al día siguiente, nos esperó en su oficina Charlie Grever, hijo de María… El apellido Grever lo adoptaría la señora al casarse con el Ing. León Grever quien se encargaba de la construcción de vías de ferrocarril en nuestro país. María Joaquina, ya había estudiado la carrera de concertista de piano así como composición, armonía y orquestación con maestros de la talla de Claude Debussy… Al casarse, se van a vivir a Jalapa y ahí comienza a escribir sus propias canciones que la inmortalizarían… La revolución mexicana, obliga a María Grever a salir del país para proteger a sus hijos y se embarca a Nueva York donde permanece sin saber nada de su marido, debido a los disturbios y la consecuente pésima comunicación, durante más de medio año, es entonces cuando María escribe? “Ya no te acuerdas de mí, ya no me quieres… Y por no hacerme sufrir, callar prefieres…” Cuando llega León Grever a New York y se produce el reencuentro familiar, la alegría vuelve al rostro de María quien ya había conocido al gran tenor mexicano José Mojica. Es precisamente Mojica quien graba por primera vez la música de María comenzando con dos canciones: Júrame y Tipitin…. “Mucho gusto, Alberto… Me dicen que grabaste un disco con música de mi madre… ¿traes la grabación? A ver, vamos a escuchar” “Sí, señor Grever, aquí tiene… Espero que le guste… Siempre soñé con grabar sus canciones, desde los cinco años de edad…” Y Charlie Grever, escuchó las diez canciones de aquel cassette que le llevamos… Y mi felicidad fue al máximo cuando en llanto franco por la emoción, Charlie Grever me dijo: “Perdóname el llanto, pero estoy seguro de que si mi madre te hubiera escuchado cantar así sus canciones, se hubiera emocionado igual que yo…” y fue Charlie quien me contó la historia verdadera de María Joaquina de la Portilla y Torres, María Grever… Me dijo que vivieron en la Hacienda de Otates en Lagos de Moreno, Jalisco y se trasladaron a León para que María tuviera la debida atención médica al nacer… Fue él quien me dijo que la película que protagonizó Libertad Lamarque distorsionó terriblemente la verdad… Fue él quien me regaló una copia de su acta de nacimiento y quien me contó del viaje donde casi mueren todos ellos por la metralla al tren que los llevaba de Jalapa a Veracruz para irse a New York… Y fue justamente Charlie Grever quien decidió entregarme el premio María Grever que había sido otorgado solamente a José Mojica y a Don Pedro Vargas, un premio que la familia directa de la señora decidía otorgar a quien consideraba el mejor intérprete de la música de nuestra excelsa compositora… Así, en el programa “En Vivo” conducido por mi gran amigo Ricardo Rocha, el día del centenario del natalicio de María Grever, recibí de manos del propio Charlie Grever, ese premio que fuera la culminación de aquel sueño de mis cinco años de edad en Las Choapas, Veracruz, cuando mi viejo adorado llevara a la casa el aparato de alta fidelidad y el disco con canciones de María Grever…
En la recreación del encuentro mágico con la música de María Grever y celebrando el día internacional de la mujer.
*Cantante, compositor y escritor.