Por Ana Lucía Castro Luque*
Suele decirse que nosotras hemos logrado hacer lo que nuestras madres se permitieron expresar y las abuelas solo se atrevieron a pensar. Recuerdo lo anterior este 8 de marzo que en esta ocasión, de nuevo me remite a un punto geográfico muy especial por la gran cantidad de mujeres que desde ahí y desde hace siglos irradian amor y sabiduría. Si, Ahome, en el corazón del Valle del Fuerte. A decir verdad, en cualquier instante y por cualquier punto del mapa mundi han pasado mujeres en torno a las cuales ha girado la humanidad; pero Ahome sin duda es singular, porque es crisol de dificultades y avances, de las alegrías y las lágrimas, de los rencores, las desilusiones y las pasiones de mis antepasadas. El pueblo, espejo de mis contemporáneas, el caleidoscopio de mi niñez. El lugar para nacer y morir de la madre, la abuela, la Mama Quencha, la tía Flora y muchas y muchas tías más.
Ahome, el de la casona del Águila, desde donde tú, abuela Altagracia, aún ejerces influencia sobre las mujeres que te habrían de suceder. Es tal tu fuerza femenina que no fue necesario ni verte para sentirte, para saber que las mujeres trascienden en una receta, en un consejo transmitido a tu querida hija, mi madre y de ahí a tus nietas y tus bisnietas. No fue preciso ni conocerte para extrañarte, porque tu ausencia sigue siendo motivo de conversaciones con galletas encaneladas que tu misma horneabas, es un recuerdo en una fotografía junto al abuelo Víctor en una silla para enamorar. Tu distancia es la historia de una enfermedad que te llevó joven, como era común para quien nacía en el siglo XIX; y que, quizá, por ello torna más imborrable tú batallar.
Ahome, la Villa de mi Mama Quencha, de las vacaciones en Sinaloa alrededor de las mujeres con sus quereres y sus saberes. De las niñas y los niños citadinos desesperados a la hora de la siesta, inquietos por ver la lotería en la ramada y las mujeres, siempre ellas entreteniendo con sus carcajadas y la Mama Quencha con sus dieciséis cartas de aquel placentero pasatiempo y el diablo que no llegaba y la rosa que se asomaba y la dama que siempre soñaron ser y el catrín aquel que venía por la tía Olivia y ella que decía “aquí con él”. Ahome, el de las pláticas alrededor de un molino en el patio de frutales y de tantas nochecitas de tamales de elote dulce por saborear. El lugar de las ocurrencias de mis tías y de Doña Quencha derramadas en un plato de rica cazuela y de su optimismo salpicado en un típico desayuno de chorizo con huevo y nescafé.
Viudas de asombrosa presencia, confundidas, orilladas a trabajar. Familiares, afables como la tía Flora de los cariños en extremo y las generosas tortillas de harina confeccionadas después de horas y horas de afanar. Inolvidable ella, tan esperada en las navidades de aguinaldo compartido en regalos y juguetes traídos desde Los Mochis en aquellos años de complicado trajinar. Pueblo de mujeres que, a pesar de todo, lucían alegres, que no pidieron, o al menos nunca las escuché, exigiendo su liberación, luchando por la igualdad.
Ahome el de olores tristes para la niña que perdía a su madre quedando huérfana de historias por contar. Tu Villa añorada madre, de los años treinta asistiendo a la primaria, de tu ambición enorme por estudiar y tus ganas frustradas por continuar. De tiempos de partida, de tus viajes largos por Sonora y Jalisco y tu mente angustiada, detenida siempre en el eterno, el eterno retorno. De tu regreso a Ahome y las cuatro amigas en las tardes del portal. Hermanas todas, de esas que da la vida, las tías de cariño por extensión; ya se han marchado ellas, la tía Olga, la tía Tichi y la Tía Vertila. Pero mira si nos han ayudado, mira si nos han marcado. Queda tu casa, nuestra casa grande con sabor a pastel de las tres leches, de naranja, de brisa de limón y de torta de elote con tus secretos cuidadosamente impartidos. Queda tu casa, tu linda herencia, nuestra querencia.
Ahome, el de viejas que fantasearon con estudiar y viajar, con gobernar. Conducir un auto o nadar. Pueblo de mujeres que imaginaron patinar, leer, montar una bicicleta, correr, saltar, invertir, escribir, amar con libertad, gritar, abandonar, triunfar, ahorrar, pintar, engañar, exponer, divorciar. Pueblo de aún muchas alegrías por conseguir.
Lugar de mujeres que por costumbre moldean, inventan, acarician y delinean destinos. Sé que estoy en la misma misión y que en silencio a veces pretendo ilusiones que mi hija dirá en voz alta y sólo mis nietas podrán finalizar. Pero también viceversa, porque curiosamente, de regreso muchas veces en Ahome, veo a mis antepasadas y divertidas me sorprenden divagando con hacer aquello que mi madre dijo y que sólo mi abuela pudo realizar.
*Doctora en Demografía/Profesora-Investigadora del Colegio de Sonora.