Por Jaime Irizar López*
Platicábamos varios amigos en el café que, cuando menos una vez a la semana, la afinidad y el afecto nos convoca desde hace más de diez años. Fue después de desayunar y de haber hecho una revisión breve de los aspectos más relevantes de la política local y de los pocos sucesos de importancia ocurridos en la víspera en nuestra pequeña ciudad, cuando sin motivo aparente, tal vez por una nostalgia propia de la edad, salió a relucir el tema del amor.
De mil formas y con diversos enfoques fuimos uno a uno dando nuestra opinión en torno a las experiencias vividas con este sentimiento a flor de piel en nuestros tiempos mozos.
Uno de los presentes, que para ese entonces ya tenía una fascies de preocupación y/o de enojo por lo reiterado de algunas de las expresiones románticas que habíamos emitido al respecto, y a quien seguramente el tema no le trajo recuerdos gratos, rompió el silencio para decirnos con gran emoción que nos iba a hacer una confesión que esperaba escucháramos con el respeto y la consideración propia que los amigos se deben tener.
Después de habernos escuchado con paciencia y tolerancia los relatos que tuvimos a bien externar cada uno de los integrantes de la mesa, sin mayor preámbulo nuestro amigo de toda la vida nos dijo muy solemne:
“De muchas cosas que he realizado a lo largo de mi existencia, de tan solo una recuerdo que me haya arrepentido francamente. Déjenme ahora a mi que les cuente la historia y saquen ustedes su propias conclusiones sobre si existe realmente esta clase de amor, o si fue el producto de un hechizo o de brujería, yo, lo confieso sinceramente, en realidad aún no lo sé.
Sin ser físicamente un adonis, puedo dar gracias a dios por el hecho de haberme regalado un físico y una inteligencia por arriba del promedio entre los hombres de mi pueblo, lo que me había valido hasta entonces para tener oportunidades y experiencias afectivas con varias mujeres. Digo esto honestamente, sin el ánimo de presunción, sino mas bien para dimensionar mi situación y dejar en claro que no era un novato en esta lides cuando tuve este romance.
Esas múltiples vivencias amorosas, me dieron una franca sensación de confianza y seguridad ante el sexo opuesto, de tal suerte que en cada paso que daba, dejaba atrás de mi un aroma de conquistador y mujeriego que era el orgullo de mi padre y el mío propio, mismo que me iba construyendo una fama que me abría con más facilidad los corazones de mujeres solteras y casadas por allá en mi etapa de adulto joven.
Fuente inagotable de soberbia y orgullo era mi suerte con las mujeres, misma que aunado a mi carácter recio, fuerte, atrevido, claridoso y dado siempre a decir y hacer lo que yo me proponía, contribuía a que familiares y amigos tuvieran de mi la idea de que era en todos los sentidos un hombre exitoso que no había conocido ningún descalabro.
Las pocas veces que he contado esta faceta de mi vida, me viene en automático a mi mente, como si fuera el soundtrack de una película romántica, la canción titulada “a pesar de todo” interpretada por Marco Antonio Muñiz, en la que se da cuenta que en dos personas del todo diferentes, se pudo dar la magia del amor en una de las formas más intensas. A ello yo agregaría, que además de ser una relación intensa, fue también humillante, dolorosa y vergonzosa. Déjenme explicarles por qué ese inmenso amor que sentí, ahora es un recuerdo que me duele mucho.
Sé bien que para un enamorado no hay mujeres feas, pues en todas hay una gran posibilidad de encontrar razones suficientes para ser felíz. Sé también, que el amor no tiene reglas ni establece condiciones. Pero una cosa es la carencia de belleza física y otra muy distinta es la fealdad de carácter, agravada con vulgaridad en el habla, desenfado en el vestir y con una pésima habilidad para relacionarse con los demás.
Ayudándole con mucho, así era mi dulcinea moderna, y yo con tantos remilgos que hasta entonces tenía y con tan sangronas exigencias que me imponía a la hora de iniciar una relación, pues caí en las redes de cupido para empezar a escribir una parte de mi historia, en la cual viví las experiencias más intensas en materia de amor, equivalentes o tal vez mas grandes, que todas aquellas que han sido registradas en la historia de la humanidad.
Después de un contacto breve y tras percibir un rechazo franco de manera inicial, las necesidades de mi trabajo me obligaron a concretar las subsecuentes entrevistas con ella, y más por curiosidad o por mi reto personal de querer modificar su conducta altanera, la invté a salir para que después de ello se dieran en cascada todos los acontecimientos necesarios para tener una relación de lo más íntima y complicada con una mujer.
Como a un macho rentado me traía de aquí para allá, cual modesto mandadero a su servicio exclusivo descuidando todas mis tareas personales y profesionales tan sólo por atenderla. Me trajo, figuradamente, con tapaojos cual caballo nervioso para no permitirme ver a otra mujer, y sólo me permitía escuchar su voz, misma que me adoctrinaba sobre la necesidad de aislarme de familiares y amigos, y de tener sólo energías e interés en vivir en un mundo donde sólo ella y yo existíamos.
Tan sólo el abrir los ojos me hacia llamarle para que su voz hiciera dueto con los pájaros tempraneros y me vaticinaran con sus cantos el mejor de mis días. Llevarle desayuno a su casa; a media mañana, con lo remilgoso que soy, cruzaba sin rubor alguno por todos los pasillos de la empresa donde trabaja, con un licuado de plátano y leche en la mano, porque eso era, según mi entender, el mejor pretexto que tenía para alimentarla a ella y acrecentar el amor. Comer juntos por la tarde y después esperar paciente la noche para cristalizar el más apasionado de los amores. Pasaban mis horas y mis días alternando entre la entrega de palabras y frases dulces al oído que exaltaban a más no poder mi ego, con los desprecios y las ofensas más viles que un hombre pueda recibir, mismas que por extraña razón, enraizaban mas mi cariño hacia ella. Regalos, serenatas, paseos, apoyos oportunos de toda índole eran para mi la mejor manera de demostrarle mi gran amor y asegurarme la permanencia de su afecto y la esperanza de un mejor trato y la correspondencia exacta a mi cariño.
Cierta mañana después de haberme quedado casi solo tras tres largos años de amorío pernicioso, de perder amigos, de distanciarme de mi familia por tratar de buena fe de abrirme los ojos sobre ella, además de ir en franca picada económica por tanto despilfarro que hice para atenderla, me volví a encontrar conmigo mismo.
Pues resulta que después de haberle llevado con motivo de su cumpleaños en la noche anterior una serenata a todas luces por ella desairada y de haberle comprado un hermoso collar de oro con algunos rubíes engarzados guardado en un bello estuche para regalo, me animé a entregárselo delante de sus compañeras de trabajo con la mejor de mis sonrisas y el mayor de mis deseos para estar a tono con el día, teniendo como única respuesta, que estaba ya harta de mi y de mis atenciones, que me fuera y no regresara jamás y que el estuche me lo metiera por donde me cupiera mejor. Cual sentencia profética jamás volví a verla, pese a sus múltiples ruegos posteriores; pero eso si, lo quiero precisar, que ese ha sido el mayor golpe que mi ego ha recibido, de verdad que yo no había visto a nadie que actuara con tanta crueldad.
Muchas cosas hice para intentar curarme ese dolor y olvidar ese episodio, entre ellas cavar como un perro que olvidó donde escondió su hueso en varias partes del jardín, buscar en los tubos de pvc que usan para el drenaje y revisar todas las macetas y rincones de mi casa en busca de los “amarres”, “monitos” o “trabajos” de brujería que dicen utilizan en estos menesteres.
Quería de todo corazón encontrar algo para tener a que o a quien echarle la culpa de mi vergonzoso trance amoroso. Infructuosa fue la búsqueda, como grande, agridulce y dolorosa mi experiencia.
Hoy puedo decirlo con sobrado conocimiento de causa, el amor ya sea verdadero, comprado o fingido, produce mientras dura, los mismos momentos de felicidad, y la vida, según Jorge Luis Borges, esta hecha sólo de momentos.
Rubrico mi relato con renglones de la canción antes mencionada: “y siendo como tú eres, me he enamorado de ti, a pesar de todo, te quiero a pesar de todo, no me importan los motivos, yo te quiero porque si”.
*Doctor y escritor.