Gilberto Millán Bastidas llegó a este mundo en 1915, el mismo año en que su pueblo natal (San Ignacio), dejaba atrás la categoría de cabecera de distrito, para convertirse en cabecera del municipio del mismo nombre, por decreto fechado el 8 de abril. La revolución mexicana estaba en su etapa más cruel y el país se convulsionaba en una lucha fratricida sin fin. La mayoría del campo estaba desbastado y reinaba el caos en las ciudades. Por ese tiempo la pequeña villa de San Ignacio, era paso obligado de mineros, gambusinos, vendedores, músicos, entre otros, cuyo destino era los minerales serranos.
De inteligencia clara e inquieto por naturaleza, Gilberto Millán, interpretó a edad temprana, las penurias de la sociedad en la que vivió y donde más tarde destacaría por su lucha en pro de las causas de los más desprotegidos.
Sus padres fueron Susana Bastidas y Gilberto S. Millán. Su padre siempre desempeñó responsabilidades en el gobierno del distrito y luego en el municipio de San Ignacio, cumpliendo siempre tareas oficiales. Todo ello no limitó el pensamiento liberal y emancipador del joven Millán, porque entendió las infamias en la que sobrevivían familias marginadas de los más elementales derechos. Al igual que sus hermanas (maestras y poetas, Otila y Estela), consideró que sólo a través del estudio podía acceder a mejores niveles de vida. Siendo estudiante universitario, se encontró con su verdadera vocación: el servicio a la sociedad; eso era lo suyo; y enfrentó injusticias cometidas por malos servidores públicos extralimitados en el ejercicio de sus funciones, afectando al ciudadano común, que sin recursos económicos y sin tener para pagar a un abogado honrado, enfrentaban juicios en desventaja en contra de aquel o aquellos, que si podían hacerlo.
Quien tuvo necesidad de recurrir a él, buscando asesoría, encontró siempre apoyo necesario para solucionar su problema. A quien jamás defenderé decía-será a quien quite a otro el fruto de su esfuerzo, es decir al ladrón. Esa era su máxima y la sostuvo hasta el final. De ahí en fuera, jamás nadie pudo decir, o señalarlo de haber tomado algo que no fuera suyo; todo lo contrario, a quien no podía pagar, la asesoría era gratuita. Eso explica por qué el Lic. Millán Bastidas, jamás hizo fortuna, pero sí muchos amigos; sobre todo de las clases más humildes, a las que sirvió desinteresadamente.
Gilberto Millán Bastidas vivió intensamente. Su estancia en las aulas universitarias, fue determinante para forjar su alma liberal y quijotesca. Contempló un México con hambre y esperanza de paz, y su lucha fue porque la justicia social pasara del discurso a los hechos. Estaba conciente de los portentosos intentos y acuerdos entre los grupos de poder para lograr reconstruir una nueva sociedad, con nuevo orden de gobierno, lejos de los caudillos revolucionarios y más cerca de instituciones que permitieran transitar a la paz; con el ejercicio de su profesión contribuyó a ello.
Sin ser un hombre duro, proyectaba una recia personalidad, pero en su interior fue un romántico que vagó por mil caminos, siempre en busca de las musas que le permitieron escribir finos poemas dedicados a la belleza de la mujer sinaloense y algunos ensayos, que los diarios de la época recogieron y que hoy se encuentran en la hemeroteca del Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa.
Desde su adolescencia se inclinó por la cultura; leyó los clásicos, historia universal, de México y cuanto libro cayó en sus manos, de ahí su prosa ágil y amena. Sus discursos lo proyectan como joven rebelde y amante de su patria. Siendo estudiante universitario colaboraba en periódicos y revistas. El 9 de febrero 1932, deseoso de que la juventud se involucrara en la solución de los problemas sociales, Millán Bastidas de tan sólo 18 años, dirigió encendido mensaje a sus compañeros en las aulas universitarias, y que fue recogido por el periódico quincenal Lucha, órgano de divulgación de los trabajadores del estado, editado por Gustavo de Cañedo, del cual fue asiduo colaborador. He aquí un extracto de dicho discurso:
Siempre he creído que la juventud es uno de los pilares más fuertes que debe sostener el edificio de la revolución; he creído también que es fuerzas desplazadoras de todo régimen, credo o doctrina caducos, para fincar sobre sus ruinas un mundo mejor. Así lo han comprendido los teorizantes de la Revolución, quienes han marcado el camino a la juventud, mostrándoles el paisaje del mundo, para que ésta, con su pincel hecho fuerza y nervio, cambie todo el panorama falto de colorido y vigor que quieren seguir conservando con su debilidad senil, los retrógrados empedernidos.
En otro párrafo expresó con un dejo esperanzador.
Y en estos momentos en que la Revolución está dejando penetrar su luz reivindicadora, la juventud debe colocarse en el capítulo histórico que le corresponde y con valentía enfocar acciones en la transformación social que la Revolución se ha echado a cuestas, constituyéndose en receptáculo de necesidades y sentir de este pueblo triste, que pugna enérgicamente por su liberación. En Sinaloa ya lo han afirmado muchos; existe numerosa juventud que puede constituirse en trinchera revolucionaria; en Sinaloa también ya lo han afirmado, a pesar de los obstáculos que oponen las fuerzas negativas y reaccionarias, está el campo abierto para conquistas que debe lograr la juventud.
Podríamos precisar sin temor a equivocarnos, que la causa generadora de la inactividad e indolencia de la juventud es falta de arrojo y su poca preocupación por todo movimiento social. Para salvar esto, necesita dirigir su mirada y atención en esta palabra comprimida expuesta a mil acepciones: atrevimiento.
La juventud debe atreverse y entrometerse en toda lucha que lleve tendencias de transformación social, de mejoramiento colectivo, y que lleve tendencias e ideales para construir un mundo nuevo y mejor.
La historia siempre pródiga y abundante en ejemplos heróicos, nos demuestra que las principales conquistas de la antigüedad fueron logradas por atrevimiento.
Mas adelante afirmó:
Alejandro El Grande, se atrevió a cortar con su espada vencedora el nudo gordiano y con ese hecho, sumó nuevo territorio al imperio. El César, con sus históricas palabras “Alea jacta est”, atravesó el Rubicón y engrandece también su imperio; en nuestro suelo tenemos a Hidalgo, que se atrevió a conquistar la Independencia, una vez descubierta la conspiración de Querétaro, con unos cuantos hombres mal armados al grito inolvidable de no hay más lucha que ir a coger gachupines, y así, la historia nos pinta con heroicidad miles de acontecimientos que debiera tomar la juventud como fuerza estimuladora y arrojándose a las conquistas que le corresponden, colocándose como el nervio motor y propulsor de los mismos.
Concluyó su discurso el joven Millán Bastidas, con esta convocatoria:
En una palabra: Sinaloa necesita su juventud y ésta, debe ser útil a Sinaloa, unificándose en un sólo haz de voluntades y aspiraciones para formar así, una compacta trinchera.
Este destacado sinaloense, nació en noviembre 1915. Estudió en el Colegio Civil Rosales, siendo rector el Ing. Matías Ayala, titulándose; prestó servicios como asesor jurídico en varios ayuntamientos de Sinaloa, destacando Culiacán y El Fuerte. Murió en plenitud de su vida en la ciudad de Culiacán, Sinaloa el 7 de junio de 1957.
*La Promesa, Eldorado, Sinaloa, febrero de 2013.