Por Juan Cervera Sanchís*
Ramón Martínez Avilés, autor de composiciones musicales bellísimas, como las célebres “Mañanitas Michoacanas”, vino al mundo el 31 de agosto de 1837 en Tacámbaro. Estudió en el Seminario de Morelia. Posteriormente se trasladó a la ciudad de México donde realizó sus estudios profesionales en la Escuela Libre de Derecho.
Aunque dueño del título de abogado, Martínez Avilés, únicamente vivía para la música, arte para el que estaba sobradamente dotado. En la ciudad de México, finales del siglo XIX, fue bastante conocido y admirado como compositor y ejecutante.
Mucho fue su prestigio, tanto que se le nombró Maestro de Capilla en México. Ello, no obstante, el imán de Morelia pudo más en él, por lo que decidió abandonar la capital de la República y retornar a la ciudad de sus más entrañables afectos.
De nuevo en la capital de su estado fue maestro de música en San Nicolás al tiempo que dirigía orquestas y bandas militares.
Para Martínez Avilés la música era toda su vida y todo su amor. Tocaba varios instrumentos, dirigía orquestas y no cesaba de escribir letras para canciones y componer oberturas, marchas, valses, misas e himnos.
Su obra musical fue enorme. A los 111 años de su fallecimiento, dejó de existir en la ciudad de Guadalajara el 8 de enero de 1902, se le sigue recordando por unas cuantas canciones populares que, en su día, hasta el propio Martínez Avilés consideró trabajos menores, ¿no es curioso? Sí, no cabe duda, pero es lo que a veces suele suceder.
Las misas, los valses y las oberturas escritas por Martínez Avilés, ¿quién sabe qué se hizo de ellas y ellos?
Hoy todavía, no obstante, en Morelia hay quienes tararean, y otros cantan, canciones suyas como aquella que dice:
“¡Qué triste está la noche,
no alumbra ni una estrella
y ni la luna bella
esparce su esplendor!
Todo descansa y duerme
en apacible calma,
sólo vigila mi alma
gimiendo en su dolor.”
Y no faltan los que de ninguna manera olvidan la letra y la música de aquella otra canción suya que manifiesta:
“Todo pasó dejando los recuerdos
de un bien gozado, pero bien perdido,
que se extinguió cual mágico sonido
que salió de las cuerdas de un laúd.
Recuerdos dulces a la par que amargos,
recuerdos gratos a la par que fieros,
memorias de placeres pasajeros
que se lleva el tiempo sin volverlos más.”
Mucho tenía de músico inspirado Martínez Avilés y, según advertimos en sus letras, de poeta inspiradísimo, por lo que deducimos que no le deberían faltar algunos ingredientes de consoladora locura que, al fin de cuentas, todos tenemos si, en verdad, como reza el refrán, “de músico, poeta y loco todos tenemos un poco.”
Loado sea, pues ¿qué sería de nuestras vidas sin ese algo que colorea al triste y efímero ser que somos?
Ramón Martínez Avilés, gracias a todos esos ingredientes que lo hicieron olvidarse de la abogacía, pudo escribir aquellas Mañanitas tan suyas, y tan de todos los que saben escuchar, que dicen:
“Son las tres de la mañana,
ya viene alboreando el día:
acaríciame, tirana,
levántate, vida mía…”
Que hoy como ayer se siguen cantando bajo las lunadas noches michoacanas. La presencia de Martínez Avilés está viva en el aire, estremecido por la poesía de las serenatas y esa es su mayor gloria, aunque muchos ni siquiera sepan su nombre al pronunciar sus versos y embelesarse con sus notas.
* Poeta y periodista andaluz.