Por Fidencio López Beltrán*
Estamos en pleno siglo XXI, que es el siglo de la sociedad del conocimiento o si se quiere, el de la sociedad del aprendizaje y también en un siglo donde coexisten la era de la información y los analfabetas funcionales. Hace más de sesenta años que la misma ONU, establecía para la naciente UNESCO, algunos de sus grandes propósitos: el DERECHO A LA EDUCACIÓN de todos. Ni duda cabe de la vigencia de estos principios universales, que son un buen espejo para valorar una paradoja más: mientras que nuestra Carta Magna, ha establecido que la educación pública es gratuita y los analistas que la promovieron y/o la estudiaron a fondo a mediados del siglo pasado, como lo hicieran dos grandes intelectuales, Torres Bodet y Piaget, hasta la fecha ha sido imposible abatir el analfabetismo, entre otros rezagos o deficiencias que sigue padeciendo nuestra educación.
Reconocemos la complejidad de los problemas educativo-culturales y sus implicaciones de entonces y los de ahora. Tal cual lo veíamos en la colaboración anterior (¿A dónde va la educación? Num. 137: 6/I/13: p.6), el psicólogo suizo J. Piaget (1973/1985), analizaba algunos de los problemas de la educación en la década de los 70, y señalaba que la proclamación del derecho universal a la educación, significa:
…contraer una responsabilidad mucho más grave que la de asegurar a todo individuo la posesión de la lectura, la escritura y el cálculo: equivale propiamente a garantizar a todo niño el pleno desarrollo de sus funciones mentales y la adquisición de los conocimientos y de los valores morales correspondientes al ejercicio de estas funciones, hasta la adaptación a la vida social actual. Se trata… de asumir la obligación –teniendo en cuenta la constitución y aptitudes que distinguen a cada individuo- de no destruir o estropear ninguna de las posibilidades que el niño contiene y de las que la sociedad será la primera en beneficiarse, en lugar de permitir que se pierdan importantes fracciones de las mismas o ahogar a otras.
Es por ello que la proclamación… implica, si se tiene voluntad de darle un significado que supere el nivel de las declaraciones verbales, la utilización de los conocimientos psicológicos y sociológicos de que disponemos acerca de las leyes del desarrollo mental y la elaboración de métodos y técnicas ajustadas a los innumerables datos que estos estudios ofrecen al educador. Se tratará entonces de determinar las modalidades según las cuales este medio social que constituye la escuela llegará a los mejores procedimientos de formación, y si esta formación consiste en una simple transmisión de conocimientos y de normas, o si supone, como ya lo hemos entrevisto, unas relaciones más complejas entre el maestro y el alumno y entre los alumnos entre si…(Piaget; 1985: 18).
Por nuestra parte, afirmamos que el derecho a la educación, implica no solamente el apoyo familiar, sino también el que puede y debe ofrecer la institución escolar. Bien sabemos que el niño, el adolescente mismo, a través de la educación que recibe en casa y en los programas educativos que cursa, va formándose moral e intelectualmente, incluso, va adquiriendo competencias de orden afectivo-emocional, sean para adquirir mayor seguridad en su estructura yoica, propias del desarrollo de su personalidad, o en las que implica una estructura más amplia, como son sus procesos interpersonales que realiza en la interacción real o simbólica con el prójimo. De ahí que la adaptación a la vida social que el educando va logrando, es decisiva para saber si sus potencialidades individuales (propias de sus fortalezas cognitivas y afectivas) le permitirán un desarrollo social normal y si podrá aprovechar las obligaciones de la sociedad de ayudarle a transformar su vida para que sea el mismo como persona, diseñe-y permita ser diseñado sin perder su autonomía- la ruta educacional, profesional y social, convirtiéndose en una ser humano integral con competencias efectivas y de autorrealización para su misma vida y para sociedad a la que también se debe.
El derecho a la educación, también nos conduce a reflexionar sobre la condición de la educación gratuita. Para los mexicanos, este logro constitucional y por el cual, algunos ministros de educación (Vasconcelos desde 1921 con la creación de la SEP), y después su entonces colaborador, Jaime Torres Bodet, que durante la década de los 40 también fue ministro en esa materia, mismo que posteriormente dirigiera la UNESCO (1948-1952), cargos que le permitieron impulsar ampliamente campañas contra el analfabetismo (realizada del 44 al 46); por lo menos este hecho puso a México en el contexto internacional y de paso, ayudó a que el escritor y destacado diplomático mexicano, se colocará en el máximo organismo mundial en materia educativa, como es la UNESCO, en donde también pudo impulsar el abatimiento del analfabetismo producto del rezago educativo o del fracaso escolar heredado.
Cuando el intelectual ginebrino analiza lo relativo a la gratuidad y a la obligatoriedad de la educación en tanto la proclama: La educación tiene que ser gratuita, al menos en lo referente a la enseñanza elemental y fundamental, hace referencia a que existen también numerosos países civilizados que no ha podido resolver el analfabetismo en la edad escolar (sobre todo en algunas regiones de Asia y África), pero que en algunos otros, como en el caso mexicano, textualmente reconoce que…se han realizado notables progresos en la lucha contra este tipo de analfabetismo y en la puesta en punto de nuevas técnicas pedagógicas adaptadas a este fin especial: son conocidas por ejemplo, las “misiones escolares” instituidas en México (a propuesta del director general de la Unesco Torres Bodet, cuando era ministro de instrucción pública de ese país) que propagan la instrucción elemental hasta los rincones más alejados del campo y las montañas (Piaget; 1985:22).
Ciertamente el problema de la gratuidad se complica por un problema de equidad y justicia social. Pues concordando con el mismo Piaget, la gratuidad no puede limitarse sólo al no cobro de los derechos de inscripción, sino que los problemas de orden económico en la familia y todos los aspectos que implica tantos los materiales escolares (más allá del libro de texto gratuito) como tener las condiciones materiales para enviar a los hijos a la escuela desde la alimentación, salud, vestido, vivienda y transporte, son vitales y sin duda trastocan el proceso de desarrollo individual y social del niño, joven o adulto que desea y debe recibir educación para perfeccionar su vida moral, intelectual y por qué no, la vida afectiva-emocional.
A fin de cuentas estamos formando a una persona integral, cuyo derecho a la educación nadie lo niega, aunque bien sabemos que la vida material puede ser tan decisiva que sean las condiciones de pobreza extrema, las que impidan, como a millones de mexicanos les sucede hoy en día, a acceder a este derecho universal también defendido y analizado por dos intelectuales contemporáneos uno del otro, que a pesar de tener trayectorias profesionales y continentes distintos en su origen, están unidos en la causa común: superar la ignorancia y la pobreza del ser humano, cuya tarea es de todos.
*Doctor en Pedagogía/UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.