Por Sylvia Teresa Manríquez*
– Si te digo que te quiero, ¿volverás?
– Pero si no me he ido
– Con la noche te irás
– No lo haré
– Lo harás, antes que yo…
Salió temprano al trabajo. Una agencia publicitaria, su negocio. Iba preocupado. Dos noches atrás entraron con violencia a su hogar, entre el desorden sólo detectó la ausencia de la computadora personal.
Recordó su viaje a la capital el día anterior. Meditó. ¿Cuándo irán a cambiar las cosas en este país?
Un trozo de papel que escapó de la bolsa del pantalón al sacar el dinero para el limpiavidrios, limitó sus cavilaciones. Un dibujo: el sol, el perro, la mamá, el papá y el niño, “Te quiero papi”. Sonríe.
Por primera vez participó en una contienda electoral, en un distrito que se sabía difícil para el partido que lo nominó. La votación le favoreció. Sin embargo, no se sentía feliz.
En un eco le vienen las palabras, que como se dice una bendición, su esposa le repite cada vez que sale de su hogar:
– Si te digo que te quiero, ¿volverás?
– Pero si no me he ido
– Con la noche te irás
– No lo haré, además no es de noche…
La oficina es inquietud. Saludos solidarios por el triunfo, timbre de teléfono constante, propuestas, peticiones, sugerencias, exigencias, una amenaza. Le preocupa la computadora hurtada.
Juntas, preparativos, conflictos. La tierra, el agua, los indios, las leyes, la autoridad, la injusticia, la división. Otro día de vértigo.
Su partido lo convoca, hay problemas. No cederán. Está listo. Se sabe acompañado.
Después, la comida. Dos hombres de la capital en la mesa, presionan, amenazan, no logran persuadirlo. Firme en su decisión, lo mismo que un día antes en la capital, no defraudará sus convicciones.
– Si te digo que te quiero, ¿volverás?
– Pero si no me he ido
– Con la noche te irás, lo presiento
Termina la comida con enojo, desaliento, frustración, impotencia. El triunfo en la urna se vuelve garganta de lobo. Lo llaman de la oficina, el representante indígena lo espera.
¿Quién tendrá su computadora? Teme las consecuencias del hurto.
La tarde cede. Encuentra el dibujo que escapó de su bolsillo por la mañana. Deja todo y atiende la urgencia de volver a su casa.
Cierra los oídos Apaga el celular. Urge llegar.
Un carro averiado en la calle de su casa. Intenta pasar sin detenerse pero en la cochera un hombre le pide ayuda. Debe bajar para auxiliar.
– Si te digo que te quiero, ¿volverás?
Tres disparos como respuesta.
Con la sangre se escurre la vida. En vano ella intenta desesperada sostener el cuerpo tendido en la calle.
– ¡Te quiero, vuelve!.
*Comunicadora.