Por Sofia Mireles Gavito*
La pintura mural mexicana empezó en el paleolítico, como lo demuestran los murales rupestres de San Borjita, en Baja California Sur, a los que provisionalmente se atribuye la fecha del año 4,000 a. de C. Más hacia el sur, en el estado de Guerrero, se encontraron murales perfectamente identificados que pertenecen al periodo preclásico, 2,000 A.C.
Después de esta etapa, viene la época clásica del muralismo en todo su esplendor, que abarcaría el periodo comprendido entre los siglos V y VII. Los murales pintados desde el siglo IX hasta el XI corresponden a la época en que la teocracia estaba en su apogeo y existía el culto a Quetzalcóatl. Por último están los de la época nahua cuya realización van de los siglos XI al XVI.
Dentro del arte prehispánico se han menospreciado las pinturas murales rupestres, pero la excelente calidad de los murales de la cueva de San Borjita, Baja California Sur, la han hecho comparable con las pinturas de fama mundial de la cueva de Altamira, en Santander, España. En la cueva de San Borjita está reproducida la figura humana de una mujer con los senos colgados hacia los lados, está pintado en color rojo. También se distinguen personajes que llevan una piel moteada.
A mediados de la década de los setenta del siglo XX, se encontraron unos murales de filiación olmeca en la zona de Guerrero, cerca de Acatlán, su contemplación nos permite establecer que ya se empleaban varios colores, y que la cultura prehispánica había llegado ya a un alto grado de perfección.
El periodo clásico de la pintura mural se encuentra en la etapa tolteca. Entre los siglos XI y XII se inicia la escritura pictográfica de los códices: Borgia, Vindobonensis y Nuttall, cuyas características se pueden apreciar en los murales de Tulum, Quintana Roo; los de Bonampak, Palenque y cuevas de Trudy Blom, en Chiapas; las Higueras, Veracruz; Teotihuacán, Estado de México; y los más bellos, sin duda, de Cacaxtla, Tlaxcala.
Las pinturas de BONAMPAK fueron descubiertas en 1946 en la zona arqueológica del mismo nombre, situada cerca de la cuenca del río Lacanjá. Las escenas pictóricas con figuras humanas de gran dinamismo, que recubren las paredes y bóvedas de los tres salones del llamado Templo de las Pinturas, no sólo tienen gran importancia artística sino etnográfica, pues nos permiten comprobar muchas de las aseveraciones que el Obispo Fray Diego de Landa nos legó en su obra Relación de las cosas de Yucatán. La armonía y la perfección de los frescos de Bonampak excede la descripción de la mejor pluma. El tema principal de la decoración es una ceremonia con personajes ricamente ataviados. Debajo de esta escena hay una fracción de la orquesta, que está en otro mural.
Conocer la pintura mural mexicana es importante, porque nos va a orientar sobre el estado social del momento en que se pinta. Podemos observar que mientras la religión no se había posesionado del gobierno, el artista pintaba con mayor libertad e imprimía a sus obras más realismo y policromía. También podemos afirmar que el pueblo mexicano siempre ha sido esteta, cualidad que perdura hasta nuestros días.
*Cronista de Tonalá, Chiapas.