Por Faustino López Osuna*
Ícono de la música popular, de José Alfredo Jiménez, famoso y célebre, se ha dicho casi todo. Que nació hace 87 años, el 9 de enero de 1926, en el pueblo Dolores Hidalgo, Guanajuato, pero que murió de tan sólo 47, el 23 de noviembre de 1973.
Que fue hijo de don Agustín Jiménez Aguilar y doña Carmen Sandoval y, por ello, su nombre completo fue José Alfredo Jiménez Sandoval. Que su padre era propietario de una farmacia y al quedar huérfano de él a los 10 años de edad, se trasladó con su madre y tres hermanos a la ciudad de México, donde su progenitora intentó mantener una pequeña tienda, sin conseguirlo, lo que obligó a José Alfredo, ya adolescente, a emplearse en diversos oficios, desde camarero y de mesero en el restaurante “La Sirena”, donde conoció a importantes artistas de la época que frecuentaban el negocio, entre ellos a Andrés Huesca, Miguel Aceves Mejía y Rubén Fuentes, quienes supieron de sus primeras composiciones, de excelente factura, llevándolas al acetato, sobreviniéndole el éxito, sobre todo con el más influyente cantante del momento, Jorge Negrete, quien alcanzó a grabarle siete temas, entre ellos El Jinete y El hijo del pueblo.
De lo que se ha dicho poco de José Alfredo, es que Carlos Monsiváis, con su chispa genial y extraordinario talento, prologó el libro José Alfredo Jiménez, Cancionero completo, Editorial Océano/SEP, 320 páginas. Y de lo que no se ha dicho nada, es que el enorme compositor guanajuatense, con todo y haber sido autodidacta y no haber sabido jamás tocar instrumento musical alguno, tuvo conocimiento y dominio del verso en español, utilizando en sus canciones todas las métricas del mismo. Como no conozco de él ninguna autobiografía, imagino que a temprana edad algún maestro de pueblo, percatándose de su facilidad para componer, lo introdujo en el universo de la versificación, poniéndolo a leer, tal vez, El declamador sin maestro. No se nace con la técnica, sino que se adquiere. Al joven José Alfredo le tuvieron que explicar y enseñar mínimamente la diéresis (deshacer un diptongo, haciendo de una sílaba dos), la sinéresis (contracción de dos sílabas en una sola) y la sinalefa (reunión en una sola sílaba de la última de un vocablo y la primera del siguiente) para el conteo correcto de las sílabas, lo cual dominaba. Al conocerlas y utilizarlas correctamente, más su prodigioso oído musical, le permitieron hacer canciones perfectamente cuadradas.
Como todo versificador lírico desde el Siglo de Oro hasta nuestros días, además de la variedad de combinaciones métricas que le exigían sus propias bellas melodías, José Alfredo Jiménez utilizó con maestría los versos octosílabos (ocho sílabas) y endecasílabos (once sílabas), básicamente con rima asonante, y, en contadas ocasiones, con alguna azarosa consonante. Pero la métrica que más utilizó deliberadamente, fue la decasílaba o de diez sílabas, que es la métrica del Himno Nacional Mexicano: “Me(1) xi(2) ca(3) nos(4) al(5) gri(6) to(7) de(8) gue(9) rra”(10). Con la variante del ritmo: mientras el Himno está en compás de 2 por 2, que es una marcha, las canciones de José Alfredo con dicha métrica, están en 3 por 4 o vals. Resulta admirable su dominio del decasílabo. Ejemplo, en Que te vaya bonito: “O(1) ja(2) lá(3) que(4) te(5) va(6) ya(7) bo(8) ni(9) to”(10).
Entre otras tantas canciones en que el autor de El Corrido de Mazatlán utilizó el verso decasílabo, destacan: En el último trago, Despacito, La mano de Dios, No volveré, Paloma querida, Esta noche, Yo, Tú y las nubes, Palabra de hombre y Corazón, corazón.
Otro recurso muy utilizado por el cantautor de Si nos dejan, fue el verso alterno, intercalando el decasílabo con versos de otras métricas, pero con buen gusto y equilibrio perfecto. Igualmente no deja de asombrar que José Alfredo Jiménez primero escribía las letras de sus canciones y luego les ponía la música, con melodías sencillas pero retentivas, o para la memoria, que es facultad del recuerdo. No hay una sola de sus tonadas feas o difíciles. Se aprenden a la primera oída. José Alfredo aceptó, sin embargo, que sin los arreglistas de las mismas, tal vez muchas de sus canciones no hubieran tenido el éxito que tuvieron, reconociendo, así, al enorme compositor Rubén Fuentes, que vistió varias de sus obras con arreglos más hermosos que su propia melodía, como los de los huapangos El Jinete y El siete mares.
Mito o leyenda, en algunas publicaciones se afirma que José Alfredo Jiménez compuso más de mil canciones y, en otras, 300, que lo mismo son una vastedad. Lo cierto es que dejó muchas letras sin componerles la melodía. Nuestro enorme compositor, maestro José Ángel Espinoza Aragón, muy amigo de él, le puso música a dos de dichos temas inéditos, que le facilitó su viuda, doña Paloma Gálvez, que se conservan manuscritos, cuenta don Ángel, en una gran libreta de pastas gruesas. Más recientemente, del mismo modo como lo hizo el maestro “Ferrusquilla”, el grupo Elefante puso música a su tema inédito Fugitivo, que fue incluido en el álbum que como tributo a José Alfredo, lanzó Sony International, con artistas exponentes del rock, como El Tri, Maná, Moenia, Miguel Mateos y Joaquín Sabina, entre otros.
Saludo con admiración a José Alfredo Jiménez Sandoval, al cumplirse, en 2013, 40 años de su fallecimiento, quien, con la humildad de los grandes, descansa por voluntad propia en su pueblo natal, Dolores Hidalgo. Él, sin presumir de cantor de su Estado, supo contar mejor las diez sílabas del verso decasílabo, que un ingeniero.
*Economista y compositor.