Por Jaime Irizar López*
La historia, la política y la vida misma, se resume en hablar de épocas, hombres y hechos. Hay quienes trascienden su tiempo por sus grandes obras o ideas, otros, los más, trascendemos a través de los rasgos, gestos, costumbres, ejemplos y tradiciones que les heredamos a los hijos.
Pero cabe decir que en cada pueblo o región siempre podemos encontrar una clase de hombres sencillos que se inscriben en la historia local, por definir su vida con acciones, dichos e ideas curiosas y originales que despiertan la simpatía popular y por ello son remitidos con mérito suficiente al rico inventario de nuestro folclor.
Bien dicen los expertos en felicidad que lo más difícil en la vida es encontrar un significado, una razón a nuestra existencia y definir con ella nuestros actos, pues si la encontramos con oportunidad, es seguro que las razones de gozo vendrán por añadidura.
En ese sentido hoy voy a comentarles algunos aspectos sobre dos personajes de mi pueblo que en si pueden representar una clara muestra de lo que una vida sencilla necesita para encontrar la paz: una razón de ser.
No hace mucho tiempo caminaba gustoso por el centro de la ciudad, y llegué a la Plaza de Armas, entré por la esquina donde El Bolero más famoso de mi tierra ha hecho de dicho lugar, su segundo hogar, y de su oficio toda una religión que pregona con gran orgullo y satisfacción.
El conoce casi a todos los personajes más importantes de la localidad y a los de otras ciudades vecinas que en calidad de turistas acuden a la nuestra. Ellos también conocen lo elemental de su vida. Qué maravilla, con su humilde actividad saca adelante con holgura a su familia y de manera adicional, esto lo saben todos, apoyó solidariamente a un hermano hasta que llegó a titularse de médico, logros que el presume con mucha razón y orgullo cuando se toca el tema.
Pero aparte de gustarle mucho su oficio, su verdadera gran pasión es la vida y obra de Pedro Infante, este sentimiento que a diario manifiesta, de siempre lo ha distinguido, pues tiene a este gran artista en calidad de semidiós. Su veneración y sus conocimientos sobre el repertorio musical y fílmico son únicos, y con ello se ha ganado un sinnúmero de simpatías. La promoción vehemente ante los que visitan la Plaza de Armas sobre las virtudes de su idolatrado personaje, son elementos más que suficientes para hacerlo feliz todos los días del año. Fotos, posters, discos y equipo de sonido a diario le ayudan a reproducir las famosas melodías y a mantener vigente un recuerdo que por sí solo le ayudo a encontrar un sentido a su existencia y a ser feliz.
Volví al sur, caminé por una calle paralela al boulevard y miré lo que hace muchos años escandalizó a la comunidad: una carreta de mariscos frescos que fue colocada a mitad de la cuadra en una de las zonas más céntricas de la ciudad; el encargado los elabora ahí mismo para deleite de quienes al lugar acuden y para generar la preocupación y el espanto de las figuras maternales aferradas a los mitos de un pasado reciente.
Este negocio nació para acabar con tabúes y creencias sobre la alimentación y para incrementar las recomendaciones prohibitivas de las abuelas y las madres estresadas; pues su dueño a sabiendas de que el estómago de los jóvenes no obedece a reloj alguno, eligió un horario nocturno para su negocio; este abre sus “puertas” a partir de las ocho y media o nueve de la noche, para dar servicio ininterrumpido hasta las dos o tres de la madrugada. Allí los trasnochadores o fiesteros del día, en el camino a su casa, hacen una parada técnica para evitar acostarse con el estómago vacío y llenarlo con alimentos que aminoren los estragos del alcohol, disminuyendo así el sufrimiento del día siguiente.
Que hace daño cenar muy tarde o comer mariscos por la noche son creencias que en mi pueblo van quedando en el olvido; lo mismo que comer sandia y tomar leche, comerla sin ponerle sal; o aquella recomendación tan conocida hecha por las abuelas de no bañarse inmediatamente después de comer, mucho menos hacerlo después de haberse comido un platón de menudo, cocido o de el rico pozole de puerco, ni que decir de irse luego luego a dormir tras su ingesta porque nos podía dar una “congestión” y morir en consecuencia.
Como cosa curiosa les comento que al propietario y único empleado del negocio, le circula la sangre tan despacio que en lo personal dejé de ser su cliente porque siempre me ha desesperado su inusual lentitud. Tal es el grado de lentitud en su trabajo que un día muy intrigado le pregunté a su mamá que si siempre había sido así, a lo que presta contestó después de emitir una franca carcajada.
Como respuesta formal me dijo la señora con risa pícara y franca: “Fíjese que de bebé se tomaba el biberón hasta que se le hacía requesón, ahí usted sabrá.” Con ese ejemplo agotó el tema y me dio la información suficiente para no volver a cuestionarla jamás.
Esta es la razón por lo cual les recomendaba a los turistas que sabían del lugar y querían conocerlo, que llevaran una “torta” para amortiguar el hambre y tolerar la tardanza que lo distingue. Aún así, con esta particularidad gozan de fama y cierto prestigio los productos del mar preparados por él y tiene, gracias a ello, una mediana clientela que le da para vivir sin grandes limitaciones. Creo que su clientela no tiene prisa alguna en su vivir y ve con agrado y complacencia la tardanza exhibida, pues ello les acomoda muy bien para seguir echándose las cervezas del estribo.
Concluyo diciendo que para gozar de la vida es obligado encontrarle su lado bueno, montarse en el caballo de los logros y olvidar pasados dolorosos, pero fundamentalmente tener una razón poderosa para vivir y servir.
*Doctor y escritor.