Por Jaime Irizar López*
Hoy que leía el periódico y vi las fotografías y declaraciones de un alto funcionario público, quien a juicio de muchos es hoy un excelente servidor público, pero que otrora fue un defensor radical de los pobres y uno de los promotores más entusiastas de una revolución que nunca llegó, me vino en automático el recuerdo de un hecho que supuestamente sucedió por allá en los años setentas, pero que nunca se confirmo su veracidad oficialmente.
Tengo por cierto que las creencias políticas y las religiosas se van transformando conforme los años pasan y que el ansia de poder y de riqueza se disfraza con gran frecuencia de altruismo o de lucha social radical, hasta que llega la bonanza deseada a despojarlos de sus vestiduras y revelar con crudeza la hipocresía de sus liderazgos y la realidad de sus intereses. Evoco esta historia real o ficticia aquí a sabiendas de que la gente de mi pueblo ya la olvidó por completo y que ésta, bien o mal, nos puede dejar aunque sea una enseñanza modesta.
Cuentan que de los estratos sociales más lastimados por el sistema económico de entonces, surgió un grupo de luchadores sociales por allá en esos años, liderados por un joven talentoso de clase media; todos ellos adoctrinados por una izquierda radical que se había apropiado ideológicamente de casi todas las prepas y universidades existentes en esa época en el país.
Los jóvenes estudiantes, motivados por el hambre y por las paupérrimas condiciones en que vivían, cimbraron las estructuras del poder al secuestrar a un hijo de un ex presidente municipal, que se distinguió por su ambición desmedida y su cinismo.
Pidieron por él, un rescate muy original dadas las características de las condiciones de su entrega y por la suma gigantesca que exigían, como condición para la liberación sano y salvo de su descendiente. Eran esos días en los que conocí lideres con discursos incendiarios, de leer a Marx, Engels, Gorki, y escuchar hasta el cansancio casi a nivel de himnos solemnes, las canciones de protesta más en boga: “Las casas de cartón”, “A parir madres latinas” y “Hasta siempre”, mismas que inspiraron para llevar a la práctica algunas ideas revolucionarias fraguadas en el dolor social más grande: la pobreza.
Este grupo de jóvenes secuestradores y librepensadores, en aras de legitimarse como honestos procuradores de la justicia social, exigieron que el monto total del rescate se invirtiera en la adquisición de cobijas, despensas, electrodomésticos y otros enseres de gran utilidad para las clases más necesitadas; condicionando además, que éstos deberían ser repartidos en las colonias populares ante la presencia de todos los medios de comunicación masiva más un notario público que diera fe del monto invertido y de la legalidad de la distribución. Otra condición para la liberación, fue que el ex presidente externara públicamente las razones reales de tal donación y reconociera de igual forma, su vergonzante proceder durante su ejercicio de poder.
Esta acción inédita movilizó a todas las fuerzas del orden y a los órganos de inteligencia del país para extirpar de raíz con este intento “ilegal” de acabar con la corrupción y el enriquecimiento ilícito de los funcionarios públicos.
Hoy sólo queda de ese grupo social reivindicador el recuerdo vago, en forma de cuento o leyenda urbana; pues fue tan efectiva la actuación coordinada de las autoridades en este caso, que la gran mayoría ya olvidó el incidente abortado, con la excepción hecha para los integrantes de diez hogares del pueblo que aun esperan el regreso de igual número de hijos que desaparecieron sin dejar rastro alguno. El temor y una sociedad indiferente a las luchas honestas que por ella se realizan, ayudaron con gran determinación a enterrar el incidente y a dar paso rápido al olvido del mismo.
Cuando la lumbre llega a los aparejos a todos se nos quita lo lento y lo pen…, dijo el coordinador especial del operativo, queriendo rubricar con esta frase el éxito de su misión.
A dudar de la bondad extrema que se preocupa con ansiedad enfermiza por buscar reflectores, pues tal vez esta esté encarnada en hipócritas que esconden sus verdaderas intenciones, o en pillos que tejen con unas bonitas palabras y acciones, muy nobles en apariencia, toda una red para atraparte y utilizarte, fue la enseñanza mayor que adquirí de ese periodo personal con francas simpatías revolucionarias.
*Doctor y escritor.