Por Jaime Irizar López*
Cuantas cosas aprende el hombre mediante las vivencias contrastantes. Su ser se va forjando en lo racional o sentimental en virtud de las experiencias asimiladas que son el producto de los juicios que efectuamos sobre eventos que reflejan los extremos de la vida.
Apenas se nace y se siente el contraste entre la seguridad, el confort, lo placentero del vientre materno y la brusca irrupción a un mundo todo incertidumbre, que amenaza con maldecirnos a fuerza de sensaciones extremas.
Extrañamos de inmediato el calor original y la dependencia tan estrecha que a través del cordón umbilical, tenemos con las generaciones de todos los tiempos. Lloramos al nacer, luego nos consolamos porque tal vez presentimos que en ese momento representamos la suma de todas las esperanzas de la humanidad. De nuestros padres y abuelos por ser los herederos de sus gestos, costumbres y tradiciones. De nuestros futuros hijos y nietos, por ser el potencial de cambio y el ejemplo a seguir, y de la vida misma, porque somos testimonios vivientes de la perpetuidad de la especie.
Somos también en el momento mismo de nuestro nacimiento, la esperanza renovada de dios porque representamos un proyecto de hombre más, que tendrá la libertad de elegir durante toda su vida, preferentemente el bien sobre el mal, y sabrá renunciar a todo lo negativo, no importando cual sea su forma o estilo de manifestación, porque entenderá con oportunidad que ello lo hará infeliz.
Pero pasa, queramos o no, el tiempo volando. Gradualmente, mediante este proceso natural de aprendizaje, vamos teniendo conocimiento de todo. Es por ello que con frecuencia, en cualesquier etapa del camino, hacemos una pausa y nos damos cuenta que extrañamos y deseamos lo que ya no tenemos. Queremos darle cariño y comprensión a quien ya no existe. Valoramos la luz cuando estamos a obscuras. En los momentos de dolor añoramos la risa y el placer. Solo decimos que es importante la salud, cuando estamos enfermos. Cuanta juventud y energía nos recuerda la edad madura. El odio nos evoca en automático la ausencia del mejor de los sentimientos: el amor.
En fin, todo, o casi todo lo hemos aprendido así. Por eso al final de la existencia, en el último minuto, ante la carencia de más tiempo, de más oportunidades, ante la certeza de la muerte inminente, la vida nos invitara a reflexionar, tal vez por última ocasión, sobre lo realizado con nuestra oportunidad vital. El resultado seguramente no estará en función de pérdidas o ganancias como suele analizarse casi todo actualmente, sino más bien, se traducirán en unos estados de ánimo favorables o no, para enfrentar el rencuentro inevitable.
En el último minuto, estará la diferencia en los estilos de vida. Para unos será luz intensa y agradable al final del túnel. Para otros desesperanza cierta por la negrura de su horizonte. Calma y sosiego, fe y confianza para el que obro como hombre de buena voluntad, incertidumbre y pena para el que malgasto su oportunidad. Recuerdo grato para los de conducta ejemplar. Olvido temprano para los que no tuvieron calidad en su persona, ni en sus acciones.
¿Dime por ultimo, quién pone limite a tus potencialidades? ¡Nadie!¡ De verdad que nadie! Quien te impide visitar y ayudar más a tu madre, consolar a tu amigo, abrazar a tu hijo, ayudar al que menos tiene, visitar al preso y al enfermo, cumplir un deseo o un capricho a un ser querido, hacer un bien sin interés, dar tu apoyo sin condición, correr de vez en cuando una aventura, cumplir tus buenos propósitos, ser grato y reconocer a quien te brindo su ayuda, dar la ropa y el calzado que no necesitas al menesteroso, hacer las cosas bien desde la primera vez, escribir algún poema. Decir te quiero con la frecuencia necesaria. Confiar y apoyar siempre a tu familia sin rigorismos sociales o morales, defender las injusticias. Motivar a tus compañeros de trabajo. Ser generoso en los elogios. Agradecer con sinceridad. Mandar con humildad. Rezar en tiempos de bonanzas. Creer en un mañana mejor. Aceptar resignadamente lo malo de la vida. Tener fe y optimismo. ¡Nadie, seguro es, que nadie te lo impide!
En fin, toda la fuerza, la voluntad y la decisión está en ti. Tú decides si das o quitas. Si odias o amas. Si fracasas o triunfas. Si eres feliz o no. Si avanzas o retrocedes. Si callas o hablas. Si ayudas o estorbas. Si te integras o te apartas. Si vives o mueres. Si construyes o destruyes. Si das vida o muerte. Si ríes o lloras. Si aprendes o enseñas. Si eres un hombre real o tan solo un número más en la estadística biológica.
Recuerda, que para quien quiere cambiar para ser feliz, el pasado no es una atadura y el futuro aun no existe; son tan solo dos formas distintas de nombrar el presente. En este, es donde se construye todo. Tu decides si pospones para un mañana incierto, el tomar el control de tus acciones, o le sigues echando la culpa a otros de todo lo que te sucede.
¡Anímate a cambiar! ¡Vive tu vida!
La única, efímera y gran oportunidad, de manifestarte positivamente.
¡No la desperdicies!
¡A nadie le eches la culpa! ¡Te recuerdo que tú eres el único autor del libro de tu vida!
Lo que escribas en él; ¡por dios, escríbelo bien!
*Doctor y escritor.