Por Carlos Varela Nájera*
Giorgo Agamben en su libro Infancia e historia describe como la experiencia queda sometida a las regulaciones de la autoridad más que al conocimiento que de ella pueda esperarse, esto se complica aún más cuando el discurso de la ciencia transforma la experiencia en experimento, sólo desde este lugar se legitima el cientificismo, Agamben parco en su explicación, menciona que la experiencia queda sacrificada en las llamas del conocimiento puro.
Existen discursos cuyo practicable no encaja en el experimento, es decir que su experiencia sensible no es el campo experimental, pero tienen incidencias sociales y desde ahí conjeturan sobre el sujeto, sus formas ideológicas de hacer lazo con los otros, de vivir sus propios malestares y soportar la existencia. Pienso que el modo en como el sujeto vive su propia experiencia es fundamental para explicar la singularidad de cada uno, su unicidad que lo distingue como rasgo unario frente a las colectividades, esto sería del orden de la experiencia más no del experimento.
Se juega más que la exactitud del experimento la verdad que cada uno vive desde su experiencia, eso que llamamos “caso”. El experimentalismo se cree tributario de la evidencia porque piensa que al repetir hasta siete veces su mismo experimento, esté cae en el mismo lugar, aunque en sentido estricto desde la dialéctica heracliteana esto seria imposible, nadie se puede bañar dos veces en el mismo rio, desde ahí se manifiesta la trampa que el experimentador manifiesta siendo él mismo señuelo de su propia impostura, tal evidencia de lo real sería la postura de todo empirismo que el positivismo orienta, donde ¡hasta no ver no creer! que sería la base epistémica de Santo Tomás.
El experimento intenta volver dócil y manejable aquel a quien se somete, esperando que en su instrumentación se vuelva al mismo lugar, que responda sin oponer resistencia, ya sea una rata o un sujeto, bajo el mandato del amo que en nombre del experimentador hace su función, pensando de esa manera, que si repite hace ciencia, no obstante, eso no deja de ser una manipulación para los fines propios del investigador, dejar indefenso al otro con el que se experimenta y en ese estado de indefensión se genera un paréntesis donde el experimento deshumaniza, más aún, si se trata de sujetos como en Guantánamo Cuba, donde la moneda corriente es la tortura para los prisioneros en su intento de readaptación.
Supongo entonces que el sujeto de experimentación, cuando de humanos se trata, no lo hace sin cierto forzamiento, hay de algún modo una elección que se realiza por fuera del deseo de este sujeto y cuando esto sucede, se produce una intrusión, un menoscabo por su condición humana. El forzamiento de esa elección a ultranza, independiente del deseo del sujeto, hace del experimento una nueva barbarie que en nombre de la ciencia se supone válida y se cree legitimar, esto desde el experimentador experimentado.
Ni que decir con la experimentación de chimpancés, perros, gatos y otros tantos animales que en el nombre de la ciencia se sacrifican, intentando de esta manera completar la explicación de lo humano desde el sacrificio animal, pensando que somos parecidos a las ratas o pichones, y por lo menos pienso que el sujeto es mucho más complejo que una rata, sus deseos y goce se regulan por el principio del placer, empujándolo pulsionalmente a una insatisfacción eterna, de la cual el capitalismo como discurso hace su agosto o su buen fin.
En el proceso de experimentación se encuentra tras bastidores un poder que se ejerce de manera autoritaria, que tiene nombre, y se despliega por sobré los otros saberes, una sola mirada, un sólo marco epistémico que reduce toda experiencia de sujeto a un neurotransmisor. Contra esta dictadura en el nombre del conocimiento, el discurso psicoanalítico plantearía otros dispositivos que desde la emergencia del sujeto se producen.
Jacques Alain Miller (1988) en su conferencia en Jerusalén plantea que el experimento no toca la verdad, citando a Lacan menciona “Yo siempre digo la verdad”, haciendo una pose con cierto aire teatral. Pero se trata de tomar una posición anti-Epiménides, que resulta más verdadera que el “yo miento” de Epiménides, ya que la verdad y la mentira no son de ninguna manera simétricas. No hay ninguna duda en cuanto a que la verdad es opuesta a la mentira, sobre lo que alguien afirma siempre se puede decir: “es verdad” o “es falso”, por lo tanto, existe una verdad que se opone a la mentira, pero aún hay otra verdad que se apoya en ambas y que está en relación con el simple hecho de formular, puesto que no hay manera de decir nada sin postularlo como verdad. Incluso cuando digo “Miento” estoy afirmando “Es verdad que miento”.
*Licenciado en Psicología por la UAS, Psicoanalista,
Doctor en Educación, Profesor e Investigador.
El sujeto de la experiencia no necesariamente tiene que convertirse en un numero para formar parte de la ciencia, basta con hacer de lo subjetivo de lo mas propio discurso. Excelente articulo!