Por Alberto Ángel “El Cuervo”*
La había contemplado a lo lejos… Su rostro bellísimo había capturado su atención, pero no era solamente eso lo que le atrapaba en una magia muy especial… Había en su mirar un brillo muy particular, un brillo que le envolvía con una sensación de saberla desde siempre… ¿Se habría dado cuenta ella de que no podía dejar de mirarla…? No lo sabía, pero sólo de pensarlo no podía evitar ruborizarse… Su temor al rechazo continuaba igual que siempre… No recordaba un instante de su vida sin que ese temor le envolviera… Y por esa justa razón, fingía buscar algo que no encontraba entre los miles de artículos navideños que las calles de El Carmen en pleno centro de la Ciudad de México ofrecían en voz de mil comerciantes-pregoneros… “Mire llévelo, mire, piérdale el aprecio al dinero, de qué le sirven unos cuantos pesitos a cambio de que se lleve esta magnífica prenda que les da envidia a los italianos cuando la ven, llévelo, llévelo, le damos precio…” “Pásele, pásele, todo está en oferta, güera… Llévelo” y de reojo vigilaba que permaneciera a la distancia suficientemente cerca para no perderla de vista… “Lléveselo, joven, no va a encontrar otro de tan buena calidad” y como ella se adelantara, sólo alcanzó a soltar la bufanda navideña encima de todas las demás llevándose una mexicanísima mentada… Ella, ya se había dado cuenta que la seguía, definitivamente sí… Con el corazón en la mano, intentaba localizarla… No era posible que la volviera a perder… volverla a perder… Era absurdo, pero era la sensación que le envolvía… No podía volverla a perder… corrió entre la gente, bajó de la banqueta y quedó justamente entre un pesero y un bicitaxi… Estuvo a punto de ser aplastado entre ambos pero siguió corriendo… Qué pendejada cometí, pensó… Verdaderamente grande, pero pues una pequeña pendejada la hace cualquiera, yo cuando las hago las hago en grande… Sonriendo por sus cavilaciones, la alcanzó a mirar de nueva cuenta al dar la vuelta en la calle de Colombia y entrar justo a la plaza del mismo nombre… Ella lo vio a punto del colapso por la carrera que evidenciaba su falta de condición física y no pudo evitar reírse… La risa, le hizo tomar valor y se acercó intentando controlar la respiración…
—Hola…
—Hola, jajajajaja, perdón, pero no puedo evitar reirme jajajajajaja…
—¿Por lo ridículo que me vi al correr tras de ti…? Pues sí, me imagino…
—No, jajajajaja por la escarcha que traes enredada jajajaja…
—¡Uyy, jajaja con razón se enojó tanto… Pensé que era por no haber comprado nada… Y es que por poco le tiro el puesto jajajajaja… Bueno, pues con esta carrera que di, lo menos que puedes hacer es aceptarme una invitación a tomarnos un refresco…
—No puedo, tengo que encontrar unas esferas que necesito…
—Te ayudo a buscarlas, no debe ser difícil, aquí en El Carmen tienen todo…
—Pues llevo como diez cuadras preguntando y todos me dicen lo mismo… “Una calle más allá, damita, ahí seguro las encuentra”
Después de caminar una cuadra más, ella alcanzó a ver el aparador con las esferas… él se lamentó de no haberlo visto primero y convertirse de ese modo en el héroe que solucionara su problema… “Permíteme pagar” “Por supuesto que no, ni siquiera te conozco…” “Si ese es el problema, me presento, Soy Jorge… ¿Me permites regalarte las esferas?” “Mucho gusto, soy Adela, pero sigo pensando que no, de ninguna manera” “Bueno, entonces acéptame un refresco o me pongo a llorar como desaforado delante de todos…” “¡Pero qué dramático, Dios mío, serías un buen actor…” Para salir de esa inmensa marea de gente que atiborraba las calles aledañas a El Carmen, ella tomó su mano y comenzó a dirigir sus pasos… De cuando en cuando volvía la vista como para asegurarse de que él la seguía sin ningún tropiezo… Su sonrisa le hacía sentir cada vez más seguro de que era un reencuentro… No sabía cuánto, pero seguramente habían compartido intensidades maravillosas en otro tiempo, otro paisaje, otro silencio… Y ella de nueva cuenta tomó la iniciativa llevándolo a un lugar verdadero oasis en el caos navideño del centro de la ciudad…
—Bueno y ¿por qué la necesidad imperiosa de las esferas…? Si se puede saber, claro… Si no, pues perdón por ser metiche…
—Claro que se puede… No hay nada de malo ni de oculto… Simplemente las necesito para decorar un set, una escenografía… Vamos a escenificar una pastorela y faltaban las esferas… Y es aquí en el Teatro Hidalgo.
Un agua de fresa con perejil, jamás hubiera imaginado que fuera tan refrescante… Y en un platito diminuto unos esquites… Y después de un rato, la plática fluía con toda la naturalidad… Era como si efectivamente se conocieran de siempre… Coincidencias de mil lugares, comprobar que hubo mil momentos en que sus caminos se cruzaron sin saberlo… Estuve en Radio Educación un tiempo… Yo también… Qué hacías… Conducía un programa ¿y tú?… También… conoces a Luis Cárcamo me imagino… No lo sé, me suena… Era el productor… Ah, creo que sí… ¿Te gusta el bosque?… Mmmm me gusta el campo… Cuál es la diferencia… No lo sé, tal vez el clima… Entiendo… Y las manos, como en forma casual, se fueron encontrando… De piel a piel pareció surgir una descarga eléctrica que motivó la sonrisa de complicidad en ambos al percibirlo… ¿Crees en que hay otras vidas? Pues no lo sé, pero definitivamente creo que contigo he vivido muchas cosas… Es que es extrañísimo… Sí, muy extraño, pero eso siento… No lo digo por ti, sino por mí, yo soy la que siente extraño pero muy intenso… ¿Te confieso algo? Sí, dime, dime… De regalo de navidad pedí algo muy especial… Qué pediste… Alguien que me cuide, ya estoy cansada de cuidarme sola y cuidar a los demás… Y el llanto afloró a su rostro hermosísimo sin control… La abrazó, y en ese abrazo de nueva cuenta esa extraña sensación lo envolvió… Besó su frente y ella se abrazó a él en un sollozo franco… El beso entonces, fue resbalando hasta encontrar su boca perfectamente dibujada… La entrega le hizo viajar, viajar a todas las edades, a todos los sentires… Salieron del restaurante tomados de la mano… Su caricia era absolutamente conocida, su tibieza, su suavidad… ¿Viste la película “Pide al Tiempo que vuelva”? Sí, claro, me encanta… ¿Dónde vas a cenar…? No lo sé, tal vez me vaya a mi casa después de entregar las esferas… Y si me invitas a compartir lágrimas viendo la película y llevo un vinito, queso y pan… Nada más el vino, siempre tengo botanas… Espera aquí, no tardo… Al salir del teatro lo abrazó…
—Tenía miedo… Mucho miedo…
—De qué tenías miedo, hermosa…
—De salir y que ya no estuvieras…
—¿De que ya no estuviera…? Eso no sería posible… Aunque debo confesarte que yo tenía el temor de que ya no salieras…
—De hecho, cuando veníamos caminando entre tanta gente, sentía muy bello el tener tu mano entre la mía y de pronto, la sensación de ir avanzando con temor de voltear y ya no estuvieras ahí…
—Pues… No me sueltes…
—Ni tú a mí… Mira, te guardé una esfera…
—De las que compraste..
—Sí, finalmente las esferas fueron las que nos permitieron compartir todo esto… Escogí la más linda para ti… Y cuando sientas deseos de verme y no esté, la tocas y es como si me tocaras a mí…
Y el brindis… Y las botanas, y un beso furtivo y una caricia… y la película que a la mitad deja sitio para la entrega… Y los derretires y el abandono y el sueño que el agotamiento provoca… Y en el momento del paroxismo, las palabras sorprendentemente amorosas… Era extraño estar diciendo palabras así si apenas se habían encontrado aún cuando muchas ocasiones habían estado a punto del encuentro… Cuando el sol le hería los párpados, despertó, pero ella ya no estaba… ¿Lo había soñado…? Desesperado, después de comprobar la ausencia dolorosa, se vistió a toda prisa pero antes de salir se dio cuenta de que la esfera estaba ahí, sobre la mesa… No había sido un sueño… La tomó, la frotó implorando que regresara, finalmente era navidad, tenía que regresar, no era posible que la volviera a perder… La angustia de perderla motivó el llanto y en mitad de las lágrimas salió a la calle… Preguntó al conserje por ella, pero el rostro de sorpresa le hizo angustiarse más…
—Perdón, señor, pero anoche llegó usted solo…
—No, no… Una señorita venía conmigo, una señorita de pelo corto, bajita, muy bella, acuérdese y hoy la debe haber visto salir muy temprano…
No esperó la respuesta, desesperado, corrió sin descanso hasta llegar al mismo sitio donde la había encontrado el día anterior… La gente parecía permanecer como hormiguero eterno… Empujones, carreras, angustia de no volverla a ver… Finalmente, se dejó caer con la esfera en la mano sollozando…
—Discúlpeme el atrevimiento… ¿Me puede decir dónde compró su esfera? Nomás no puedo encontrar dónde…
Y el abrazo enorme… Adela, Adela… Aquí estás… Cómo sabe mi nombre… Soy Jorge, Jorge… Perdón, me está confundiendo… No, no, mira mis ojos… Soy yo… Silencio que parecía eterno… Mire, no sé quién es, pero por alguna razón confío en usted, venga, vamos a que tome un refresco y a que coma algo, hay un restaurante aquí cerca donde sirven un agua de fresa y perejil muy refrescante… Luego me dice dónde compro esferas… Hoy es navidad y necesito comprarlas…
México-Tenochtitlan entre la magia de la época navideña.
*Cantante, compositor y escritor.
me pude decir donde compro su esfera ?
Dickens en su tiempo y con Ebenezer Scrooge con su Cuento de Navidad. Tú, mi querido Alberto, en tu tiempo y tu entorno. Con frases y situaciones que llevan tu sello. Tu Cuento de Navidad. Un beso.