Por Navi M. Cantarell Gamboa.*
Cuánto pesa el tiempo, sobre todo cuando se enlaza con los recuerdos, pero más pesaroso es el destino, fantasma que te persigue y del que nadie escapa. Si te señala, te abruma y te abomina, sumando y restando días a la existencia, estás condenado a perder siempre en ese juego, en sus apuestas nadie gana. Por eso a qué le apostamos cuando vivimos, nunca los resultados son nuestros, menos aun predecibles, sumando circunstancias avanzamos hacia nuestros fines o los ajenos, esperando sin saber qué. Desde mi puesto de vigía, paso días oteando el horizonte, barruntando las sorpresas de las estaciones; frio, calor o lluvia. Esperando y esperando. El regreso de los miembros de mi clan que como muchos de mi pueblo y de los otros pueblos surcaron la distancia en la búsqueda de una vida mejor, el mayor atractivo de hombres, mujeres, jóvenes y viejos, es el norte, muchos al regreso lo hacen en trocas y carros elegantes y muchos dólares, otros, la mayoría han vuelto sin trascender su existencia anterior, a veces algunos regresan de visita, por los pocos que allá quedan llevando lo incierto de otra vida diferente. Hay los que volvieron con los pies por delante y solo trajeron el pesar de la amargura a sus deudos. Con la edad y los pesares sacralizados, perdida la esperanza y el cobijo.
En el fondo de mi conservo una esperanza que me aterra y eludo como un abismo oscuro que amenaza absorberme. Solo me permito registrar recuerdos que reconforten el alma sin atender la melancolía de la soledad. Oponiendo obstáculos a la implacable agresión de los recuerdos amargos. Este camino que vigilo se los llevó y siento que él mismo traerá a mi gente de vuelta, la primera en marcharse fue Casilda, apenas contaba con 16 años. Una rebeldía muy suya, le dio ánimo para defender su, supuestamente amenazada libertad. Pecando de inocente en sus decisiones, no meditó las maledicencias ajenas. Nunca supe quien maloreó su mente con la idea de que yo, su padre, pretendía casarla con un individuo rico que no despertaba en ella ningún sentimiento de amor, y que la razón era que había una aportación pecuniaria. Por estos rumbos, se dice que a las jóvenes se les vende. Rumor que en estas fechas es más creencia que costumbre.
Casilda era bella, su presencia y personalidad llamaban la atención a las miradas masculinas, tal vez, en mayor medida deseos. Nunca supe como ideó la huida, tal vez la intención ya la había incubado en su mente desde tiempo atrás y fue detonado por alguien, eso nunca se sabrá. Todo sucedió cuando movíamos el ganado a nuevos campos de pastoreo, tarea que nos reclamaba tres días de ajetreo y esfuerzo, este compás de tiempo le dejó libertad para pensar y decidir su escapatoria. Mi sorpresa fue mayúscula cuando a mi regreso de las faenas, mi mujer me recibió envuelta en llanto por la pena de la ausente, pero más aún porque unos brazos menos harían mas pesada su de por si abundante carga de trabajo: preparar la comida de los peones, dar de comer a los animales, hacer queso e ir a venderlo al mercado. Durante una semana realizamos la búsqueda en Iguala y Cuernavaca; nadie, ni familiares ni amigos pudieron darnos razón de ella. Por nuestro acendrado fatalismo dejamos nuestras frustraciones supeditadas a la voluntad de Dios, al alto valor de los acontecimientos divinos e implacables. Nos resignamos a esperar, todo se resolvería con el tiempo. A fin de cuentas el tiempo es el que resuelve todo. Bien o mal pero resuelve, las mas de las veces con el olvido. Transcurridos cinco años, Dorotea, mi esposa, salió intempestivamente del pueblo sin decirme a donde iba, me entere después del medio día, a mi regreso del campo. Su ausencia duro tres días, a su regreso, no me dio una explicación, trajo una noticia: la hija ausente, Casilda, había muerto, pero no regresó sola, venia acompañada por dos pequeños mocosos, su vestimenta y tipo de zapatos era por demás extraños, traían además de unas boinas raras, desconocidas por estas tierras, su lenguaje era muy atemperado y la pronunciación veloz, no parecía español, y del español que hablaban arrastraban la z con mucho énfasis, a todo eso no le di mucha importancia porque acostumbrados a nuestro aislamiento geográfico y social, lo que llegara de México nos resultaba diferente y novedoso, lo aceptábamos como se recibe la luz del día al amanecer.
La mujer me comunico que los niños eran hijos de fallecida y por lo tanto nuestros nietos, mis argumentos fueron que ignoraba que se hubiera casado, pero dadas las circunstancias éramos lo único que los pequeños tenían en el mundo y sólo nos quedaba darles amor. Haciendo cuentas, sus edades coincidían con el tiempo de ausencia de Casilda. Pregunté por el padre de los niños y lacónicamente contesto que ni lo vio, ni supo quien era, ni donde estaba, tal respuesta me dejo atónito, con más dudas que razones, no quedando otra que abrazar a los pequeños y sentir que eran sangre de mi sangre. Dorotea fue egoísta conmigo y con la vida, no se quedó para acompañarme en mi vejez, menos en esta soledad, solo doce años sobrevivió a su hija. Los nietos crecieron altos, distinguidos y varoniles me sobrepasaban en 35 centímetros de estatura, eran fuertes y de cabello rubio, nunca supe de donde les broto tanta guapura.
A los 15 y 17 años de mis nietos, época en que Dorotea nos dejó, estos muchachos atraían a las jóvenes, solteras y casadas, quienes furtivamente se deslizaban al camil de la casa a sonsacar a los muchachos, ellos tenían “ese algo” que les gusta mucho a las mujeres, esa fue una de las razones que los llevó a emigrar del pueblo, sus deslices los ponían en peligro de muerte, la preferencia de ellas era una ofensa para los paisanos, y esos agravios en estos lugares se lavan con sangre. La región la formaban tres pueblos: los Sauces, la Concordia y el Calvario, lugares que tienen fama de ser cuna de hombres decididos y bragados. Para evitar las trampas del destino, la decisión fue enviarlos a Iguala, la esmeralda de la región norte de Guerrero; lástima que ahí los estropajeros y campesinos estén destruyendo el verdor de los cerros que la rodean, esas colinas que es un placer admirarlas al amanecer y en el crepúsculo, con ese mismo placer que se admira la corriente de un arroyo que murmura a los oídos del viandante la serenidad y magnificencia de la naturaleza.
Se establecieron los muchachos con la tía Infanta, quien los cobijó mientras encontraban su lugar en la vida. Es triste cuando las fuerzas menguan y la vida, la edad y los achaques te limitan en la construcción de nuevos proyectos, de la misma manera que el aislamiento y la distancia en las zonas urbanas te impiden acudir al llamado del deber. Por eso mi posibilidad de impulsarlos y apoyarlos era limitada o tal vez nula en la determinación de su futuro. Con que evanescencia tomamos la vida, ni los placeres atemperan las penas, mis nietos Mikel e Iñaky o Iñakiu, nombres que aparecían en los brazaletes que traían cuando llegaron a la casa y que nosotros no solamente ignoramos, sino pervertimos llamándoles Miguel e Ignacio. Mikel, le llamaba así en privado, poseía mucho talento, sabia vivir, aunque no me era ajena su vanidad humana; el buen comer, vestir bien y disfrutar el momento eran una debilidad en el. Mi compadre Rubén Lamas me conto la siguiente historia de mi adorado nieto: Su estancia en la ciudad de Iguala fue corta, apenas unos años, la diversidad de la vida en esa ciudad lo hicieron conciente del cúmulo de oportunidades a que podía acceder, a diferencia del pueblo que era una población demasiado cerrada y visible en sus menores acontecimientos, principalmente cuando se pisan y lastiman terrenos ajenos, lo cual implica riesgos excesivos e innecesarios. El compadre Lamas dijo que Mikel, pronto fue consciente de su atractivo con las mujeres, derivado de ello obtenía dinero para satisfacer sus necesidades y placeres, de ese modo le daba empujones a su entusiasmo de hacerse de una posición económica a costa de lo que fuese.
La mejor oportunidad de conocer mujeres siempre ha sido estar presente ahí donde ellas acuden relacionarse con ellas, es algo que se nos da de manera natural. Al principio Mickel actuó considerando que en este mundo no había más realidad que la ilusión, y las mujeres consagran su existencia al culto de sus defectos o frivolidades. Nunca se sienten suficientemente guapas, se consideran feas sin serlo, se dicen pobres aún cuando no tienen necesidades que satisfacer, agregan que no tiene suerte para el amor, o que la soledad las persigue, etc. De ahí que muchas vivan con la conciencia ajena, y sean fáciles de persuadir o seducir. Mikel, endeble es la vanidad, vivió mucho tiempo cobijado en el mito del atractivo masculino que poseía, que se le revirtió en ignorancia de todo aquello que no fuera mujeres diversión y dinero, sus acciones no podían permanecer impunes, las vicisitudes en su vivir lo acorralaban, la secrecía no es una dádiva en Iguala, sino la oportunidad de socializar con el prójimo.
*Cuentista Campechano.