Por Iván Escoto Mora*
Del 1º al 11 de noviembre del presente año, tuvo lugar la Feria Internacional del Libro de Oaxaca. La cita giró alrededor de la figura de José Emilio Pacheco, a quien fue dedicada la trigésima segunda edición de la reunión entre editores, libros y libreros.
La inauguración contó con la presencia del multipremiado poeta, quien acompañado de Margo Glantz, Sergio Pitol, Juan Villoro, Marcelo Uribe, Guillermo Quijas-Corzo y otros célebres de la cultura, dio el banderazo de salida desde el imponente Teatro Macedonio Alcalá.
Apropósito del evento, vale la pena voltear sobre el reclamo que José Emilio Pacheco hiciera respecto del premio “FIL de Lenguas Romances” que cada año se entrega en otra feria, la de Guadalajara. Este año el galardón fue para Alfredo Bryce Echenique, personaje controvertido de las letras peruanas.
La crónica que ofrece el periódico La Jornada, del 2 de noviembre de 2012, transcribe las declaraciones de José Emilio sobre el particular: “Me tiene muy preocupado en este momento, después de lo que ha pasado con Bryce, que no existe el autor, el autor del texto es el lector, entonces, se tiene el derecho de tomar un texto de quien quiera”.
Según se afirma en algunos medios, Bryce era inadecuado para recibir el premio que confiere la FIL de Guadalajara, en virtud de que obran en su contra acusaciones de plagio aunque, debe decirse, el escritor peruano defenestra las culpas que se le endilgan y, pese a las críticas, recibió el galardón a la distancia, a través del largo brazo de las autoridades culturales mexicanas, que tuvieron que trasladarse fuera del territorio nacional para entregar el reconocimiento.
El tema del plagio no es nuevo en la literatura y menos en la historia reciente. El asunto es difícil porque borda sobre el delgado hilo de la “originalidad”. En semejante angostura, es necesario definir quién es el creador, quién el re-creador y quién el plagiario.
José Emilio Pacheco afirmó durante la inauguración de la FIL Oaxaca que, en literatura, “siempre son posibles los remedos involuntarios”. El poeta comentó que “él tiene una historia contada en su libro El Principio del placer que se asemeja a otra escrita por el chileno Eduardo Barrios. En ambas el protagonista es un niño enloquecido de amor”. Sin embargo, afirma José Emilio, en su caso “no hay plagio porque al escribir su cuento desconocía la existencia de la novela corta del chileno”. (La Jornada 2 de noviembre de 2012)
Según la Ley Federal de Derechos de Autor, en nuestro país los derechos morales son, en pocas palabras, una parcela ganada por los creadores, correspondiente al reconocimiento, al crédito por el esfuerzo, al talento y al trabajo.
¿Qué protegen los Derechos de Autor y los derechos morales que de ellos derivan? La respuesta se resume en: La fijación material de la idea cristalizada en una obra. Es decir, no se protege la idea en sí misma, como no se protege una palabra ni un concepto, ni siquiera el contenido noticioso de los hechos que acontecen en el mundo. Lo que se protege es el estilo de eso que se construye con las ideas, las palabras y los hechos; lo que se protege es la transformación original de la materia que ha existido y preocupado siempre a los seres humanos: la existencia.
Los derechos morales entregan a los creadores la potestad de determinar si su obra ha de ser divulgada; exigir el reconocimiento de su calidad de autor; oponerse a cualquier deformación de sus creaciones o a que se les atribuya la autoría de alguna obra que no les corresponde. Pero: ¿cuándo hay deformación y cuándo derivación innovadora? Difícil pregunta, compleja respuesta.
Los derechos morales son bienes intransferibles, irrenunciables, inembargables, imprescriptibles. Sólo el creador de la obra o sus herederos están facultados para ejercerlos y defenderlos.
Precisamente con motivo de los derechos morales, María Kodama exigió a la editorial Random House Mondadori, retirara la edición del libro Borges y México, que contenía un texto de Elena Poniatowska en el que la escritora atribuía al argentino la autoría del poema “Instantes”. Elena precisó que el ensayo fue publicado en esa edición sin su autorización. El libro fue retirado del mercado y la casa editora aseguró que reaparecería pero sin el ensayo objetado (La Jornada 2 de agosto de 2012).
En otra historia, Sealtiel Alatriste, habiendo sido elegido como uno de los ganadores del Premio Xavier Villaurrutia del año 2012, se vio obligado a rechazar el galardón con motivo de una tormenta de críticas desatada por presunto plagio en diversas publicaciones periodísticas.
Según se lee en la revista Proceso de 16 de febrero de 2012: “Alatriste aceptó haber cometido “un error” al copiar con su estilo textos de otros autores en algunos de sus artículos”. Aunque replicó que el resto de su obra literaria se encontraba libre de tachas.
La dificultad en el estudio de los Derechos de Autor estriba en que, dentro del arte, la definición de “originalidad” se encuentra sometida, en cierta medida, al fiero ejercicio de la política cultural, institucional o no, que decide cuándo hay plagio, cuándo coincidencia, cuándo desliz y cuándo reinterpretación creativa. Entre tantos detalles, aún escritores agudos como Pierre Menard estarían confundidos. En todo caso, tendríamos que considerar las palabras de Eric Nepomuceno quien, al charlar con sus lectores el pasado 4 de noviembre en la FIL Oaxaca comentó: “Un escritor es un gran mentiroso pero nunca un falsificador”.
*Abogado y filósofo/UNAM