Por Fidencio López Beltrán*
Retomando este principio inspirador que le dio vida a la UNESCO, podemos afirmar que estamos obligados a repensar la educación como una de los mejores caminos para lograr la paz: sea considerada un espacio público y político, sea comprendida como el sector social más grande o sea concebida uno de los procesos más enriquecedores del desarrollo humano y social.
La educación en pleno siglo XXI de una u otra manera sigue abrigando las esperanzas de todo sociedad civilizada; declara y se esfuerza por aportar algo que permita a alcanzar la paz, la justicia, la democracia, la solidaridad y la equidad entre hombres y mujeres independientemente de su raza, color, religión, condición económica y sociocultural, inclusive de su preferencia sexual. Sin embargo, pareciera ser que a la educación, le cargamos todos los problemas sociales y por ende, se le endosan los propósitos y contenidos curriculares del devenir cotidiano, sin mediar pedagogía de cambio alguno. Tanto así, que cuando surge un problema social, los gobiernos, los gremios o los mismos sectores empresariales y sociales, inmediatamente se refieren a la educación, a la escuela, a la Universidad o a la misma ciencia, como posibilitadoras de las soluciones requeridas. Seguramente sucede eso, porque la educación, al igual que la ciencia y la tecnología, representan a la inteligencia humana y hasta hoy pareciera ser, que no hay otro camino viable, al menos para los educadores.
Frente a la guerra, sea la declarada entre las naciones (ejemplo Israel, Palestina, el controvertido mundo árabe y los norteamericanos) o la no declarada (violencia de alto impacto en donde se suman miles de muertos por el descontrol del narcotráfico y/o de tráfico humano en América Latina), cuyos destrozos y damnificaciones son tan grandes, que los mismos gobiernos, grupos de poder político o de intelectuales, se preguntan permanentemente qué hacer para abatir la inseguridad y al menos, minimizar la violencia y a su emergente sociedad necrofílica. Sus respuestas y sus miradas casi siempre vuelven a la educación, aunque a veces, esas miradas están carentes de sujetos y contextos concretos.
Además, la existencia de una paradoja largamente experimentada en el mundo educativo que promueve el Estado, al menos en el caso de México, es que mientras los gobiernos reconocen en la educación y en particular en la educación para la paz, como una de las estrategias más viables para promover e intervenir a favor de la paz y la seguridad que tanto requerimos, sus presupuestos de inversión-gasto (seguramente aquí solo representa gasto) se aplican en capacitar y adiestrar nuevos policías militarizados, y sobre todo en comprar equipos, armas y dispositivos de todo tipo para combatir a los grupos de sicarios y narcotraficantes que materialmente se han adueñado de pueblos enteros, provocando entre los unos y los otros, un pánico indescriptible en ciudadanos que demandan paz y seguridad. Sus resultados son tan angustiantes-deprimentes, que a ratos pareciera ser más un acto esquizofrénico que un acto de ejercicio sensato de poder gubernamental. Eso debe cambiar y la nueva educación que imaginemos, deberá reflexionarlo y actuar inteligentemente.
Por lo tanto, si el Estado no pone atención a las prioridades políticas desde lo social y lo cultural, para edificar una nueva educación, comenzando por re-educar a los mismos políticos y a sus asesores; y en general, para re-educar a los ciudadanos y sus educadores, se seguirán acumulando frustraciones y desalientos. Urge darle cabida a nuevas ideas y planteamientos que se concentren a invertir en una educación social y detener esquemas de gasto del dinero público en donde ni en lo corto ni a mediano plazo veremos la motivación y la esperanza que tanto requerimos fomentar nuevas expectativas en ciudadanos y comunidades enteras.
Ratificando nuestra convicción de que es un buen momento para reflexionar en la pertinencia de impulsar una re-educación para la formación de mentes que promuevan y piensen en la educación para la paz y por tanto, que sean las mentes que se constituyan en el baluarte de la paz y ya no de la guerra, nos urge pensar y re-pensar en los distintos grupos, organizaciones, equipos de trabajo, amas de casa y padres de familia, colectivos de con liderazgos naturales y liderazgos estructuralmente organizados, para que sean ellos mismos los promotores de una nueva educación, en la que nos entrelacemos culturas y estilos diferentes de vivir, cuyas iniciativas gestión y autogestión social permitan fomentar y formar a toda una sociedad educadora y favorecedora de la educación para la paz.
*Doctor en Pedagogía/UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
Mi comentario lo resumire en una cita de uno de los grandes lideres sociales de la sociedad americana Martin Luther King: » Para todos los conflictos humanos, el hombre debe desarrollar un métodod que rechace la venganza, la agresión y las represalias. La base de todo es el amor».
Muy buena propuesta Sr.: REEDUCARNOS.
Felicidades