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LA PARROQUIA DE MI PUEBLO

Por domingo 18 de noviembre de 2012 Sin Comentarios

«La religión debe servir para dar ánimos, no para infundir miedos»
ARTURO GRAF

Por Jaime Irizar López*

Mucho tiempo viví alejado de la religión porque pensaba que era absurda la manera de proceder de la Iglesia respecto de las malas y perniciosas conductas de personas que poco, por no decir nada, tienen de cristianas, a quienes se les concede la gracia enorme que encierra la fe de los católicos, que es la del perdón del pecado más atroz con sólo confesarlo.

Pensaba que con esta práctica se generaba de inmediato la catarsis más efectiva que actualmente se tenga conocimiento y se limpiaba en consecuencia el alma de todas las impurezas sin necesidad de acudir a costosas terapias psicológicas o a los tribunales terrenales.

Algunos hombres y mujeres de mi gloriosa tierra se acogen con gran frecuencia a este beneficio, mismo que propicia sus cómodas conductas, y los alienta a mantener vigente el círculo vicioso de obrar mal para pedir perdón después.

Por fortuna, lo digo con honestidad y apego a la verdad, que no son muchos los que se encuentran en esta condición, pero me consta que esos pocos, actúan con una libertad que a veces raya en la perversidad, a sabiendas de que un diezmo y una confesión a tiempo realizada en la visita al templo, los liberarán de todas sus culpas por las malas acciones cometidas y les inyectarán nueva confianza para continuar con su proceder habitual.

Si bien sostengo lo antes dicho, debo decir que mi visión era en los tiempos tempranos de mi vida, algo reduccionista, porque hoy por hoy, considero que la religión es necesaria para los seres humanos de todos los pueblos. Su función trasciende con mucho el mecanismo antes mencionado; porque brinda a los individuos tranquilidad, esperanza y ánimo ante lo que está más allá de nuestra comprensión y ante la condición trágica de la vida.

Despliega además, sin duda alguna, formas efectivas de relación y genera una cohesión sana entre las familias, los grupos y en la sociedad entera.

Ejemplo de ello es la parroquia de mi pueblo, la cual desde siempre ha sido promotora y pilar de la fe, el desarrollo, las fiestas tradicionales, así como de las costumbres y los valores que nos dan identidad a los nacidos en mi querida tierra.

Es realmente una pena ver que por la influencia negativa de los medios masivos de comunicación, los avances tecnológicos aplicados a los mismos, entre otros factores más, se esté generando un fenómeno de transculturización en nuestra sociedad cada día más marcado, mismo que está propiciando que las nuevas generaciones sólo acaten las reglas de un exigente mercado de consumo y se orienten más a lo material que a lo espiritual, copiando además, sin analizar a fondo, actitudes y conductas extranjeras, alejándose en consecuencia cada día más de la fe tan necesaria para ser feliz.

Pero aún así, esta iglesia local a la que aludo, da gran cohesión a nuestro pueblo. Produce gran satisfacción ver el liderazgo de quienes la representan temporalmente y como administran con profesionalismo los sentimientos religiosos de mi gente.

Veo con regocijo como se vuelcan los ánimos de la mayoría de mis paisanos para celebrar el onomástico de la patrona del pueblo, volviéndose insuficiente los espacios de la parroquia y viéndose en la necesidad de tomar las calles aledañas para darse la satisfacción de escuchar misa en boca del señor Obispo, a miles y miles de creyentes quienes con loas y aleluyas manifiestan su júbilo, la fe y su sentida convicción.

Tengo por cierto que es en torno a las misas festivas (bodas, bautizos y comuniones), así como en las de cuerpo presente, e incluso en aquellas en que se ora exclusivamente por la salud de los enfermos, cuando desaparecen por encanto las envidias, las soberbias y los malos pensamientos, aunque sea siquiera por unos momentos, pues bajo las bóvedas parroquiales se respira obligadamente el optimismo, la esperanza y la fe, sentimientos que se contagian con facilidad, y ayudan a reforzar la idea en nuestro interior sobre la frágil condición humana y de nuestra irremediable finitud, y con experiencias de esta naturaleza vuelve la humildad a nuestras almas y da pie a una nueva oportunidad para cambiar.

*Doctor y escritor.

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