Por Tony Gómez*
Envuelto en brisas de recuerdo, viene a la memoria el río de Mocorito, no sólo porque es la fuente de vida del lugar, sino por los sucesos que ahí pasaron durante la niñez.
El río era nuestro patio de juegos, no había más en que divertirse sino en los arenales y el agua que tranquila o turbulenta, a veces, corría por su cauce.
En sus orillas buscábamos caballos o burros que anduvieran sueltos y los lazábamos, les hacíamos un bozal y a pelo los montábamos. Jugábamos entonces a los bandidos, carreras o simplemente nos paseábamos en ellos. A veces nos tumbaban y entonces salíamos lastimados, como la vez en que un primo con una rueda espantó el burro que montaba y la bestia se puso a respingar, de tal manera que lanzó mi humanidad al suelo. Ahí me lastimé un brazo que a la fecha lo tengo “cucho”, esto es, chueco…
En sus arenales sembraban matas de sandia, en unos hoyos que se cavaban hasta encontrar tierra firme, ahí se plantaba la semilla y las matas crecían por todo el agujero.
Cuando salía el fruto, eran sandias negras, jugosas y dulces como pocas. Por las noches nos metíamos al cercado y nos adueñábamos de unos cuantos frutos, los cuales consumíamos debajo de algún árbol al día siguiente.
En el río también esperábamos pacientemente el arribo de las palomas que llegaban a beber agua y entonces les dábamos caza. Estos animalitos asados o fritos en la cazuela son de lo más sabroso. Para cazarlas utilizábamos “tiradores”, hechos por nosotros mismos, con una horqueta de guamúchil y hules que comprábamos en el mercado. Para sujetar la piedra nos las arreglábamos con un pedazo de baqueta. En muchas ocasiones las palomas no se dejaban y nos veníamos con las manos limpias, pero la diversión no nos la quitaba nadie.
El río era lugar donde había muchas mojarras y a veces hasta “cauques”, provenientes de los lugares mas altos. En sus orillas nos sentábamos pacientemente a esperar que “picara” la mojarra o el “cauque”, provistos algunas veces de algún radio portátil para escuchar radionovelas o simplemente música . También pescábamos con lanzas, hechas por nosotros mismos con una vara de batamote, un aro de balde enderezado que metíamos en la vara y ya estaba. Con ellas nos íbamos por las orillas tirando lanzazos a diestra y siniestra, cuando temblaba la vara es que habíamos atrapado una presa. En no pocas ocasiones le atinábamos a un “macobil” (culebra negra del agua, no venenosa), que nos sacaba fenomenales sustos.
Pero sobre todo en el río nos bañábamos. En esas aguas aprendimos muchos a nadar y a bucear un poco, no nos importaba si el agua estaba lodosa o si estaba tibia o fría. A esa edad no te cuidas de nada. En ocasiones nos metíamos en agua estancada y salíamos con sanguijuelas adheridas a nuestro cuerpo, no pocas veces nos pego “sarna” por meternos en aguas por demás sucias.
En tiempo de lluvias el río crecía y entonces decíamos que “venia”, es decir que tenía una avenida. Cuando eso pasaba no nos metíamos ni rociados con agua bendita. Las aguas se ponían turbulentas, fuertes y traicioneras, además de que arrastraban árboles, matorrales y a veces animales ahogados. Sólo alguno que otro loco se metía para demostrar su arrojo. Pero era todo un espectáculo que disfrutábamos chicos y grandes.
Al bajar las tranvías de la sierra o cuando iban hacia allá, los chóferes esperaban que se disminuyera el torrente y aquellos que traían prisa se arrojaban a cruzarlo. Era muy frecuente que el vehículo se quedara atascado, en parte porque se le mojaba el carburador, las bujías, el distribuidor o los platinos y por otro lado también las arenas se convertían en traicioneras, de manera tal que la tranvía por lo regular se quedaba atascada a mitad del río. Para sacar de ese atolladero a la unidad, se daban cita en el lugar algunos forzudos y borrachones del pueblo, quienes mediante una propina ayudaban al chofer a empujar la tranvía y sacarla de ahí. Pero en otras ocasiones algún dueño de tractor se apersonaba con su armatoste y la sacada resultaba más fácil. Esta maniobra se hacia también mediante un cobro.
El viejo río Mocorito, entonces, constituía toda nuestra diversión, ahí pasamos una niñez deliciosa, que no cambio por ninguna, el horizonte representaba nuestros límites, lo recorríamos de arriba abajo buscando lugares donde pescar u hondables donde bañarnos. Aunque también andábamos buscando donde hubiera mangos, sandias o cualquier cosa para comernos sentados bajo un álamo, aunque a veces nos sacaban a pedradas de algunos sembradíos.
Hoy el río continua con su tarea de divertir a las nuevas generaciones, se sigue con la practica de la pesca, la caza, el nadar en sus aguas o simplemente bañarse provistos de un jabón. Se han construido lugares de recreo y durante el sexenio del finado Don Alfonso G. Calderón, se le trató de poner un puente, el que, según quien se encargó de la obra, seria eterno, pues “… para ese riyito sapero bastaba con esa construcción. …” Al parecer el río se enojó porque lo llamaron de tan despectiva forma y en una crecida se llevó al flamante puente. Ya durante el sexenio de Juan S. Millán, se le hizo un puente vado, cuidándose de no ofender al río, de tal manera que ahí está todavía funcionando a las mil maravillas.
Déjenme decirles que lo extraordinario del río no para ahí, los atardeceres a sus orillas son muy bellos y las noches por demás hermosas. Se mira entonces todas las constelaciones en su máxima esplendor y la vía Láctea, también conocida por los lugareños como “el caminito de Santiago”, luce maravillosa.
El lugar invita a todo, a la diversión, a la reflexión y a sentarse bajo un álamo provisto de una “hueja” de sandia y paladear este sabroso producto de la tierra. La sombra de sus árboles también nos llaman a sentarnos bajo su protección y saborear un buen libro, que el susurro del viento entre las hojas de los árboles, nos sirva de fondo musical y uno que otro cenzontle amenice también la fiesta de la vida.
El cauce del río es viejo, pero sus aguas no son siempre las mismas, la naturaleza a su alrededor ha cambiado también, han caído viejos álamos pero han nacido otros, de manera tal que siempre servirá de cobijo para grandes y chicos y proveedor del vital líquido para la Villa de Mocorito.
Que sirvan estas breves reflexiones y recuerdos para rendirle tributo al río de ayer, al de hoy y al de siempre, aunque no necesita de elogios ni escrito alguno, sólo requiere que se le siga cuidando y sus aguas no se vean perjudicadas por la nefasta contaminación, sobre eso si tenemos todos quienes lo amamos, la obligación de hacerlo.
*Lic. en Derecho.