Por Juan Cervera Sanchís*
El encuentro, mi encuentro con León Felipe, acaeció una tarde del mes de marzo de 1968. Me condujo a su casa el entonces joven Carlos Gómez Samaniego, hoy fallecido.
Trini nos abrió la puerta de par en par y nos condujo hasta donde estaba León. Sin mayores preámbulos la conversación con él se hizo fácil y fluida. León, por cierto, aquella tarde, no estaba solo. Estaban allí varios amigos suyos que, luego, también sería nuestros: Juan Rejano, poeta cordobés de Puente Genil, Samperio, un madrileño muy simpático que resultó ser flamencólogo y don Pablo Fernández Márquez, que tanto sabía de arte. Don Pablo también era madrileño y un hombre extraordinariamente generoso y leal que más de un hambre nos quitó en no pocas ocasiones.
Hijo de la guerra civil española y refugiado político, como casi todos los amigos de confianza de León en México. Don Pablo hablaba con la voz desgarrada a consecuencia de un balazo, recuerdo de la guerra, que le había dejado parte de su garganta rota y una cicatriz, harto visible, en su cuello. Era crítico de arte y catedrático. León Felipe, posteriormente, y a solas, hablando de los amigos y refiriéndose a don Pablo nos diría:
-Es un amigo puesto a prueba, a todas las pruebas. Pablo es de una calidad humana que rara vez en la vida se encuentra uno personas como él. Y dicho esto, León, nos recordaba aquellas palabras de Séneca que jamás deberían olvidarse en un mundo de auténticos seres humanos:
‘‘BUSCA UN AMIGO PARA TENER POR QUIEN SACRIFICARTE, NO PARA QUE SE SACRIFIQUE POR TI”.
Así era como León Felipe sentía y vivía la amistad. Su casa pues era la casa de todos sin excepción. Al igual que yo eran muchos los que llegaban a ella a pedir ayuda y consejo y, él, con todos, compartía su sal y su pan.
Recuerdo que alguien solía decir: “La casa de León parece a veces una oficina de relaciones públicas” Sólo Dios sabe la de personas que gracias a León vieron solucionados algunos de sus urgentes problemas.
Hay que decir que León no era, en absoluto, adinerado, él sobrevivía de lo que le daba su hermana Salud, de algunas colaboraciones literarias y la solidaridad de sus entrañables amigos. Él, lo que se dice para él, necesitaba muy poco, por lo que aquel dicho que afirma que “no es más rico quien más posee, sino quien menos necesita”, le venía muy al pelo.
En realidad, León Felipe, si bien se examinaba, vivía como un anacoreta al tiempo que su casa de poeta era una especie de albergue donde los viandantes encontraban descanso y, asimismo, viandas materiales y espirituales para proseguir su camino.
Así era León Felipe: El hombre y el poeta que sostenía, con su ejemplo, que el poeta y el hombre, si lo son en verdad, no pueden caminar por separado por los caminos de la vida, en base al lema de los despreciables fariseos:
“Haz lo que yo diga y no lo que yo haga”.
León Felipe lo que decía lo hacía. Lo recuerdo en cierta ocasión en que, sublevado, ante la arbitrariedad de un falso poeta, agitando su bastón nos dijo con rotundidad incuestionable:
-MIRA, JUAN: SI LA POESÍA NO SIRVE PARA HACER MEJOR AL HOMBRE NO SIRVE PARA NADA.
-Continuará…
*Poeta y periodista andaluz.