Por Miguel Ángel Avilés Castro*
Íbamos por la calle Bravo, a mitad de mañana, rumbo a la clínica del isssste, el frecuentado lugar que, de niño, conocí más pronto y más veces que un parque o un circo o un campo de futbol. Ella rondaba los 39 años, yo apenas alcanzaba los 7. Caminábamos desde la casa y pasábamos por ese edificio viejo y de paredes incompletas que un día fue el destino para el pesaje de algodón que traían, creo acordarme, del valle de santo Domingo o de aquellos rumbos que apuntaban hacia el norte de la península.
¿Qué dice ahí? Le pregunté con curiosidad a mamá, apuntando hacia lo alto de la construcción y ella no me contestó a la primera. Prefirió agarrar una vara seca y, en el suelo que levantó un polvito cuando lo usaba de pizarrón, escribió con letras grandes: PESA PÚBLICA. Luego, como sabia maestra, me dio la vara o no se si me pidió que lo hiciera con el dedo, pero me hizo escribir lo mismo: PESA PUBLICA. Yo lo copié con pulso neófito pero con la emoción de quien escribe las primeras letras: las primeras palabras en la vida.
Pareciera que ese episodio lo hubiera vivido esa mañana, cuando ella alcanzó los 78 y yo rondo pasaditos los 46.
A lo mejor son las ganas de agradecerle esas primeras letras y todo lo que hoy en día soy, muchas veces sin darme cuenta.
*Abogado y premio del libro sonorense.