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EL DUELO DE HONOR Sinaloenses que se han batido a Duelo

Por domingo 16 de septiembre de 2012 Sin Comentarios

Por Óscar Lara Salazar*

Ricardo de León en su libro “Alcalá de los Zegríes”, dice que cuando a don Pedro le pregunta su nietecito: ¿Qué es el honor?, este le responde “El honor es el patrimonio del alma, el depósito sagrado que Dios nos fía al nacer y que habremos de volverle intacto al morir; es la rectitud del juez, el heroísmo del soldado, la fidelidad de la esposa, los votos del sacerdote, el cumplimiento de las promesas, la santidad de los juramentos, la obediencia de las leyes, el respeto de la opinión. Es una cosa tan grande hijo mío, que por ella, no olvides nunca, se deben sacrificar la vida y la hacienda y los más hondos afectos del corazón…”

El Duelo, según el diccionario de la lengua española, es el combate entre dos, precediendo desafío o reto. Generalmente, este va asociado al desafío por defender la honra propia y de la familia.

El Duelo aparece en Europa allá por el siglo V, el cual ha venido asumiendo formas distintas. El cristianismo trató de desarraigar esta práctica y el poder eclesiástico sostuvo la lucha en los Concilios, imponiendo la excomunión a los combatientes, pero aun así no lograron desterrarla; por el contrario, la Iglesia tuvo que ceder y reconsiderar, al grado, que esta, para defender su patrimonio tuvo que designar campeones para que combatieran a favor de sus intereses. Los reyes eran quienes acordaban las patentes de campo a las grandes dignidades eclesiásticas y a las corporaciones religiosas. Habría que decir, que también existía misa para Duelo, que los combatientes presenciaban antes de entablar combate, pero en consecuencia, al campeón vencido le amputaban la mano. En muchas de las veces quien presidía el combate era mismo rey, claro, tratándose de gente noble.

Pistolas que se usaban en duelos de honor

Para los tiempos posteriores al siglo IX, se introdujo la modalidad de llevar al teatro del encuentro a padrinos. Para entonces los combatientes peleaban ya sin la autorización del rey. Cuando conseguían la aprobación de este, se dio la masificación de los duelos de manera exorbitante, entonces la Iglesia desplegó campaña para perseguir esta práctica, aplicando la excomunión para los combatientes y sus padrinos y exonerando de la sepultura cristiana a los desafiantes.

Aun así los duelistas desoyeron estas disposiciones sin importarles los castigos impuestos como lo habían echo con el permiso del rey. De ahí que el rey y la Iglesia se unirían para combatirlos. Pero los ánimos combativos crecían, e incluso, al grado de establecer que los padrinos combatieran mientras los duelistas hacían lo propio. Entonces combatían con la espada en la mano derecha y la daga en la mano izquierda.

El Duelo tuvo su más grande expresión en Francia, ahí quizá fue la cuna y el florecimiento. Relata don Ángel Escudero, en el libro El Duelo En México, que Enrique IV, el rey generoso, franco y hábil, procuró disminuir el número de duelos, saldando personalmente por medio de su influencia las diferencias entre sus cortesanos. El parlamento secundó sus esfuerzos poniendo en vigor un decreto contra los duelistas, declarándolos reos de lesa majestad, al cual agregó más tarde las penas anexas a ese crimen, que eran la muerte y la pérdida total de los bienes de los adversarios y los padrinos.

Pero como siempre que las medidas se quieren imponer por medio de la fuerza y el castigo se revierten, los resultados de tales medidas fueron contraproducentes, el número de gentes que murieron en desafío se disparó.

Por el contrario, Luis XIV, utilizando mecanismos más suaves, impulsando las ciencias, las letras y otras acciones de concientización, aunque no llegó a desterrar el abuso del duelo, si tuvo éxitos en su campaña. Creó la Liga del Bien Público y comprometió a las principales personalidades que pusieran la muestra firmando las normas, y que rehusarían cualquier tipo de duelo, fuera cual fuera la causa.

El Duelo era una práctica de la nobleza, pero al estallar y triunfar la Revolución Francesa, instituyendo el principio de igualdad, como una de las doctrinas principales de esta revolución, pues toda la gente se creyó con el derecho del desafío; –máxime los que poseían cultura y erudición, no podían permitir las ofensas a su honra–; y aún más, si a esto agregamos que las pasiones se desbordaban con relativa facilidad entre los miembros de la Asamblea Nacional, esto elevó en mucho la cantidad de duelos registrados al año.

La misma Asamblea nacional, pidió a sus integrantes que presentaran un proyecto de ley para prohibir el duelo, pero este nunca llegó a ser aprobado. Napoleón I sostenía que el Duelo era como un mal necesario en ciertas circunstancias, imposible de evitar, porque el suprimirlo impactaría negativamente en la organización militar.

La caída de Napoleón –asienta también don Ángel Escudero- trajo consigo la caída de esta oligarquía. Con la Restauración comenzaron las luchas de la tribuna y de la prensa, exacerbándose las pasiones políticas, pues a todos aquellos a quienes arrastró el imperio en su caída, no se conformaron con el nuevo estado de cosas. Al advenimiento de Luis XVIII, quedaron frente a frente los partidarios del régimen caído y los del nuevo régimen. Los dos con su intransigencia de ideas; con su intransigencia de espíritu de partido y con su intransigencia de pasiones, vinieron a darle mayor incremento al duelo…en esta época surge también el espadachín que puede dividirse en dos: uno, el que arriesga su vida dedicándose al arte de matar con reglas, solo por sostener sus ideas, y dos, el espadachín que por simple gusto o por interés cultivan el asesinato autorizado con testigos…”

Los sinaloenses también se han batido en Duelo.

Iniciaré con el Duelo de Jorge Carmona, “El Marqués de San Basilio”, un tipo de los más astuto, bribón y pintoresco, quizá el personaje más audaz que haya dado Culiacán. Nació en esta ciudad, hijo de un Matancero, venido de Chile, creció chapaleando los pies entre la sangre derramada del sacrificio de ganado, a su padre lo mataron en una jugada de baraja en el Barrio, y el chamaco anduvo de aventura tras aventura, abrazando las distintas causas pasando por la estafa, el engaño y hasta el asesinato, hasta que logró envolver con sus encantos a una viuda millonaria, con lo que compró un titulo de Marqués de San Basilio en París, presentándose ante la sociedad parisina como un distinguido miembro de la nobleza.

Jorge Carmona, "El Marqués de San Basilo"

La prensa francesa a través de los periódicos “Le Gaulois” y “Le Figaro” dieron cuenta de un encuentro entre Jorge Carmona y el ingles William Potter, motivado por un altercado en el que la mano del marqués tomó el camino del carrillo del inglés.

“El Duelo era inevitable –dice Escudero- y tuvo su desenlace en el bosque de Saint Germain. El arma escogida fue la pistola de cañón rayado. Los adversarios debían cambiarse dos balas a la distancia de 25 pasos a las voces de mando, y si no había resultado debían repetir los disparos a 20.

“El general Quesada dirigió el combate, y al dar la voz de “fuego” tiró el marqués siguiendo inmediatamente el tiro del señor Potter. Este cayó al suelo y los médicos reconocieron que el proyectil entró al nivel de la undécima costilla, alojándose en la masa de los músculos lumbares. El señor Carmona recibió una herida debajo del tobillo, desviándose la bala al chocar con el hueso, y se rehusó a que su médico lo reconociera hasta que fuera examinado y retirado del campo el señor Potter. La herida no le trajo consecuencias, pues era infatigable para andar en aquellas cacerías de ganga, agachona y libre que se verificaban en su hacienda “La Soledad”, en la que sus invitados eran tratados a cuerpo de rey”

El Duelo de José Ferrel.

Un artículo publicado en el periódico “El Demócrata”, suscrito por el periodista sinaloense José Ferrel, en uno de sus párrafos contenía un juicio sobre la persona del licenciado Reyes Espíndola, director de “El Universal”, el cual molestó tanto al agraviado que hicieron lo conducente para un Duelo de honor, siendo los padrinos los señores don Apolinar Castillo y don Rosendo Pineda por parte de Espíndola, por la parte de Ferrel estuvieron los señores Manuel Izaguirre y don Fernando Poucel.

Se convino que la elección del arma le correspondía al señor Reyes Espíndola y fue elegida la espada, pactándose el duelo con campo y distancia libres y sin que pudiera darse por terminado hasta que uno de los adversarios quedara inutilizado.

A las cuatro de la tarde del 20 de abril de 1893, los dos combatientes con sus representaciones; dos jueces de campo, los señores general José Delgado y Coronel Arce; y los doctores Maldonado y Morón y Fernández Ortigoza, llegaron a espaldas del Panteón Francés, que era el sitio elegido para el combate.

Colocados en sus lugares los adversarios, fueron dadas las voces para empezar el primer combate, por el general Delgado, y en los primeros golpes el licenciado Spíndola logró tocar el brazo al licenciado Ferrel; pero nadie se apercibió de ello y debido a esto se empezó el segundo asalto después del descanso respectivo.

El Licenciado Izaguirre Rojo creyó notar en uno de los golpes, que había tocado a Reyes Spíndola y se suspendió el asalto para que los médicos informaran, y estos rindieron el informe de que el tocado había sido Ferrel y no Spíndola; la inspección hecha al director de “El Universal” dio lugar a que transcurriera algún tiempo y a que la sangre pasara a la camisa de Ferrel, sangre escasa por cierto.

Los médicos declararon que en su concepto el brazo de Ferrel se había debilitado, y los testigos del licenciado Spíndola que tenían que decidir si seguía adelante el combate, lo dieron por concluido.

Un general sinaloense reta a duelo a un escritor.

El general Roberto Cruz, originario de Los Mochis, se vio envuelto en una polémica con el escritor Roberto Blanco Moheno. Este escribió en la revista “Impacto”, un artículo titulado “Los huérfanos de Obregón”, donde acusaba al general Cruz de terrateniente y además, de haber ordenado ahorcar a un pobre pelado porque había cazado un venado en las propiedades del general. Por su parte, el general escribió en la revista mensual “Noroeste” de abril de 1960, que en los tiempos que dirigió la policía del Distrito Federal, en dos ocasiones le llevaron a su presencia a un raterillo, que en ocasiones se hacía llamar Oscar Fernando Moreno, y en otras, Lucio Blanco, y que ese raterillo, no era otro que el columnista Roberto Blanco Moheno. Pero que hoy ya no robaba carteras, sino, mediante la calumnia y el chantaje del periodismo estafaba a más alta escala.

El general Roberto Cruz

La polémica subió tanto de tono, que el general, sentenció:”La única polémica a que lo reto, desde luego, es aquella en que se decidirá quien de los dos sale sobrando. Me tiene a sus órdenes cuando guste. Con su aviso yo me trasladaré a la ciudad de México, y a mí llegada yo me reportaré con usted para que nos veamos donde guste. Le hago la advertencia de que no estoy en el servicio del ejército, pues me encuentro en situación de retiro. Le digo esto, para que no crea que me valga del grado. Soy solamente ciudadano. Tiene usted la palabra”.

El general cubrió todas las formalidades del duelo, pero el escrito no tuvo el valor de aceptarlo.

La masificación de la violencia en el mundo ha degradado tanto el valor de la vida humana que hasta el honor que se reservaba para la muerte se ha perdido.

*Cronista de Badiraguato.

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