Por Alfonso Inzunza Montoya*
En el corre y corre que siempre traigo, vino a la memoria un amigo que tuve en la primaria, se llama Gilberto Castro y en tercer año fuimos inseparables. Él era mayor casi tres años, con grandes y chicos era respetuoso; siempre me defendía, corregía y enseñaba cosas positivas. Por eso en la casa, lo queríamos mucho le decimos: “Gil”; en la primaria fuimos amigos, afecto que hasta la fecha nos tenemos. Vive en Ciudad Obregón y le gusta decir que su casa está en ciudad Cajeme y se dedica al transporte, tiene camiones. Una de las veces que llegó mi papá a vernos, estábamos jugando en la banqueta. Me enseñaba un juego nuevo, se ejecuta con dos palos, uno con punta en los dos extremos como de quince centímetros y el otro sin puntas como de cincuenta. Se le pegaba al chico en una de las puntas, se levantaba del suelo y cuando iba en el aire, le pegábamos otra vez, ganaba el que lo llegara más lejos. Al ver a mi papá, corrí, brinque a sus brazos, le di un abrazo y un beso, me bajé y regresé a seguir jugando, no lo acompañé como siempre lo hacía en sus brazos o agarrado de la mano hasta el comedor donde estaban las tías. Comenté ese detalle con ellas e inmediatamente bautizaron a mi amigo con el mote de “pá Gil”, sobrenombre que hasta la fecha tiene. En la época que les platico, en las vacaciones de verano toda su familia se iba a los campos algodoneros de Sonora. Todos muy trabajadores, lo mismo mujeres que hombres colaboraban al ingreso familiar aunque eran niños. Cuando regresaban eran pláticas muy largas que teníamos –y más se acentuaba lo de- “pá Gil”- pues era buen conversador y como tal, bueno para la mentira. Novedades traía muchas, por supuesto que yo también le tenía varias, era el revire, pues….
En el quinto año le empezó a gustar mi hermana; al darme cuenta, le puse el tema y dijo, ¡fíjate que me gusta mucho, no te enojes, dale saludos y depende de lo que diga, seguimos platicando de eso¡. ¡Está bien!, fue mi respuesta. Al día siguiente como no le dije nada, a la hora del recreo nos sentamos en unas piedras grandes que había en el patio, con sus ojos de borrego ahorcado me preguntó, ¿qué dijo?, ¡nada!, fue mi respuesta. Se recargó en mi hombro y con unas lagrimas en los ojos, suspiró y me dice, ¡aconséjame por favor!, ¿qué hago? Siendo mi hermana, no me animaba a dar consejo pues sentía que faltaba al deber filial, mejor saqué el pañuelo, le limpie los ojos y agarrándolo de la mano nos fuimos al salón, pues ya habían dado el toque de entrada. Al día siguiente cuando nos encontramos lo vi muy desmejorado. Me confesó que no podía pegar los ojos, que estaba muy enamorado de mí hermana. Entramos a clases, y volteando a verlo -estaba muy fregado- pedí permiso para ir al baño, le hice una seña y en el patio le dije, ¡mira Gil, no andes con pinchadas, si te gusta, aunque sea mi hermana, conquístala! ¿Cómo le hago? me dijo, jalándome la camisa -afortunadamente estaba nueva y no la rompió-, realmente andaba muy desesperado.¡ Vamos a ver como le hacemos!, le dijo su doctor corazón. ¡Vámonos o el profe Rafa nos va a castigar! Ya en el salón le tiré un papel que decía, A mi hermana le gustan mucho los chocolates el Presidente y en la casa no venden, fue suficiente. En la mañana me entregó un tremendo chocolate para que fuera el conducto y se lo entregara. Al salir de clases, lo primero que hice fue realizar el mandado, pero ella no quiso porque le iban a salir granos y además, no le gustaba, le rogué que fue un contento, pero no la pude convencer. En contra de mi voluntad, me lo tuve que comer; muy temprano le di las gracias al pá Gil a nombre de ella. Más tarde le comenté que le gustaba mucho un tipo de pluma que estaba de moda. A los tres días me la dio con la súplica que se la entregara a mi hermana, con todo su amor. Con un regalo ahora y otro mañana pasó el tiempo, no se concretó nada, salimos de la primaria y cada cual tomó rumbos diferentes. Ya jóvenes, en una de sus idas a Rosamorada, coincidió que se celebraban las fiestas tradicionales, sin faltar por supuesto los bailes; llegamos en la tarde, y ya en la noche, me dijo mi hermana, ¡oye hermano!, ¿vamos a ventanear al baile? ¡Te llevo pero pide permiso ¡Sale!, me dijo. Después de las recomendaciones de rigor, nos fuimos. Llegando nos quedamos en una de las orillas del puesto -así se le llamaba a la pista-, la cual previamente la había regado y barrido, estando aquello limpiecito y fresco. Mas tardamos en llegar y las recomendaciones rotas.
Llegó” el “pá Gil”, después de los saludos de rigor, sacó a bailar a mi compañera, me quedé volteando para todos lados, entrados en el baile le dice él, ¿te acuerdas de la infancia?, ¡si como no, fue muy bonita! le dice la muy piolera, ¡qué bonitos tiempos!, ¿verdad?, dice el galán, ¡efectivamente Gil, yo tengo grandes recuerdos!, no sabía en la que se estaba metiendo. Seguía el baile, él queriéndola apretar mas y ella poniéndole con mas fuerza el freno. Por fin se animó el Gil y le dice muy cargado de razones, ¡me acuerdo seguido de cuando nos quisimos mucho! En ese momento se acabó la pieza que estaban tocando, aprovechando ella para pedirle que la llevara conmigo argumentando que no tenía permiso para ir al baile y él, por supuesto que no quería, pero al fin aceptó.
En el camino me comenta, ¡fíjate hermano que el pá Gil me dijo: yo y tú nos quisimos mucho! No me aguanté, solté la carcajada, ella, enojada me preguntó, ¿qué hiciste bribón?, era y es muy propia para hablar, ¡dime o te acuso!, no podía dejar de reír, al fin me calmé, platiqué lo de los chocolates, plumas, libretas, lápices, toronjas, naranjas, etc. hasta la fecha, cuando lo comentamos lo disfrutamos, no hay remedio, no había talento.
*Constructor.