Por Iván Escoto Mora*
¿Por qué escribir poesía? La respuesta es inagotable. La poesía es voz de mil voces, en sus letras se recupera la gloria de la batalla, la osadía de la aventura, la vida tras la muerte y los horrores de la vida, la complejidad del hombre y el intrincado mundo de su existencia, el amor, el desamor, la búsqueda y tanto más. Así se lee en la Ilíada, la Odisea, La Divina Comedia; así aparece en Muerte en Fuga, El Golem, Hagamos un Trato, Olvido, Los Amorosos. Así nos muestran Homero, Dante, Paul Celan, Benedetti, Paz y Sabines.
Sin embargo, la poesía también habla de lo cotidiano, de aquello tan cercano como una taza de café o el aleteo de una mariposa. En un caso o en otro, sea compleja o simple, con la extensión de mil versos o la brevedad del haiku, la poesía encuentra fundamento en todo lo que da sentido al ser y cada vez que se lee, algo nuevo se encuentra en ella, algo se reconstruye en sus adentros, como en un mensaje infinito que nadie esperaba descubrir y de un momento a otro, aparece cargado de significados. Raúl Renán diría que esa es la idea de la poesía: “el poema dentro del poema, el ser humano dentro del ser humano”.
La poesía de Tomas Tranströmer es como eso, un mensaje infinito, un jardín en constante construcción, basta fijar un poco la vista para encontrar tantos misterios como flores, tonos incontables. En Tranströmer todos los sentidos se llenan de honduras, de colores, de luz y oscuridad.
Giros, siempre giros, esa es la sensación que experimenté al leer la edición que ofrece Nordicalibros de “Deshielo a mediodía”. Antología con traducción de Roberto Mascaró que presenta un sumario del curriculum poético de Tranströmer, desde su primer libro “17 poemas” publicado en 1954 hasta algunos de sus últimos haikus de 2004.
Quizá por su formación de sicólogo, quizá simplemente por su oficio de poeta, en muchos de los versos de Tranströmer hay algo que revela el sinuoso mapa de la mente en medio de la noche, entre sueños que llegan a silenciosas estancias para atravesar luego a la claridad o al abismo.
En “Postludio”, poema perteneciente a “Plaza Salvaje” de 1983 se lee:
“Me arrastro como un garfio sobre el fondo del mundo.
Se engancha todo lo que no necesito…
Avanzo silencioso hacia mis adentros
a través de un bosque de vacías armaduras”.
Tranströmer viaja entre la noche y el silencio, llega al sueño, pasa por sus volátiles líneas, oscurecidas por la luz del día que él ilumina para otros ojos, para todos los ojos, en una zona donde los rostros y las imágenes se reorganizan en un respiro, en un impulso, en un andar cotidiano. En “Expresso”, poema de “El cielo a medio hacer” de 1962, nos ofrece la crónica de cualquier mañana:
“El café negro en la terraza
con sillas y mesas pequeñas como insectos…
Parecen las gotas de negra profundidad
que a veces es captada por el alma,
que dan un benigno empujón: ¡anda!
La inspiración de abrir los ojos”.
En Tranströmer siempre hay algo más al abrir los ojos. En el centro de una calma silenciosa, el estruendo. Todo parece normal hasta que algo pasa. En “A lo largo de la radio”, de “Visión nocturna” poemario de 1970, el autor escribe:
“El arroyo congelado irradia sol
aquí es el techo del mundo:
el silencio
Estoy sobre una barca tumbada en la orilla,
trago la droga del silencio,
giro lentamente…”
“Más lejos: máscaras de la tragedia a contraviento
en el ruido de la velocidad –más lejos:
el apuro
en el que las últimas palabras de amor se desvanecen
-gotas de agua que reptan
sobre alas de acero-“.
La poesía de Tranströmer retrata dos espacios a la vez, al exterior todo es calmo, luz y hielo. Al interior, cada pensamiento es un paso en medio de explosiones.
Tomas Tranströmer nació el 15 de abril de 1931, de nacionalidad sueca. Sicólogo, poeta, traductor, ecologista y músico. Fue galardonado con el premio Nobel de Literatura en 2011. Este es el breve perfil de un enorme personaje, el resto lo describe inagotablemente la poesía.
*Abogado y filósofo/UNAM