Por Alberto Ángel «El Cuervo»*
Subirme a los árboles, siempre fue un placer irresistible… Fuera el árbol que fuere, siempre intentaba subirme… Así, trepaba en aquel mango gigantesco al lado de la casa de “Chato” desde donde podíamos ver el beis sin pagar o el tamarindo altísimo de donde día a día era convencido de bajar para recibir la cueriza materna como castigo que, dicho sea de paso, no servía de nada… Qué decir del Marañón, donde mis primeros sueños volaron al ver pasar los aviones que llegaban al viejo campo aéreo de Minatitlán… Pero tal vez uno de los árboles que mayor magia ejercían sobre mí era el árbol de Chicozapote… La fruta era y sigue siendo un verdadero manjar… Había varios árboles de esa fruta deliciosa en mi añorada Col. 18 de Marzo… Unos cerca de la casa de Los Esperón… Pero los que siempre fueron mis predilectos para trepar, fueron los que se encontraban por la casa 15… Aquella vieja casa de todas nuestras fantasías y cuentos de “espantos”… Era de lo más común que bajara de mi recolección de esos deliciosos frutos con la ropa totalmente arruinada por la resina pegajosa con la consecuencia punitiva materna cuasi cotidiana… A veces, los chicozapotes que cortaba no estaban maduros plenamente, pero la impaciencia infantil nos hacía comerlos así dejándonos la boca con una especie de pegamento blanco por la resina lechosa que las frutas verdes soltaban… Un día, Turi, quien desde pequeños parecía siempre llevarme en su liderazgo hacia la labor intelectual, me contó que de esa resina era de donde se hacía el chicle… Pensé que era una típica broma de mis paisanos para posteriormente reírse de aquel que lo creyera… “¿El chicle…? No puede ser, el chicle viene de Estados Unidos”, pensé… Y claro, cómo no iba a creerlo si en aquellas cajitas amarillas claramente decía en un lenguaje que a todas luces sonaba extranjero: “Chiclet’s Adams”… Sin embargo, la curiosidad me hizo juntar la resina y al dejarla secar parecía justamente una pastilla de aquellos “chiclet’s” ya masticado… Años más tarde, compartiría con Turi, ya convertido en Luis Arturo Ramos Zamudio, Premio Nacional de Narrativa, lo investigado en torno a la elaboración del chicle en alguna charla de café… “CHICTZAPOTL” es el nombre náhuatl de la fruta y el árbol en cuestión… Aunque de la fruta verde se puede obtener el tzictli o chicle, la extracción del mismo se realiza en gran escala del tronco del árbol al que se le hacen cortes superficiales en forma de “X” a todo lo largo y en la parte inferior se recolecta en botes, la resina que será convertida en la afamada goma de mascar… Ya el célebre historiador mexicano Francisco Javier Clavijero, nacido en el puerto de Veracruz, menciona en sus escritos: “De esta fruta (chicozapote) cuando está verde se extrae una leche glutinosa y fácil a condensarse que llaman los mexicanos chictli y los españoles chicle… Cabe señalar que Clavijero hablaba perfectamente el Náhuatl y dentro de su labor como misionero realizó muchísimas investigaciones acerca de la vida de los antiguos mexicanos. El árbol de chicozapote se cultiva en abundancia, en las regiones del sureste de la República Mexicana: Veracruz, Tabasco, Chiapas, Quintana Roo, etcétera. De nombre científico “Manilkara Zapota”, perteneciente a la familia de las zapotáceas, el árbol requiere de condiciones climáticas húmedas y calientes para darse. Originario de México, con el tiempo se cultivó en otras regiones de Latinoamérica donde recibe nombres diversos tales como: Árbol del diablo, cacao cimarrón, rabo de mico y zapote blanco. Después de extraída y recolectada en una bolsa llamada “chivo”, la savia de la planta se lleva al fuego hasta que adquiere una consistencia pastosa. Posteriormente se vacía en moldes de madera que se conocen como “marquetas” y se empaqueta en costales de henequén. Una vez enmarquetado, se combina con cera de candelilla, aceite hidrogenado, carbonato de calcio, glucosa, azúcar y saborizantes. Dependiendo del saborizante que se haya agregado, es el colorante natural que se adiciona también acorde al sabor y listo, “¡A mover quijada!” decían los viejos de mi pueblo… Ahora bien, en el antiguo México, se tenía también otro tipo de chicle o tzictli. Éste era el llamado chicle prieto, que no era otra cosa que el llamado chapopote en su forma natural… Ambos tipos de chicle, aunque sin el procesamiento actual se consumían habitualmente en todas o casi todas las regiones del México de entonces, aunque se sabe que su consumo, aunque lo acostumbraban muchos varones, era destinado básicamente al sector femenino. Con un algo extra, aquellas mujeres que consumían el tzictli, no tenían muy buena fama que digamos. Nos dice otro afamado historiador, Fray Bernardino de Sahagún: “La mujer que nacía bajo el signo de Calli (casa) era mal afortunada, no era para nada, ni para hilar, ni para tejer y toba y tocha, risueña y soberbia, vocinglera; anda comiendo tzictli y será chismera, infamadora, sálenle de la boca las malas palabras como el agua… Y es holgazana, perezosa y viene a acabar mal y a venderse por esclava…” Tan mala fama tenía el tzictli en las mujeres, que dentro de los cuidados y consejos que la partera daba a las futuras madres, uno de los que con mayor énfasis se señalaba era el no masticar chicle… Y ¿cómo fue que el mexicanísimo chicle se convirtió entonces en una fuente de gran riqueza para otros países? Se cuenta que Antonio López de Santana, no solamente otorgó gran parte del territorio a los Estados Unidos, sino también el gran tesoro que el chicle mexicano significó. Estando el tristemente célebre Sant Ana desterrado en USA, llevaba consigo uno de los llamados “pan de chicle”, del cual desprendía trocitos de vez en cuando para masticarlos como era su costumbre. Un norteamericano que le acompañaba, de nombre James Adams, aunque otros dicen que se llamaba Thomas Adams, vio con gran curiosidad la manera tan placentera con que Santa Ana degustaba aquella resina… Pensó que tal vez sería buen negocio y ¡vaya que acertó! Adams comenzó por importar de México la cantidad de 2,300 kg de materia prima, mismas que convirtió en bolitas que salieron al mercado bajo el nombre de “Chiclet’s Adams, chewing gum” (Chicle de Adams, goma de mascar). De esta manera, la primera gran fábrica de chicles, surgió a principios del siglo XIX surtiéndose hasta la actualidad de selvas mexicanas. Claro que, a partir de la aparición de los productos sintéticos, la demanda del tzictli, disminuyó. Sin embargo, en el año de 1986, por ejemplo, se exportaron más de 800 toneladas de esta resina mexicana. En fin, que sigue el vivo el concepto de que la mujer y aunque en menor medida también el hombre que mastica chicle y sobre todo de manera ruidosa, poco discreta, no es precisamente el símbolo de la elegancia… Pero la costumbre que nos legaron los antiguos mexicanos se arraigó con tanta fuerza porque además de ser muy placentera, se suponía que limpiaba y fortalecía los dientes… Habría que ver qué dicen los dentistas actuales con todo el azucar que al chicle se le adiciona.
*Cantante, compositor y escritor.
Felicidades por el articulo ,por enseñarnos de manera ta amena el origen del chicle…Orgullosamente
mexicano…