Por Leticia del Carmen Medina Troncoso*
Viernes por la tarde en Monterrey, le había prometido a mi primo Emmanuel acompañarlo a subir el Pico Norte del Cerro de la Silla, casi daban las seis y él aún chateaba en la computadora. Bajo por las escaleras de la última morada de Tía Niní, me veo al espejo y pienso: “Esta casa es igual a la de México sólo que la escalera daba a la puerta, bueno aquí dan al espejo”. Doy un vistazo a la casa, la busco a ella pero ella hace un año que se fue, son sus muebles, sus cuadros, su cocina, sus perros, su familia pero ella aún dejando su esencia deja un vacío. Súbitamente interrumpo mis pensamientos al ver a Emmanuel parado frente a mí me pregunta en tono de orden expresa: -¿Qué haces que no te cambias?-
Corro de regreso a la habitación, calzo tenis, un pantalón de licra y mi playera con la bandera de Inglaterra. En el umbral de la puerta me despido de mi hija y mi madre que por estar pegadas al televisor sólo me hacen un ademán, ni siquiera han entendido, a dónde y por qué voy.
Emmanuel va enfocado en el camino, me va señalando lugares que ya hemos recorrido en estos días, los suburbios y centros comerciales, el puente atirantado, así el camino no se hace tan largo, de repente señala un punto que apenas se divisa a plena vista, el teleférico, ese será nuestro objetivo:
El lugar donde se ha estacionado es un poco solitario parte de la zona suburbana de Monterrey. Aún con la claridad Emmanuel me comenta que subiremos por una vereda alterna, yo la verdad confió en el, pues es considerado como el alpinista de la familia. Emmanuel al salir del carro me hace unas recomendaciones, estar cerca de él, decirle cuando me canse no hasta que me fatigue, sin prisa, así con botella de agua en mano y una lámpara en la cabeza, empezamos la aventura.
Por la vereda escarboza nos encontramos uno que otro paseante que baja de regreso y te saluda como si fuese conocido de toda la vida. Al menos tienes algo en común practicar el senderismo. Es la primera vez que practico así el senderismo en fase nocturno.
Una empinada y nada delineada vereda nos lleva a la maleza con la que golpeo una y otra vez, mis ojos se dilatan y Emmanuel unos pasos adelante me dice: -“Pisa aquí y luego acá, tienes que subir en zigzag para que no te canses”.-. Los primeros 50 metros antes de conectar con el sendero original van antecedidos de una larga y empinada escalera. Emmanuel ha subido la escalera como un venado sin agitarse y yo sin embargo ya estoy tomando aire, él me grita desde la cima de las escaleras: “anda debemos apurarnos, apenas aquí comienza el paseo”.
Mientras subo voy recordando a aquel niño de 3 años que corría por la casa de la abuela, berrinchudo a morir hasta quedarse sin aliento y con su pelo largo. Unos años más tarde mi tía lo mandaría a estudiar a Mazatlán la secundaria y yo sería su maestra de inglés, de alguna manera lo fué mi hermano menor, ahora Él me enseñaba lo que mejor sabía hacer: “Escalar”.
Ensimismada en mis pensamientos no me di cuenta que había llegado a la cima de la escalera, y Emmanuel expresa:
-“Bien Letty, bienvenida a la ruta de Pico Norte, aunque sólo llegaremos hasta el teleférico”. –
– Oye Emmanuel, ¿Y está muy lejos?, – le pregunto.
– No, ¡un poco más arriba y verás la ciudad como nunca te la has imaginado!-
Una gran exhalación y empiezo con mi primera pregunta: -¿Cómo es que te nació el gusto por subir a la montaña, a los volcanes?-
Emmanuel aclara sus ideas antes de contestarme: -“Pues no se Letty, yo sólo quería practicar un deporte que me gustara, que me llenara, que me hiciera sentir vivo, empecé en el D.F., y cuando nos mudamos aquí a Monterrey encontré gente que tenía la misma afición que yo. “-
Sigue narrándome como subió el Popocatépetl y luego el Iztaccihuatl, las múltiples de veces que ha recorrido este mismo sendero y como ha llegado a la cima del Cerro de la Silla y lo especial que se ha convertido ahora pues hace algunos meses atrás subió las cenizas de mi tía depositándolas en un nicho. La plática se volvió más intensa y hablamos de ella, su recuerdo, su enseñanza, sobretodo lo escuché, sus palabras trascendieron al dolor, este hombre que estaba frente a mi, con cara de niño, de pelo largo, y ojos tristes, con melancolía pero con una voluntad férrea, capaz de subir montañas, pasar días enteros contra las inclemencias del tiempo, escalar, navegar en ríos rápidos, brincar en cascadas de hasta 10 metros.
La plática cambio y empezamos hablar de amores, recordando que él era mi chaperón cuando niño, hablamos de lo difícil que le ha sido recuperarse de su relación anterior, pero su corazón está tranquilo.
El cansancio se apodera de mi y le insisto en sentarme en medio de la vereda. Emmanuel decide que es hora de prender nuestras lámparas, y le digo: -“¿Sabes qué?, ¡Hasta aquí llego no puedo más no siento las piernas y tú sólo dices ya casi llegamos!”,- y bueno mi letanía de quejas se ve interrumpida por unos ruidos a unos pasos de nosotros, Emmanuel me hace una señal y apaga mi lámpara, yo ni giro la cabeza presa de pánico me paro en un instante, y le digo: -¿Qué era eso?-, él contesta con aquella tranquilidad: – “Bueno pudo haber sido un zorrillo o un mapache porque los osos están un poco mas arriba”-, sigue su camino, me señala la última curva antes de ascenso más inclinado, “la tronadora”.
La Tronadora es una pendiente de casi 70 grados de inclinación pesadísima si tu condición física no es buena, pero es necesaria para llegar a la estación del teleférico; le pido unos minutos para concentrarme en el ascenso sé que si descanso no subiré y después de caminar por más de 2 horas y media bien vale la pena un ultimo esfuerzo. Por fin hemos llegado la plataforma del teleférico es enorme, luce algo descuidada, abandonada, pero todo lo compensa la vista espectacular de la ciudad, millones de luces encendidas como un gran fuego abrazador dibujan una estela de colores y aquí estoy desde la estación del teleférico del Cerro de la Silla, mismo que dejo de funcionar el día que se inauguro, tomando fotos con mi celular cual si quisiera que todos pudieran deleitarse como yo de esta escena. Emmanuel ha sacado la cámara y la ha puesto en automático, nuestras primeras fotos juntos en una aventura que para él es cotidiana, para mi única y espectacular, ahora me propone asomarnos a la orilla de la plataforma, así que nos ponemos pecho tierra porque con el aire que esta haciendo es algo peligroso, 15 metros al voladero y la verdad no me quiero arriesgar a ver como aterrizo. Es hora de empezar el descenso, Emmanuel me pide la hora.
“Son las once y media y ¿Qué raro que no me ha llamado?”, comento. Emmanuel sonríe y me dice:-”Es que no hay señal aquí”-.
Tomamos un atajo pasando debajo de la plataforma, veo la maquinaria que movería los vagones del teleférico, la lámpara que llevo en la cabeza no hace sino mostrarme las escenas maquiavélicas que si hubieran sido de día no causarían ese efecto. -“Las pintas que han hecho los vagos” dice Emmanuel y narra la primera vez al teleférico pero eso fue de día, de noche, de noche es otra cosa.
Apuro el paso y mis oídos están mas atentos ha ruidos extraños a nuestro derredor, Él me pregunta por mi trabajo, mis nuevos proyectos, poco a poco mi nivel de estrés comienza bajar, aún así nos toma una hora y media bajar la montaña, sobretodo a mí, estamos a unos pasos de llegar a la estación de inicio, bajamos las escaleras e increíblemente no estoy cansada, un poco más y llegamos al carro, de repente mi lámpara ya no alumbra, no veo donde se fue Emmanuel, doy un resbalón , él oye mis pasos y se regresa, pregunta: -¿Estas bien?-, -“¡Sí!, contesto, ¡Sólo se me cayó el orgullo”-, reímos un poco y me dice: – “¡En verdad!”, “¡Ya casi llegamos!”.
Este ascenso fué una catarsis que ambos necesitábamos ante la ausencia de ella, me puse en sus zapatos, en su terreno, subir a su montaña para poder empatizar, sintonizarnos, fraternizar esos lazos que se pierden cuando la conexión sanguínea desaparece.
Mi último pensamiento antes de dejar el sendero fue para la Tía Niní so promesa de entrenarme más y algún día poder subir hasta la cima para ir a verla. Pronto volveré y conquistaré la cima del Pico Norte, o el bien llamado el Pico de los deseos.
*Doctora en Administración y gestión escolar. 2o lugar regional y 4o estatal, género relato; 2o lugar regional , genero poesía, 2011, Juegos Florales del Magisterio, Sinaloa.
Hermoso el relato, sentia como si yo misma hubiera subido hasta aquel increible lugar….
Felicidades Letty… imaginando todo el relato, una experiencia cansada pero increible. Me gusto mucho la parte donde Emmanuel siendo más joven, fue tu alumno y tiempo despues el se volvio el guia. Escribes muy bonito y este tipo de relatos son siempre afines a momentos que podriamos relacionar con los propios.
xoxoxo
laura
Hermosa narracion
BUENA HISTORIA…. YO NUNCA HE SUBIDO MAS SIN EMCAMBIO HE INVESTIGADO MUCHO SOBRE ESOS LUGARES… DILE A TU PRIMO QUE ME LLEVE XD