Por Daniel García López*
Con una temperatura que rebasaba los 42 grados centígrados, Nío volvió a ser el centro de peregrinaje que ha sido desde tiempos prehispánicos.
Las paredes de la antigua Misión de Nuestro Padre San Ignacio de los Níos; Nío nuevo, retumbaron con el estruendoso ruido de la tambora sinaloense y de las miles de voces que se congregaron hoy como ayer para veneran a su antiguo santo patrón, tan antiguo que antes de ser Ignacio ya era el dador de las aguas.
Iñigo, nació en Aspeitia, conocida hoy como Guipúzcoa, en el país Vasco, en 1491, Paje de Fernándo El Católico en la batalla del castillo de Pamplona, donde a raíz de un ataque fue herido de una pierna, lo cual lo obligo a guardar cama por varios meses, donde tuvo su primer encuentro cercano con la vida espiritual tras leer un libro con las hazañas de los santos así como la vida de Cristo.
Es así como decide cambiar de giro; dejar a un lado las glorias de batallas terrenales por librar batallas para Dios. Decide junto con un grupo de jóvenes inquietos como el formar una asociación dedicada a extender las glorias de la fé cristiana y así como un 15 de agosto de 1539 que se consagran en la iglesia de Mon Matre tomando el nombre de Compañía de Jesús, su congregación fue aprobada por el papa Paulo III el 27 de septiembre de 1540, con la Bula “Regimine Militantes Ecclesie”, iniciando así una de las empresas y fructíferas que habría de tener la silla apostólica.
Ignacio de Loyola, hombre de mediana estatura, de carácter fuerte pero afable, habría de ver con sus propios ojos a los miembros de su naciente congregación extendidos por todos los confines de la tierra conocida, incluso en el nuevo mundo, donde se habrían de escribir verdaderas proezas de sus paternales labores.
Cae gravemente enfermo y muere la madrugada del 31 de julio de 1556, es beatificado en 1609, por el papa y canonizado en 1622, por su santidad Gregorio XV.
La llegada de los jesuitas o ropas negras a esta región del río Petatlán, trajo consigo a la par que los avances en formas de vida y organización social, los inicios de una religión desconocidas que aportaba el neófito elementos distintos a los que estaba acostumbrado en sus antiguos ritos paganos. De igual manera se introducen nuevas formas de concepción estética en cuanto al arte se refiere y así tenemos el trasplante de las normas artísticas traídas de la nueva España a estos “confines de la cristiandad”. El indígena se encontró ante una situación visual a la que no estaba acostumbrado; nuevos trazos que delimitarían lo estético y lo aceptable en la sociedad naciente, el modelo español era y seguiría siendo la pauta a seguir en cuanto a producción artística se refiere, dándose lo que algunos autores han do en llamar “Arte Tequitqui” un concepto que me parece por demás paradójico.
La palabra tequitqui procede del náhuatl tributo y uno de los primeros en utilizarlo fue Constantino Reyes Valerio y designó con ese nombre a todas las obras artísticas que presentaban formas o elementos indígenas yuxtapuestos con la idea y el concepto europeo.
La habilidad y la destreza de los indígenas de las técnicas plásticas llevó a los religiosos a aprovecharlos y encargarles de buna o mala manera la elaboración y construcción de objetivos y elementos para el culto religioso. El indígena al saberse útil a la empresa decorativa de templos y altares vio en esto una posibilidad de amalgamar en su trabajo algo que le permitiera reconocer en las nuevas formas que casi por completo desconocía, nimios elementos de sus propia cultura, sintiéndose así mas íntimamente ligado a la religión cristiana que “tenía“ que practicar.
De este proceso sincrético salieron portadas de iglesias , esculturas, pinturas y bajo relieves donde podemos reconocer la influencia de los artesanos indígenas. Los modelos fueron traídos a nuestra tierra a través de estampas y grabados, ya que rara vez llegan a estas tierras pintura o los pintores mismos, por lo tanto es difícil reconocer claramente los estilos y las influencias que tienen los trabajos mexicanos. Aunque no podemos hablar de un estilo mexicano pero sí se reconocen las características de los trabajos elaborados aquí. Esto nos estaría causando un problema de interpretación que se podría ver reflejado en la fisonomía de las imágenes de santos Cristos y Vírgenes, hablando de escultura propiamente dicha, si pensamos que el indígena mal interpretó los modelos traídos por los españoles y por eso las imágenes presentan baja estatura, desproporción en las medidas corpóreas y rasgos faciales que distan mucho del preciosismo europeo, ya que si analizamos el caso que se hace mas palpable en los Cristos y Vírgenes Dolorosas, donde las expresiones de dolor de los elaborados por los indígenas llegan caso a la alucinación mediante el rictus verdaderamente doloroso y lastimero, estallando en gritos desesperados en comparación con los rostros tristemente condolidos sin perder la estética y la pose, más aún en los cuerpos llagados y ensangrentados de los Cristos, calados hasta los huesos, con la sutileza apenas perceptible de la sangre que medio se asoma de los cristos de procedencia europea, si analizamos esta cuestión nuestro pensamiento es diferente, podemos deducir que lo que plasmo en dicha imagen fue hecho con total alevosía y ventaja.
Lo mismo podemos decir de aquellas imágenes en las que encontramos elementos netamente indígenas ligados de manera sincrética a la idea y concepción europea y no permite darnos una idea de la concepción que hacía el indígena del mundo que lo rodea al momento de hacer sus trabajos.
El caso que ahora me ocupa es un análisis estético a la imagen de San Ignacio De Loyola que se encuentra en Nío, Guasave. Como ya sabemos la antigua misión de Nío, fue una de las misiones a la orilla del Petatlán en las que se desarrolló la obra Jesuitica de manera plena y contundente, este hecho haría que en esta misión se llevara a cabo la elaboración de una de las imágenes mas importantes de la región norte del estado. Según crónicas y relatos sueltos se dice la imagen del santo de Nío, era una antigua deidad del panteón yoreme y según esos mismos relatos era de las más importantes, idea que fue utilizada por los misioneros para lograr más éxito en su empresa evangelizadora.
Lo cierto es que dicha imagen presenta características únicas y especiales para materia estética.
Por principios de cuentas empezaré por calcular la fecha en la que posiblemente fue hecha, si San Ignacio fue canonizado en 1622, la imagen no pudo elaborarse antes, por mas buenas relaciones que los jesuitas tuvieran con la santa sede, no estaba permitido hacer imágenes de quien no estaba declarado santo, la primera escultura de san Ignacio fue hecha por el celebre escultor valenciano Pedro de Mena para celebrar su beatificación en 1609, pero las reglas del canon romano permiten que se hagan imágenes de los beatos en actitud de penitente y ya cuando son elevados a los altares se ponen en actitud apoteósica, y la imagen de Nío está de esta manera: de pie sosteniendo en el brazo izquierdo el libro con el lema de la compañía “Ad Maiorem Dei Gloriam” señalando con la mano derecha, rasgo elemental de las imágenes ignacianas ya que fue él en sus famosos ejercicios que aconseja: “golpear el pecho en señal de penitencia para despertar al corazón dormido” situación que movió a toda una época, así lo podemos ver el famoso “caballero de la mano en el pecho” del Greco. Por todo lo anterior podemos deducir que fue después de 1622.
Otro de los elementos que me llama poderosamente la atención es la proporción de su cuerpo, los biógrafos lo describen como una persona de mediana estatura y analizando la imagen de uno de sus costados vemos que lo que se intenta representar en la piedra es a un hombre con esas características.
Algo que podíamos señalar como elemento distintivo de esta imagen es el cíngulo con el que esta ceñido, cosa que no es común, ya que la sotana negra con la que se le representa no se acostumbra así as menos que se lleve los ornamentos para decir misas, si no es así no es para que tenga dicho cíngulo, pero eso no es lo más relevante si no que aparece grabado con grecas netamente indígenas, tal vez un mensaje sin palabras para generaciones posteriores de lo que primitivamente fue el hoy patrón de los jesuitas.
No estaría completo el análisis si excluyera el dato tal vez mas importante que contiene esta imagen, tal vez en la que se ve reflejado con mayor claridad el sincretismo de las formas y de los conceptos: en todas, absolutamente todas las representaciones de San Ignacio aparece con barba cerrada, netamente español, ya que los grabados muy recientes de quienes conocieron a Ignacio lo representaban así y en esta ocasión nuestro santo es lampiño, muy probable por que nuestros indígenas que no contaban con este adorno de la naturaleza quisieron sentirse mas en confianza con el que sería su santo patrón reconociendo así una semejanza mayor con sus coterráneos y tal vez reconocían en eso como una característica principal a la raza dominante.
Por lo tanto se puede aseverar que la imagen de San Ignacio de Nío sirvió como un punto mediador entren la paternalista orden de los jesuitas y los indígenas que habitaban esas comunidades; sirvió a la empresa de los primeros porque así erradicaban la idolatría y prosperaba la religión cristiana cumpliendo así con su ideal de extenderse a los “confines de la cristiandad”, y a los segundos en su afán de que perdurara entre los que vinieran después de ellos el recuerdo de lo que había sido su antigua religión apagada por las fuerzas de la cruz, a quienes pudieran leer entre líneas lo que la palabra no podría expresar a ojos vistos.
Esta imagen que a la fecha provoca multitudes cada 31 de julio, este año no fue la excepción donde fue llevado en proseción al río para pedirle sea solicito en abundancia de lluvias; para expresarle en plegarias ancestrales votos que permitan tener una buena cosecha, tal vez un antiguo rito dedicado a la deidad que se encontraba en la piedra en la que fue esculpido el jerarca jesuita, antigua deidad transformada en santo que guarda en su efigie la conseptualización española de la ideología cristiana y elementos prehispánicos de importancia cultural elemental de la religiosidad indígena que aun en los embates de la era moderna sigue produciendo una atracción enigmática gracias a su larga lista de milagros que a lo largo de los años a podido acrecentar en la región del Petatlán.
*Presidente del Ateneo del Petatlán/Guasave.