Por Pablo Gastélum*
En las vacaciones del verano del 64, estando en la Ciudad de México, fui acompañando a mi hermana Rosario al Castillo de Chapultepec, en donde dictaría una conferencia el famosísimo muralista mexicano David Alfaro Siqueiros.
Llegamos a las inmediaciones al pie de los murales inacabados, en aquél entonces, pues en esas andaba Siqueiros cuando lo encarcelaron por el delito de disolución social, toda vez que siendo enemigo político del Presidente López Mateos, se dio a la tarea de andarlo desprestigiando cuando iba de avanzada en una gira que hizo el entonces Presidente por Sud América, atribuyéndole entre otros epítetos, que era agente del Imperialismo Yanqui.
El caso es que estábamos en Chapultepec y la recepcionista era su esposa, la señora Arenal, hermana de su compañero de andanzas, el escultor Luis Arenal, una mujer discreta y amable, quien ayudaba a colocar las sillas, al tiempo que nos anticipaba que el Maestro no tardaría en arribar.
Éramos un grupo de más de cien gentes entre jóvenes diletantes, artistas, turistas, estudiantes y periodistas.
El caso es que llega el Maestro, quien tenía pocos días de haber salido de la cárcel, en la cual estuvo por 4 cuatro años, y que arremete en contra del Presidente Adolfo López Mateos (quien estaba por dejar la presidencia de México), con una energía y determinación tal, que sentí miedo de que lo pudieran rehaprender los guardianes del orden ahí presentes.
Su figura era única: Vestía de negro, con cuello de tortuga y manga larga, el pelo alborotado encanecido, de una mirada de ojos celestes, que se percibían como inyectados y haciendo un esfuerzo por mantenerlos abiertos.
Acto seguido, se dispuso a explicar su proyecto, en el que trataba de poner tres planos en una sola perspectiva, con unas rallas y trazos fuertemente pintados, con ese estilo esquemático en el que logra un dinamismo y vigor único, con el auxilio de pistolas de aire que vierten litros de pintura y añade pasta para dar volumen y textura a sus representaciones.
Aquello terminó siendo un mundo nuevo de vivencias en el que para un provinciano de 15 años, con toda una vida por delante y nada experimentado por el estilo hasta entonces, resultaba ser un agasajo, pues estaba descubriendo el Castillo de Chapultepec, con todo su bagaje histórico y arquitectónico, aunada ésa flamante herencia que quedó plasmada en sus naves y muros y que ahora en retrospectiva me hace sentir como si algo de mi energía hubiese quedado eternamente plasmada junto al nacimiento y vida de ese mural.
*Notario Público.