Por Iván Escoto Mora*
El Estado en la Ilustración implica la concepción de una sociedad consciente de su constitución colectiva y de la necesidad de satisfacción del bien común, como presupuesto esencial para la felicidad individual.
A partir de la Ilustración, el Estado requiere de la existencia del hombre libre. En un Estado ilustrado las condiciones de ignorancia y marginación no pueden justificarse. Es necesario que el hombre sea libre para que adopte conciencia de su individualidad como parte de un ente societario, y en tal escenario, genere un sentimiento de “fraternidad-solidaria” que lo induzca a asumir su interés individual como una extensión del interés colectivo.
En el ideario de los hombres enajenados prevalece el deseo particular de supervivencia y de acumulación. Ello redunda en el desorden y la inestabilidad del Estado en proporción inversa al orden que aspira garantizar. Ante la desigualdad se incuba el resentimiento, en consecuencia, a mayor desigualdad, mayor resentimiento, inestabilidad, violencia que, después, pretende apagarse con violencia. Así, un incendio se come a otro y otro, la muerte engendra muerte.
Jean-Jacques Rousseau nació el 28 de junio de 1712. Este año es celebrado el bicentenario de su arribo al mundo. Teórico, filósofo, controvertido académico, su pensamiento encendió luces que en mentes ilustradas alumbraron la Revolución Francesa en 1789.
El propio Rousseau consideró que su obra fundamental era “Emilio o de la educación” y aunque ésta podría ser apreciada como una aportación a la pedagogía, mucho tiene relación con la teoría filosófico-política visible en “El contrato social”. Esto es claro si se piensa en el tipo de hombres que interesa formar al Estado, hombres ilustrados, forjados en la libertad pero fundamentalmente, en el orden de una consciencia capaz de advertir el vínculo indisoluble entre el bienestar privado y el bienestar colectivo. En este camino, la familia se vuelve un modelo a escala de las nociones de bienestar y complementariedad que, ampliadas, resultan indispensables en el ámbito social.
Para esbozar la liga “Hombre-Ilustración-Sociedad-Estado”, es oportuno comparar dos concepciones contrapuestas, la del inglés Thomas Hobbes (1588-1679) y las del franco-helvético Rousseau (1712-1788).
La visión de Hobbes y Rousseau diverge en grados de percepción. Hobbes hace recaer la soberanía de manera definitiva e irrevocable en la construcción político-jurídica del Estado, dependiente del pueblo pero superior a él.
Rousseau hace participar a los individuos no sólo en el Estado sino con el Estado, de tal suerte, congregados socialmente a partir de un contrato, su voluntad no puede ser soslayada ni subordinada a la arbitrariedad del poder. La soberanía reside en el pueblo y no en el poder del Estado, éste, en todo caso, es concebido como una fórmula de organización pero nunca como el dueño subrogado de la voluntad soberana de los hombres.
Si el Estado es una institución de la sociedad, la voluntad colectiva es el elemento fundacional de la estructura estatal, la condición de su existencia. La voluntad social en Rousseau no es una simple suma de voces particulares sino la expresión de un sujeto activo. El hombre es un ente con derecho y participación directa en la organización colectiva.
En tanto que actor protagónico, el individuo socialmente organizado se transforma en garante de los intereses colectivos, situándose encima de los deseos privados y las voluntades personales o mejor dicho, quedando éstas subsumidas en la voluntad social.
El individuo se organiza colectivamente para garantizar su seguridad. La necesidad social de seguridad se traduce en el surgimiento del Estado. En la estructura de Hobbes el Estado cumple con una función social, al constituirse como “supra-ente” protector y organizador, sin embargo, al delegarse en él todas las libertades del pueblo, el Estado y sus gobernantes se vuelven soberanos y el hombre (en lo individual y en lo colectivo) pasa a ser un súbdito constreñido a la voluntad del gran “Estado-monarca”. El pueblo es relegado a la disyuntiva de: obediencia o exterminio bajo la fuerza del Monstruo gobernante.
En cambio, Rousseau plantea un escenario en el que los hombres son protagonistas del Estado debido a que han suscrito un “Pacto social” con el objeto de garantizar su seguridad. Este Pacto implica la legación del poder organizativo en un gobierno, no en un gobernante. La soberanía reside en el pueblo, quien la cede temporalmente a través de un mandato. El pueblo conserva para sí el poder mediante la representación y el sufragio.
Rousseau influyó decisivamente en la mente de los revolucionarios que erigieron la República Francesa bajo las premisas de “división de poderes”, “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”, conceptos interesantes desde la óptica de la consciencia colectiva o dicho simplemente “la solidaridad”, noción fundamental para entender al Estado Ilustrado, diametralmente opuesto al Estado absoluto y monstruoso.
*Abogado y filósofo/UNAM