Por Faustino López Osuna*
Finales de la primera década del presente siglo XXI. Eran los gratos días en que, auspiciada por la Universidad Autónoma de Sinaloa, aún se celebraba la Feria del Libro y las Artes (Feliart) en la plazuela Machado de Mazatlán, espacio emblemático del puerto, en el que dos de las calles adyacentes al parque eran cerradas al tránsito vehicular por el Ayuntamiento, para disfrute peatonal de los visitantes, pero que, sin consideración a éstos, con el tiempo fueron tomadas por los propietarios de los restaurantes vecinos para ampliar sus negocios, constriñendo hasta la asfixia a la misma Feria, lo que llevó a la propia UAS a replantear su ubicación, trasladándola a sus instalaciones porteñas, a partir de 2011, con las obvias protestas gastronómicas del caso.
Es de reconocerse a los organizadores de la Feliart, que siempre tuvieron como invitados de lujo, al igual que a renombrados escritores, a destacados caricaturistas nacionales, encabezados por el genial Rius: Naranjo, Navarro, Helguera, Magú, entre muchos otros, quienes casi siempre presentaban su último volumen de cartones o participaban en exposiciones individuales o colectivas, con sus intervenciones personales de hilarante crítica corrosiva sobre el estado de cosas en el país.
Así fue que, como todos los años, saludé nuevamente a Rius, o Eduardo del Río para los no cuates, la ocasión en que, por esa falta de espacio descrita, se mandó a un lote en ruinas, en la cuadra contigua a la plazuela, a la delegación de la República de Cuba, invitada a la Feliart, situación que, por cierto, generó un conflicto con los cubanos por considerarse discriminados, habiendo estado a punto de abandonar el evento.
Normalmente acudía a saludar a Rius al hotel, donde en ocasiones me invitaba a desayunar; platicábamos de diversos temas, de autores como Monterroso, Monsiváis, Fuentes o Saramago y sus obras, recordando a viejos amigos comunes o, según el programa y el tiempo disponible, lo acompañaba en un paseo en yate desde el embarcadero en la marina de El Cid hasta alguna de las tres islas frente al puerto.
Por respeto a las personas asignadas por los organizadores para atenderlo, Rius y yo estábamos de acuerdo que al día siguiente que terminaba oficialmente su visita y quedaba en espera de dirigirse al aeropuerto, yo lo invitaba a comer y de ahí lo llevaba a tomar el vuelo. Aquella vez le pregunté qué deseaba de nuestra comida regional. Y pidió que lo llevara a saborear el mejor pescado zarandeado. Se me olvidaba agregar que en ese viaje lo acompañaban su esposa y su pequeña hija.
Le propuse ir a Villa Unión, al afamado restaurante “El Cuchupetas”, cuyo propietario, don Manuel Sánchez Villalpando, es mi pariente. De ahí, le dije, podemos pasar a que conozcas mi pueblo, que está a 10 kilómetros de distancia rumbo a El Rosario. Estuvo de acuerdo. Los callos de hacha, el agua chile, el estofado de aleta de atún y unos langostinos a la Cuchupetas, dieron paso al exquisito pescado zarandeado con la receta de la casa. De ahí partimos a Aguacaliente de Gárate.
Al detenernos en la casa frente a la plazuela, al ver el medallón de cantera en la fachada con el año 1862 y admirar el conjunto arquitectónico de la iglesia con la plaza rodeada por portales en los cuatro costados, Rius dijo, con admiración, que era una verdadera joya. Y agregó: “No creo que Gabriel García Márquez pudiera describir algo así de Macondo”.
Ya adentro, en compañía de su esposa y de su hija, Rius recorrió la casona. No sé cuántas cosas pasaron por su mente, pero en un momento dado, dirigiéndose a mí, dijo: “Así que de aquí fue Florencio”, recordando, de pronto, a mi hermano, comentándole a su esposa de su participación en 1968. Yo aproveché para mostrarle el diploma de graduación de Florencio, con la firma original de Salvador Allende Gossen, presidente de Chile, como padrino de su Generación. Luego, viendo en otro muro un cuadro, me expresó: “Aquí estás con Dámaso Murúa”.
Pendiente del tiempo para estar en el aeropuerto, le pedí pasar a mi modesta biblioteca y hacerme el honor de sentarse en la silla de la mesa de trabajo, para presumir, le dije, que ahí se sentó Rius. Lo hizo con agrado y, desde esa posición, al levantar la vista, exclamó: “Hasta tienes un tapanco… ¡Qué padre!” Así terminó su visita relámpago a mi pueblo, sin saber Rius que, aparte de él, también Aguacaliente de Gárate está en el Pequeño Larousse.
*Economista y compositor