Por Iván Escoto Mora*
Los días se desploman ante nuestra mirada. A dos meses del fallecimiento de Carlos Fuentes. Podría señalarse que es un cliché innecesario decir: “el mejor homenaje para un escritor es leerlo”, sin embargo, cómo negar semejante afirmación. Quien escribe quiere ser leído; quien es leído, es recordado.
La escritura es sin duda una forma de inmortalidad pero a la vez una forma de nacimiento o renacimiento en la mente de cada lector. Así, un libro se transforma en infinitas posibilidades, tantas, como miradas se posen sobre las ideas que contienen sus páginas.
El 15 de mayo de este año partió de su vida material, Carlos Fuentes Macías, dejando tras de sí un caudal robusto de historias. Su pluma dio vida a “La región más transparente”, “La muerte de Artemio Cruz”, “Aura”, “Terra Nostra”, “La silla del águila”, “La voluntad y la fortuna”, y un gran etcétera que abordó la narrativa, el ensayo, el relato, el teatro, el guión de cine e incluso el libreto operístico.
Polémico, carismático, observador implacable, Fuentes fue uno de los grandes narradores hispanoparlantes del siglo XX y también, uno de los más severos críticos de nuestro tiempo. Su obra puede reconocerse no sólo por su riqueza literaria sino por el profundo análisis que realiza, directa o tangencialmente, del fenómeno social y su relación con el poder en distintos niveles: lo familiar, lo político, lo económico, lo geográfico, etc.
Como protagonista de la vida pública, los vínculos de Carlos Fuentes se extendieron por todas las esferas conocidas. Sus detractores tampoco fueron de poca monta.
Fuentes renunció a su nombramiento como embajador en Francia, para protestar contra Díaz Ordaz, a la sazón, designado embajador de México en España, luego de que se restablecieron, tras la muerte Francisco Franco, las relaciones diplomáticas entre nuestro país y la península Ibérica.
En fechas más recientes, Carlos Abascal, Secretario de Estado, acuso la novela “Aura”, de inmoral. Entonces, Fuentes pretendió ser censurado, pero su nombre ya era demasiado grande para opacarse ante la intolerancia.
La muerte de Artemio Cruz, escrita en 1962, sigue teniendo una vigencia aterradora. La historia corre a través de los recuerdos de un anciano moribundo que cuenta sus días mozos, desde la trinchera revolucionaria hasta el pináculo del poder político y económico.
Después de haber amasado una influencia descomunal, igual que a todos, a Artemio lo alcanza la muerte y en su lecho final vuelve sobre su pasado, sobre sus alegrías y sus rencores, sobre el camino que construyó su nombre, forjado desde los traspatios de la pobreza y quizá por ello, inconmovible, capaz de pasar por encima de todo. Cínico, tal vez, pero, finalmente, así es el mundo que Artemio Cruz cuenta, un escenario en el que unos devoran a otros y sólo queda decidir en qué lado ubicarse.
Entre alucinaciones rodeadas por la extremaunción, el personaje de Fuentes identifica la condición de lo humano y comenta: “Ya estamos viviendo entre criminales y enanos, porque el caudillo mayor prohíja pigmeos que no le hagan sombra y el caudillo menor tiene que asesinar al grande para ascender”.
Para rendir tributo al extraordinario mexicano, a su literatura y a su conciencia crítica, traigo a cuenta un breve párrafo de “La muerte de Artemio Cruz”, publicado por la casa editorial Punto de Lectura. Transcribo para recordar al autor, en estos momentos en los que parece que la literatura es el único medio para reconfortarnos ante lo incierto y la única vía para reencontrar la razón.
A continuación las palabras que Artemio Cruz, siendo aún muy joven, escucha decir a un viejo lobo de mar:
“Una revolución empieza a hacerse desde los campos de batalla, pero una vez que se corrompe, aunque siga ganando batallas militares, ya está perdida. Todos hemos sido responsables. Nos hemos dejado dividir y dirigir por los concupiscentes, los ambiciosos, los mediocres. Los que quieren una revolución de verdad, radical, intransigente, son por desgracia hombres ignorantes y sangrientos. Y los letrados sólo quieren una revolución a medias, compatible con lo único que les interesa: medrar, vivir bien, sustituir la élite de don Porfirio. Ahí está el drama de México. Mírame a mí. Toda la vida leyendo Kropotkin, a Bakunin, al viejo Plejánov, con mis libros desde chamaco, discute y discute. Y a la hora de la hora, tengo que afiliarme con Carranza porque es el que parece gente decente, el que no asusta. ¿Ves qué mariconería? Les tengo miedo a los pelados, a Villa y a Zapata… Continuaré siendo una persona imposible mientras que las personas que hoy son posibles sigan siendo posibles…”.
Recordar es encontrar en el pasado las respuestas de nuestro futuro. La literatura nos permite ver, a través de las lentes de la imaginación, la realidad más clara de eso que se endereza como una ficción ante nosotros. Celebremos a Fuentes leyendo su obra.
*Abogado y filósofo/UNAM