Por Óscar Lara Salazar*
El libro Viajeros Franceses en México, de Jorge Silva, es una interesante recopilación de testimonio e impresiones que reconstruye una visión de nuestro país. Este trabajo literario se va armando como si las piezas de un rompecabezas las fueran juntando y con ellas le dieron forma, resultando al fin este libro.
El estudioso autor, afirma “México tiene sus danzas típicas: evocaciones de hechos históricos, recuerdos prehispánicos o ecos de la reciente revolución, llenas un papel muy importante en ferias y festejos populares. Todo el pueblo la siente hondamente: muchos participan en ellas. Y, fondo musical, el alma de México se deja llevar por las notas y aparece a través del ritmo del músico, del cantante, del bailarín…”
La danza siempre ha sido pues, una de las manifestaciones de la cultura que imprime el rasgo más característico que distingue las expresiones entre una región y otra; aunque como dice el mismo Silva, “siempre las mismas bellas danzas autóctonas que demuestran la virilidad de las razas indígenas, y su hondo sentido del ritmo, a la par que su sentimiento estético…” De ahí, que, para conocer y desentrañar el pasado de un pueblo, tendremos que conocer, al igual que su religión, su música, sus juegos, sus costumbres y de manera especial sus danzas. Esta es la motivación que nos ha movido a rastrear el pasado a través de nuestras danzas.
Las tribus aborígenes de Sinaloa cuentan con numerosas danzas de carácter ritual, entre las más destacadas, se anotan las siguientes: la Cuaresma, los Matachines, los Judíos y Fariseos, los Fiesteros, de la Cruz, del Venado y el Coyote.
La danza de la Cuaresma o de la Pascua era ejecutada por cofrades que usaban en ellas vistosa indumentaria, impresionantes máscaras, y un cinturón lleno de coyoles o cascabeles colgantes; una sonaja (soonasco en cahita) y el toque de tambor y la flauta, que utilizan para bailar el son, además una sarta de capullos secos y bolsas de orugas, llamadas tenavaris, que se enrollan a las piernas de los danzantes.
La danza de los Matachines que también se llamaba de los Malinches, tal vez, por haberse originado entre los súbditos de la cacique de Ocoroni, la Malinche sinaloense, llamada por los españoles Luisa, “capitana y mandona mujer de indios, hábil e inclinada a obedecer a los cristianos”, siguiendo su ejemplo sus vasallos presentaron una destacada colaboración a los misioneros jesuitas.
Los danzantes llevaban trajes blancos, penachos con listones, espejos y papeles de colores, un plumero y una sonaja. Por lo general hacían evoluciones a las órdenes del Monarca. Durante los festejos organizaban grandes comilonas y embriaguez colectiva. Iniciaban sus danzas el primer domingo de noviembre de cada año, la noche del 24 de diciembre siguiente la bailaban íntegra y terminaban hasta el día último del año. En estas cofradías religiosas estaban excluidas las mujeres.
Las danzas de los Judíos y Fariseos la celebraban los indios con motivo de la Semana Mayor para hacer una representación del drama de la pasión de Cristo.
Las danzas o cófrades iban ataviados de máscaras de animales, como un residuo de su tradición totémica, imitaban en su vestuario las Cortes Romanas y las armas eran fabricadas de madera. Danza ceremonial a cargo del padre “doctrinero”
Esta danza terminaba el domingo de resurrección cuando se celebraba la ceremonia que llamaban “correr a los santos”; es decir, en este acto se hacía una procesión con las imágenes y esculturas religiosas de la iglesia, colocadas sobre andas eran llevadas eran llevadas por todas las calles del poblado acompañando el desfile, presidido por las autoridades civiles y eclesiásticas, además con un baile folklórico llamado pascola del que se ha hecho mención con antelación.
La danza de los Fiesteros tenía un carácter funerario, se celebraba el día 2 de noviembre, en Todos Santos, en el cementerio, mientras se llevaba las ofrendas alimenticias y velaciones. Participaban en ella el maestro, las cantadoras o rezadoras de oficio y los deudos. También se acostumbraba ejecutarla durante los entierros de personajes destacados en la vida de la comunidad.
La danza religiosa de la Santa, cruz se celebraba el día 3 de mayo. Los danzantes llevaban en las piernas una media calzada, bordada de cascabeles de víbora, que dejaban oír un ruido sordo, metálico. Alrededor de la cabeza, una cinta roja y ancha, pasada por la frente con moño por detrás. Esa misma cinta, sostenía otras muchas que caían sobre la espalda, que era de diversos colores. No usaban embijes ni tabujes.
Distante del pueblo, poco menos de un kilómetro, de antemano tenían grabada sobre la corteza de un árbol corpulento ( por lo general una “bebelama”), una cruz. En la casa del jefe del convite, guardaban otra insignia, como de sesenta y cinco centímetros, que llevaban en procesión, danzando por el camino, hasta llegar a la cruz del árbol donde seguían bailando, sin cantos ni gritos, luciendo adornos llamativos en sus vestiduras y alternándose los grupos de danzantes. De vez en cuando, para depositar ofrendas que consistían en flores silvestres, palmas, plumas de pájaros y loros, conchas de nácar y caracoles. Pueden participar en ella otras danzas como “El Pascola o Venado”, “El Coyote” y “La Churea”, esta última aludía a un pájaro llamado también “tapa-caminos” o “chota cabras”.
La danza del Venado, conocida universalmente, en su origen tenía un sentido totémico. Esta era el medio propicio para que el hechicero representara su transformación dual de hombreanimal. En las danzas representativas de este género –animales o aves—el danzante escogía al tótem que adoraba y cuya protección estaba el clan endogámico, exogámico o que practicaba la poligamia, dentro de la tribu de la cual formaba parte.
Este origen de las danzas aborígenes es el mismo en todas las culturas del mundo. Se ha encontrado, por ejemplo, una similitud completa entre la danza original del Venado que el “mazoyilero” (danzante) baila, todavía en nuestros tiempos, en los pueblos cahitas, mayos y tehuecos con una pintura rupestre antropomorfa que se conserva en la Cueva de Tríos Freres, en Francia, vestigio pictórico que data del paleolítico.
La invasión cultural y los atropellos incontenibles de una sociedad consumista, han venido matando nuestras tradiciones, y una de ellas es la danza, como expresión propia. Creo que debiera de existir el compromiso de todos aquellos que estamos comprometidos con lo mejor de lo nuestro; de nuestra historia y de nuestras tradiciones, para conservar y mantener la esencia de nuestro pasado que nos da identidad y orgullo como sinaloenses.
*Diputado Federal/Cronista de Badiraguato.