Por Juan Cervera Sanchís*
Fue el entrañable “poeta del hogar”. Nació en la ciudad de México el 29 de junio de 1852. Leidísimo y queridísimo en su tiempo. Hoy, todavía, algunas de sus poesías se niegan a perderse en el olvido y circulan en antologías populares.
Entre la gente del pueblo aún hay quienes gustan de sus versos. Esos versos de Juan de Dios Peza que cantan y ensalzan lo cotidiano de la vida hogareña.
En el prólogo de su libro titulado “Cantos del Hogar”, Juan de Dios Peza se dirige a sus pequeños hijos y les advierte, pensando que al crecer lo entenderían: “¡Como habréis de leer estos versos cuando seáis jóvenes y cuando lleguéis a viejos. ¡Ay de mí que lo sé demasiado! Siempre con lágrimas en los ojos, porque estos versos son de amor, y el amor se nutre del llanto.” Y a esto añade conmovido el poeta: “¡Creed, amad, esperad!” Con Juan de Dios Peza hay que creer, hay que amar y hay que esperar. ¿Esperar qué? Digamos que por lo menos unas migajas de comprensión, unas gotitas de alegría y creer en todo momento que el amor es posible contra los constantes desengaños que buscan aniquilarlo día con día.
Los lectores de hoy, en general, niegan su atención a la poesía de Juan de Dios Peza. No faltan los que, si por un raro azar descubren sus versos se rían de él y lo cataloguen de cursi. Ya nadie canta al hogar, ni a los hijos, ni a los padres. Los temas que se abordan son muy otros, pero si uno relee a Peza sin prejuicios lo encuentra preciosamente humano y se pregunta: ¿Acaso el humanismo es algo sobreseído? De ninguna manera. El día que dejemos de ser humanos nuestra especie dejará de ser lo que es y lo que ha sido.
La lectura de Juan de Dios Peza es gratificante y es por ello que de vez en cuando lo vuelvo a leer y, naturalmente, a disfrutar. Su simplicidad poética y ajena a los deliquios verbales de algunos poetas de nuestro tiempo tiene un encanto muy particular, y yo añadiría que consolador. Su atmósfera lírica, si uno entra ella sin prejuicios críticos de último cuño es, sin duda, un disfrute. Y en esta vida hay que aprender a disfrutar del presente como del pasado y del anhelado y soñado futuro.
Juan de Dioz Peza, en sus versos, nos recuerda: “¡Existir es luchar!” y, junto a esta proclama, recrea nuestros ojos con escenas muy cinematográficas del hogar, en donde los hijos juegan con fusiles y muñecas:
“Juan y Margot, dos ángeles hermanos…”
Escenas de la vida cotidiana, donde el poeta crea y se recrea, hablando de sus hijos, los infantiles juegos no exentos de reyertas.
Poesía la suya hecha de instantáneas fotográficas en base a la luz de la palabra, dado que Juan de Dios Peza era un retratista del alma y la vida familiar. Su poesía jamás sale del hogar, ¿para qué? Al fin que ahí está todo su universo poético, un universo consagrado al amor de la familia. La familia de Juan de Dios Peza fueron sus dos hijos, donde él buscaba la imposible eternidad, en un deseo de detener el tiempo y la vida:
¡Amadme como os amo! Me habéis dado la paz con vuestros besos de ternura.
¡Si yo viviera siempre a vuestro lado, si siempre fuerais niños¡ ¡Qué ventura!”
Los hijos por siempre niños. Gran sueño… Pero los hijos crecen y, ante esto, hay que escribir, pintar retratos verbales y tratar de eternizarlos en la fe de la palabra. Contagiosa emoción cargada de infinita ternura es la poesía de este hombre que se negó a cantar la grandilocuencia y otras espectacularidades. La simplicidad de la vida familiar lo cautivó. Rindió culto muy particularmente a los hijos y los deificó. Ellos fueron su patria y, la patria, la extensión de ellos.
Juan de Dios Peza creyó en la armonía y en el orden de la Creación e hizo de su hogar un hermoso poema ordenado por el orden enamorado del amor. Hombre él poco dado a las interrogaciones y si a las exclamaciones jubilosas. Firme en su fe vivió en la poesía y para la poesía de la vida –hecha verso sonoro- y cimentó su poesía, hay que ser con él reiterativo, en el amor a sus hijos. ¿Nada heroico? Nada trascendente? Digamos que bellamente humano. Y no hace falta decir más, aunque si hay que señalar que esa candidez de la poesía de Juan de Dios Peza es lo que a nosotros, hoy, más nos encanta de su quehacer literario, en estos inicios del siglo XXI, en que se cumplen ciento dos años de su muerte en la ciudad que lo viera nacer, por lo que creemos que es un acto de justicia poética y humana recordar y revalorar la esencia de su obra consagrada al amor de aquella su pequeña familia, pues ayer como hoy, la familia, sigue siendo piedra angular de la sociedad humana.
La familia que,Juan de Dios Peza, fueron sus dos hijos, ya que siendo estos pequeños su mujer los abandonó y él los crió y educó, consagrándose por completo a ellos.
Juan de Dios Peza, quien estudiara en la Escuela Nacional Preparatoria, fue uno de los discípulos más apreciados de Ignacio Ramírez “El Nigromante” y de Ignacio Manuel Altamirano. Más tarde ingresó en la Escuela de Medicina.
Ahí fue entrañable amigo del también poeta Manuel Acuña, a quien llamaba hermano. Peza no concluyó sus estudios de medicina, ya que optó por dedicarse al periodismo, colaborando en las más importantes publicaciones de su época, como “Revista Universal”, “El Eco de Ambos Mundos” y “La Juventud Literaria”.
*Poeta y periodista andaluz.