(Parte 2)
Por Andrés Moisés González Loyola*
La manifestación o expresión de los “asuntos inconclusos”, enunciados en la sección anterior, es variada e impredecible su presencia, por ejemplo, se pueden identificar mediante los hábitos auto destructivos, uso y abuso del alcohol, tabaco, otras drogas, comer o beber en exceso para aliviar la ansiedad, enfermedades psicosomáticas repentinas o crónicas, diversas formas de aislamiento u otros comportamientos y malestares que inhiben el desarrollo armónico y el bienestar de las personas, en muchos casos se pueden diagnosticar como expresiones de asuntos inconclusos.
Como se señaló en el párrafo anterior, si las conductas indeseables o dañinas persisten y obstaculizan o limitan el bienestar y la salud físicamental y emocional de las personas, es necesario buscar ayuda profesional a fin de conocer las causas que producen el trastorno, e iniciar así el tratamiento correspondiente hasta recuperar la salud y el sentido de vivir con mayor plenitud.
Volviendo a la pregunta que encabeza este artículo y, partiendo de la idea de que: Educar es un acto de amor, la disciplina también es una expresión de amor y una responsabilidad de toda persona que educa, los menores necesitan y valoran la disciplina, el respeto, la responsabilidad, entre otros valores indispensables para vivir en sociedad.
Imagínense que dejemos a los niños que hagan lo que quieran, ¿cómo aprenderán a fijarse metas y cumplirlas?, ¿cómo sabrán relacionarse con otras personas? Los adultos somos ejemplos a seguir para los menores y los jóvenes, la comunicación y el cariño que les brindemos diariamente debe ser incondicional, de aceptación y respeto. Nuestros hijos necesitan sentirse queridos a pesar de sus errores o sus faltas.
Se trata aquí, de encontrar maneras positivas de corregirlo con cariño, se corrige la conducta inapropiada no se atenta contra la dignidad del ser humano, una de las metas de la educación es que los menores aprendan a ponerse límites a sí mismos, a tomar sus propias decisiones y plantearse metas. ¿Cómo hacerlo? No hay maneras infalibles o recetas exclusivas para esta respuesta. Sin embargo, se han obtenido buenos resultados aplicando las consecuencias naturales y lógicas, es decir, dar la oportunidad que el menor o adolescente viva el efecto de su comportamiento, siempre y cuando no se atente contra la vida, así estamos aplicando una consecuencia.
Los menores a quienes se enseña a aceptar y tomar conciencia del resultado de sus acciones aprenden a hacerse responsables, a tomar decisiones y ajustar su conducta a lo que ellos mismos consideran justo o conveniente. Dentro del diálogo familiar intentemos especificar con claridad qué se puede hacer y qué no es adecuado, revisemos si estos límites son justos y razonables, además de entendibles por todos. Al tratarnos con respeto y cariño hay más posibilidades de colaborar por convencimiento entre unos y otros, también es sano aceptar nuestros errores y pedir disculpas a quienes ofendemos.
Ideas de gran utilidad para educar a sus hijos las puede consultar en: http://www.vamosmexico.org.mx/guiadepadres/
*Doctor en psicoterapia con enfoque humanista. Instituto Humanista de Sinaloa, A.C.