(Cuatro de cinco partes)
Por Fidencio López Beltrán*
Un mecanismo que suele presentarse en la psicología del docente, es que le parece interminable su labor e interminable también la comprensión de lo educativo, pues al abrir los ojos a su condición, incrementa su culpabilidad: a tal grado que al verse en el espejo, se le ocurre la salida inmediata al embrollo en el que está metido, y tal vez sin saberlo, usa la metáfora de Fernández del Paso: La culpa es del espejo (2011). Es decir, la culpa ya no es mía es de los demás… Pero, ya en su meditación profunda, luego la compartirá con la pareja, con el compadre y si tiene más valor algún día con el diván) empieza por reconocer que si su culpabilidad es tal, no sólo del empañado espejo, se debe a que su misión educadora, por su misma naturaleza, está llena de frustraciones y podrá ver la existencia de límites personales, profesionales y sobretodo estructurales y sociales. También valorará –de ahí el valor de educar-, que la vida misma para que valga la pena vivirla es la que lo implica en el mundo de la educación, pues a pesar de los intrincados procesos de formación y perfeccionamiento humanos, siempre ofrece alguna meta alcanzable que guarda relación con las enseñanzas recibidas y que algo del legado cultural que hoy se tiene, es parte de las experiencias que alguna vez compartió un profesor, a pesar de sus culpabilidades reales o falsas. El quehacer docente, permite que el profesor acumule constantemente retos interminables que en muchos casos los vive, ya no como un desencadenante motivacional en su venturoso viaje educativo, sino como tensiones, frustraciones e insatisfacciones tanto que se colma y sus estados de ansiedad o neurosis agudizan su estado de salud y le ocasionan problemas de intercomunicación con los demás. Tal vez a eso se deba su frecuente necesidad de lograr permisos como: incapacidades médicas, o de plano, cambiarse área o buscar su jubilación que en ciertos casos son salidas evasivas o simuladoras de las culpabilidades sentidas.
3) La simulación en la preparación y su desarrollo profesional.
La demanda de una actualización y/o capacitación es una constante que tanto la práctica como las políticas educativas de desarrollo profesional vienen exigiéndolo al profesor, sumándole las presiones derivadas de los programas de pago de estímulos al desempeño docente, que en muchos casos lo conducen a una carrera también interminable que además de seguir siendo individualizante, le dan prioridad a aquellos aspectos cursos y talleres más que posgrados y productos de investigación que respondan a los indicadores de evaluación docente y que le permite acumular más puntos e incrementar su nivel de ingresos.
Día a día experimentan exigencias en las que se busca ser competente frente a las demandas de alumnos y padres de familia: demostrar buenas prácticas y superar aquellas que se perciben como deficientes. Esto puede ocasionar que la mirada del docente se atrape en la apariencia de una formación poco comprometida con el cambio de su práctica, pues ha aprendido que es posible atender un requerimiento externo cumplir con las formalidades y exigencias de las autoridades externas simulando. Sin embargo, paradójicamente, cuando toma conciencia de que es un performance lo que hace, viene un recrudecimiento de la culpabilidad: le queda mal a la sociedad, pues ni siquiera alcanza a cubrir sus esperanzas del cambio que se ha prometido.
Además, desde hace varios años las políticas públicas sobre formación de profesores vienen empujando la necesidad de superar algunos problemas de la formación, como es el hecho de que los cursos y talleres de desarrollo profesional superen los enfoques formativos basados solamente en la parte intelectual para dar cabida a la parte humana y emocional del maestro (López y otros, 2004). Aún persisten los programas de actualización que suelen desligar la vida personal de la vida profesional, cuando se segrega lo público de lo privado de los sentimientos personales, inclusive muchos profesores y directivos cuando se trata de hablar de esas contradicciones o paradojas de su desarrollo profesional, prefieren callar o hacerlo de manera anónima.
De ahí que muchos profesores no trabajan en colectivos ya que no se ha fincado confianza alguna, y menos le apuestan a una empresa común en la que se posibilite compartir sus dudas, sus problemas, sean profesionales o personales, de tal manera que la vida colegiada y en mayor armonía para alcanzar mayor productividad y más calidad, se sigue dificultando, y es sin duda, uno de los problemas más trascendentales en la formación de valores.
4) Contribuyentes académicos y prisioneros en una profesión liberal.
La rendición de cuentas ha sido un asunto de los nuevos desarrollos de las sociedades modernas, de ahí que los profesores y sus escuelas sean nuevos contribuyentes, pero desde “lo académico” traducido en procesos-sistemas admnistrativos. Particularmente en la escuela pública se ha dado relevancia a dar seguimiento y a mantener actualizados los informes escolares, y con ello al llenado de distintos formatos (documentación que es requerida en muchos casos por organismos externos a lo propios de la estructura escolar o universitaria), que si bien es cierto, permiten sistematizar procesos y revalorar productos, suelen ser considerados como algo ocioso, ocasionando que se pierda el sentido de la mejora y de la transformación a la que empuja los propósitos que le dieron origen.
Se agudiza la culpabilidad persecutoria y paranoica de la que hablamos antes, pues a quienes incumplen con sus obligaciones de contribuir en tiempo y forma con sus informes, sufren las amenazas de no recibir el “cheque quincenal” o las aplicaciones consecuentes de las sanciones debido al desacato de la norma que opera una autoridad administrativa superior y muchas veces completamente ajena a las dinámicas académicas de los colectivos docentes.
Otro elemento que acompaña a los procesos de rendición de cuentas, es la permanente reducción de la autonomía académica de los profesores que habiendo nacido en una profesión liberal, ahora los acotan e intensifican su trabajo, reduciéndoles el tiempo de descanso y recreación. Y de nuevo: la culpabilidad paranoicapersecutoria se acompaña de la culpabilidad depresiva, para encerrarse en su mundo de culpas, ignorando los problemas que le determinan y obnubilan sus posibles soluciones sea para su persona o sea para su vida profesional.
*Doctor en Pedagogía/ UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.
UN AGUDO COMENTARIO CERTERO Y SAGAZ COMO DEDO EN LA LLAGA