(Parte 1)
Por Andrés Moisés González Loyola*
Durante su infancia ¿De qué manera lo castigaban cuando no obedecía a sus padres?, ¿Recuerda la última vez que le pegaron? Ahora que es un adulto ¿Está a favor o en contra de los castigos para educar?
Para muchos padres de familia, el uso de castigos, golpes, amenazas, humillaciones, chantajes y otras formas de regular la conducta de los hijos resulta algo común. Por lo general, de manera inconsciente repetimos acciones aprendidas en nuestra infancia para “encauzar” el comportamiento deseado en los integrantes de nuestra familia.
Cuando se recurre a los castigos o a la violencia en cualquiera de sus manifestaciones (física, psicológica-emocional, verbal, etc.), se agotan los recursos para enfrentar el problema, por ello se pierde la capacidad de tolerancia y la calma, se nubla la razón, surge la emoción y el deseo urgente de imponer la voluntad, expresiones como: “vas a hacer lo que te digo o…”, “ya me colmaste la paciencia, ahora verás…”, “es la última vez que te aviso…” son amenazas comunes en muchos hogares.
Ciertamente, los castigos impiden que la conducta indeseable se manifieste, pero esto suele durar poco tiempo, poco después de que desapareció el castigo la conducta negativa se vuelve a repetir. Ahora las personas que fueron castigadas aprenden formas ingeniosas de cuidarse para no ser sorprendidos cuando repiten las conductas perjudiciales.
Los castigos físicos o emocionales pueden causar dolor, humillación, frustración, enojo, deseos de venganza, resentimientos, miedos, y en general resistencias a las órdenes, indicaciones y deseos de la autoridad adulta representada por los padres de familia, profesores, hermanos, personas mayores y otros adultos. En este sentido se afirma que: Los niños que han sido golpeados aprenden a ser violentos.
Otra forma ineficaz de corregir el comportamiento de los menores es a través de frases ofensivas o denigrantes: “No me obedeces…”, “Eres muy tonto, no te fijaste bien, pon más atención”, “Te pido que me ayudes y te la pasas de flojo encerrado en tu cuarto…”, o los extremos, “Parece que te pica estar en la casa, eres muy vago”. Estas expresiones etiquetan a las personas, pueden empobrecer su autoconcepto y bajar su autoestima, o por el contrario, hacer que reaccionen con ironías, burlas, deseos de venganza, entre otras manifestaciones reactivas, por tanto, estamos de acuerdo en que: Humillar no educa jamás.
Muchos de los problemas emocionales que se presentan en la adolescencia, la juventud y la edad adulta, tienen su origen en tratos violentos (golpes, castigos, humillaciones, amenazas, burlas, chantajes emocionales, etc.), que se vivieron durante la infancia. En las personas pueden existir -en forma latente e inconsciente-, ciertos “detonantes de la conducta” que tienen procedencia en la niñez, por ejemplo, rencor acumulado, odio no expresado, deseos de venganza, agresión reprimida hacia sí mismo o hacia los demás, etc. A estas expresiones conductuales pendientes, no cerradas o incompletas les denominamos asuntos inconclusos… (continúa).
*Doctor en psicoterapia con enfoque humanista. Instituto Humanista de Sinaloa, A.C.