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Controversias acerca de los valores en los docentes Culpabilidad y actitud responsable y creativa

Por domingo 20 de mayo de 2012 Un comentario

(Segunda de cinco partes)

Por Fidencio López Beltrán*

Hay que reconocer que la culpabilidad es ante todo un problema individual para muchos profesores; sin embargo, es un problema social y por lo tanto, es un problema público, pues la estructura educativa y las formas organizativas en los que están envueltos los profesores, autoridades educativas, estudiantes y padres de familia, son estructurantes de las condiciones en las que trabajan y a su vez, esas estructuras sociales e institucionales participan en la generación de actitudes, valores, pensamientos sociales, estilos de vida y de prácticas profesionales que les hacen ser lo que son.

En el quehacer docente, existen tanto ataduras culpabilizadoras (también denominadas trampas culpabilizadoras) como disculpas o evasiones de la culpa. Para Andy Hargreaves: “Las trampas culpabilizadoras son las pautas sociales y de motivación que delinean y determinan la culpabilidad de los profesores; pautas que impulsan a muchos maestros hacia unos estados emocionales que pueden ser poco remuneradores, desde el punto de vista personal, e improductivos, desde el punto de vista profesional, y que los aprisionan a ellos. Las disculpas son las diferentes estrategias que adoptan para soportar, negar o reparar esta culpabilidad. Son maneras de afrontar o responder a la culpabilidad que han ido acumulando con los años. Entre las principales disculpas utilizadas en la enseñanza están la indefensión, el abandono, el cinismo y la negación. Las conductas de los profesores que, en otra situación, parecerían irracionales, despreocupadas o improductivas, aparecen a una luz muy diferente cuando se comprende que están regidas e impulsadas por la culpabilidad. Las estrategias de los educadores para afrontar unas proporciones no deseables de culpabilidad pueden llevarles a consecuencias menos deseables en su conducta. En ese sentido, la culpabilidad constituye un problema más, en cuanto generadora de otros problemas que en sí misma…” (Hargreaves;1999:167).

Si observamos las ataduras culpabilizadoras de los docentes en su contexto inmediato, es posible distinguir al menos tres tipos de culpabilidades: las persecutorias-paranoicas; las depresivas y las moralistas. Las primeras aluden al hecho de que es imposible lograr cumplir lo que esperan los demás de nosotros, en especial las expectativas que las autoridades externas se formulan sobre sus docentes, lo cual ocasiona temor y miedo, resignificando ese sentir en culpabilidad. Casi siempre la culpabilidad paranoica se acompaña de las exigencias del deber ser institucional en la que todo docente debe informar y acatar los disposiciones administrativas (además de ser un buen maestro en el aula, debe ser un buen contribuyente ante sus obligaciones de rendición de cuentas y de controles administrativos) que impone la estructura de gobierno de la institución de la que se trate. Las paranoicas- persecutorias, generan fobias e inseguridad personal que conlleva a una baja autoestima y minusvalía de lo que intelectual. Al punto de que reprime la creatividad y la capacidad de innovar e inhibe su disposición a compartir con otros sus experiencias personales y profesionales.

Las depresivas, son las que tienden a reparar y reponer; de dar y no siempre de recibir y agotar. Es decir, suelen surgir en la infancia y aparece en situaciones en las que los “[…] individuos sienten que han pasado por alto, traicionado o no han protegido a las personas y valores que simbolizan su objeto interno bueno […] En la edad adulta, esta culpabilidad depresiva se deriva de tener que admitir […] (que uno ha) […] injuriado, traicionado o no ha protegido un objeto interno bueno o su representación externa” (Davis, 1989:65 en Hargreaves, 1999). Tal vez el extremo sea que lo lleva a creer-sentir que puede hacer daño o que no atiende adecuadamente a las personas que están bajo su cuidado, como por ejemplo: cuando un docente no se percató de que su alumno demandaba una atención particular como el escuchar su problema familiar, o simplemente que requería de darle un permiso especial para salir al baño o para que se tomara un medicamento. Al no haber comprensión ni la paciencia para aceptar y atender la demanda del alumno, ocasiona sin duda, que se convierta en culpabilidad docente depresiva.

Las culpabilidades moralistas, están sumamente relacionadas con las dos precedentes, pero se caracterizan por una marcada actitud del profesor de acudir siempre al decálogo del buen profesor, de “ser buen samaritano” y de ser tan buena persona que siempre debe estar en la disposición de dar más de sí mismo. Tanto que se autoflagela y termina aceptando acríticamente que sus culpas están dadas por su falta de sentido humano, por su egoísmo o por sus carencias en su preparación docente. Bien podemos suponer que este docente recupera la cartilla moral de Alfonso Reyes, acompañada de un protagonismo por cumplir al pie de la letra con el deber ser. O al menos esta culpabilidad moralista lo lleva a “tomar conciencia de sus imposibilidades cumplir el sueño de ser el apóstol de la educación que Vasconcelos enseñó en sus memorias y que aún en este siglo XXI, los padres de familia siguen añorando”… (López, 1999). Esto lo conduce a estados de ansiedad que lo llevan a refugiarse en sí mismo y, que hasta cierto punto reflejan una actitud mesiánica que le impide ver los límites y condicionantes externos y sus potencialidades internas, tanto que prefiere trabajar solo que hacer equipo con sus compañeros. En ella, aparecen las culpas reales y las culpas falsas, estas últimas son aquellas que ubican al profesor como alguien que no puede alcanzar lo que los demás creen que debe ser o que los otros asumen “erróneamente” que es lo que en verdad no es. Vale decir que las culpas reales o falsas pueden generar cargas tan pesadas en los profesores que suelen experimentar responsabilidades como si las verdaderas culpas y la posible solución a las mismas, fuesen producto de una decisión personal desde su principio moral, desde su marco valoral y las virtudes humanas que cada persona posee o no.

Se ignoran los límites o las incapacidades que los profesores tienen para hacer bien o no su labor, pues si bien tienen competencias docentes bien reconocidas, también ostentan expectativas imposibles de lograr no sólo por sus incompetencias individuales sino por las condiciones estructurales y culturales de su profesión y del mundo social al que están sujetos.

*Doctor en Pedagogía/UNAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

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Un Comentario

  • VARINIA dice:

    DR. ME ENCANTA SU ARTICULO SOBRE TODO ESTA SEGUNDA FASE DONDE HABLA SOBRE LA CARTILLA MORAL DE ALFONSO REYES, DONDE SE RECUPERA EL SENTIDO SOCIAL Y HUMANO DEL MAESTRO, PUES DESDE HACE UN BUEN RATO EL MAESTRO NO SOLO SE BUROCRATIZO TAMBIEN SE POLITIZO Y DEJO DE HACER LO QUE TENIA QUE HACER Y ESO LO CONFLICTUA, LO ESTRESA, LO ATEMORIZA ES POR ELLO QUE LA EDUCACION ACTUAL DEJA MUCHO QUE DESEA ESTA SIMULADA, ATADA Y A MERCED DE LOS CANONES ECONOMICOS Y POLITICOS QUE RIGEN A ESTE MUNDO GLOBAL QUE AFECTA Y MUCHO.

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