Por Juan Cervera Sanchís*
En la historia de la Música en México, de Gabriel Saldívar, leemos: “La Iglesia necesitaba para su culto especialmente el órgano, como vimos de la disposición conciliar, y vimos también que los indios no los construían, aunque ayudaban a hacer todas las piezas, encargándose de armarlas los organistas españoles.”
Y añade el historiador: “De los del siglo XVI y la mayor parte del XVII no tenemos noticias sino hasta fines de éste, en que llegó Tiburcio Sanz.”
Así pues, si nos apegamos estrictamente a la historia, debemos reconocer en el citado personaje el primero de que se tiene memoria que instaló un órgano en México. Ese órgano fue nada menos que el de la Catedral Metropolitana.
Tiburcio Sanz procedía de Zelda, Aragón. Era hijo de Juan Izaguerri y María de Sanz. Curiosamente no usaba el apellido paterno. Era de oficio carpintero. Se especializó en la construcción de órganos con un maestro catalán del que se ignora su nombre. Resulto Tiburcio un discípulo excelente.
Posteriormente trabajó en Málaga, sur de España, con el escultor Francisco de Nieva y el ensamblador Jerónimo Gómez, construyendo órganos en un taller que estuvo en la calle Granada de la citada ciudad andaluza.
De ahí decidió trasladarse a la capital del reino, Madrid, donde trabajó con un tío suyo que era un reconocido constructor de órganos.
Fue así que se perfeccionó en tan exigente y muy preciada profesión, particularmente en aquellos tiempos, por lo que fue requerido por las más altas autoridades religiosas de la Nueva España.
No dudó Tiburcio Sanz en viajar hacia la capital del virreinato llegó a Veracruz el mes de octubre de 1692. Su principal misión era instalar el órgano de la Catedral de México. Tan importante trabajo lo realizó con la ayuda de su hermano Félix, quien lo acompañó en su viaje, y que también era un muy buen maestro en la construcción de órganos.
Durante tres años trabajaron en la capital del virreinato. En 1895, Tiburcio, ignoramos si su hermano lo acompañó, aunque suponemos que sí, se trasladó a Puebla de los Ángeles.
Era un hombre de cuarenta y tres años de edad. Ahí ocupó la plaza de organista de la catedral poblana.
Sabemos que, además de su hermano Félix, en la instalación del órgano en la Catedral Metropolitana colaboró también con Tiburcio, Juan de Rojas. Fue precisamente éste quien construyó la caja del órgano y la espléndida sillería del coro.
En el siglo XVIII destacó en México otro no menos importante constructor: José Nazarrete, quien por cierto construyó el impresionante y célebre órgano grande de la catedral de la ciudad de Guadalajara. La noticia de su construcción fue publicada, dada su importancia, en las páginas de la Gaceta de México. Ahí podemos leer lo siguiente:
“Ya ha hecho entrega el maestro Joseph Nazarrete del famoso órgano grande de la santa iglesia Catedral que finalizó este año con general honorífica aprobación de ocho de los más científicos sujetos en la facultad, de quienes ha merecido muchos y merecidos aplausos.”
Así se escribía entonces. La profusa nota continuaba: “Ha tenido de costo más de veinte mil pesos y se compone de una muy lucida caja de dos fachadas de finas e incorruptibles maderas, que con sus remates toca en el medio punto; proporciona secreto de menos de tres varas de longitud y dos de latitud, en que artificiosamente están distribuidos cuarenta y siete canales cerrados con otras tantas supapas, y sus fuelles correspondientes con que sin desperdicio de viento, ministran el necesario para 2226 flautas.”
Junto con José Nazarrete, destacó también en Guadalajara, allá por el año de 1733, Clemente Dávila.
En Durango, organista mayor de su catedral, adquirió mucha fama en aquel tiempo Mariano Placeres, curioso apellido, quien asociado con Miguel Careaga, construyó, además, un piano que fue descrito de esta manera por una pluma de la época:
“El piano construido por Placeres y Careaga es de muy dulces y agradables voces.”
Ya en las postrimerías del virreinato tenemos noticias de nuevos órganos construidos por Narciso Durán.
Queremos recordar, según testimonian los historiadores de los instrumentos musicales, que el órgano fue inventado por Ktsbio sobre el año 300 antes de nuestra era, aunque en la Biblia se atribuye su invención a Jubal.
Se cree que el órgano que tocaba Nerón era el descrito por Vitrubio con varios registros.
Tras invadir los bárbaros Europa el órgano desapareció de ella y se refugió en Bizancio. Más tarde busco asilo en Constantinopla.
Gracias a un regalo de Constantino de Bizancio a Pepín el Breve retornó de nueva cuenta a Occidente. El año 812 vuelve a desaparecer a causa de un terremoto que desoló el continente, reapareciendo en el 826 a petición del rey Ludovico Pío que encarga a un fraile veneciano la construcción de uno. El año 872 el Papa Juan VIII lo introduce en las iglesias, antes era de uso profano.
Durante el periodo barroco, el órgano, alcanza un deslumbrante esplendor. Surgen grandes compositores e intérpretes del mismo, como Frescobaldi, autor de la obra “Fiori musicali”.
Beethoven lo ignoró, no así Mozart y Haydn, que compusieron algunas sonatas para dicho instrumento.
Durante el romanticismo Mendelssohn y Brahms también componen obras notables.
Ya a mediados del siglo XX el órgano entra en el reino de de las bandas sonoras de cine y anuncios comerciales.
Un ejemplo de ello son las piezas actuales de órgano compuestas por Hans Zimmer para la película “Piratas del Caribe”.
Asimismo, el órgano, entra en los videojuegos y, por ende, en el ámbito de la Internet, hechos de nuestra actualidad que jamás nunca hubieran podido imaginar aquellos constructores de órganos de la Nueva España:
Tiburcio Sanz, Juan de Rojas, José Nazarrete, Narciso Durán, Clemente Dávila, Mario Placeres y Miguel Careaga, que con admiración y respeto seguimos recordando.
*Poeta y periodista andaluz.