En días recientes han sucedido hechos importantes en el ámbito de la cultura que son dignos de reflexionar, uno es la reciente presentación del ensayo La Civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa, en donde el Premio Nobel de Literatura denuncia la excesiva importancia que el entretenimiento y la diversión tienen en el mundo contemporáneo. En uno de los apartados más polémicos, el peruano predice: “la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, y en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”, para luego asegurar: “En esta cultura de oropel imperante, las estrellas de la televisión y los grandes futbolistas ejercen la influencia que antes tenían los profesores, los pensadores y los teólogos”.
El otro asunto, sucedió en la ciudad italiana de Casoria, en donde el director de un museo de arte comenzó a quemar sus obras para protestar contra los importantes recortes de presupuesto en el rubro cultural, lo cual resulta común en muchos países del mundo como el nuestro, pero que es inaudito que acontezca en la península a pesar de que abriga casi la mitad del patrimonio cultural mundial.
Al tiempo que celebramos el primer centenario de nuestras ediciones, invitamos a nuestros lectores para que juntos reflexionemos en torno a estos temas que han estado ocurriendo en muchas regiones del mundo, sin que nadie, gobierno y sociedad, se den por enterados; y lo que es más grave, sin hacer nada. Por lo pronto, a través de nuestras páginas, reiteramos nuestro compromiso de colaborar para que a través de la cultura alcancemos mejores etapas de desarrollo.
Después de su entrevista demoledora de este pasado fin de semana, entre otros medios en El Cultural, Mario Vargas Llosa ha permitido que la guerra estalle. Una guerra constructiva, que busca el elevar a la sociedad por medio del arte y la cultura y no, todo lo contrario, lo que lleva ocurriendo desde hace varias décadas sin que nadie se dé por enterado. Los principales culpables son aquellos que detienen el poder, tanto político como intelectual. Los primeros por alcanzar el mayor número de personas posibles, los segundos por aislarse y no querer comprometerse, hacerse cada vez más ilegibles o, por el contrario, vender entretenimiento en vez de calidad.