Por Irma Garmendia*
De regular estatura, delgado, blanco, ojiazul, mirada escudriñadora, saludador y gentil con el vecindario y con las personas que tenían tratos de negocios y amistad por ambas partes.
Por su oficio eran nombrados y conocidos los hombres y mujeres de trabajo del pueblo y don Joaquín no fue la excepción. Llegó a estas tierras siendo muy joven en busca de fortuna desde su natal Durango y, por supuesto que la encontró a través de su laboriosidad y honesto desempeño. Desde temprana hora se ocupaba de elaborar rica cebada con el delicioso sabor de lo hecho a conciencia: tostaba los granos y los molía cuidadosamente añadiendo las especias que bien sabía combinar con agua y hielo picadito. Esta refrescante bebida la vaciaba en recipientes adecuados y los llevaba a vender a temprana hora, primero por las calles, después en un puestecito, en donde añadía junto a la venta del agua de cebada, cubiertos o conserva de calabaza o de melón fabricados por él mismo y con su especial receta . Agregaba a su vendimia, chicles, dulces y caramelos que gustaban a la chiquillería (no existían las papitas ni los churritos, tostitos ni el chamoy).
Por la tarde regresaba muy contento a su casa y con la satisfacción de haber logrado el éxito en sus ventas. No se le conocieron vicios ni pendencias, ni que fuera una persona “tracalera”. Su única “debilidad “que le dio cierta fama, fue su enamoramiento simultáneo. Mantenía su “ casa principal” y dos “casas chicas” . Le gustaba llevarles la música a sus mujeres para tenerlas contentas y halagadas de acuerdo al método que hábilmente utilizaba para lograr su objetivo amoroso sin riñas ni escándalos. Su astucia la demostraba en las fiestas principales del pueblo como hasta la fecha se celebran con motivo de la Independencia de México: Las fiestas patrias que inician en la segunda semana del mes de septiembre. Pues bien, don Joaquín , de acuerdo a sus principios, le daba un orden jerárquico al cumplimiento de hombre. El día trece , contrataba “Los Chirrines” o “Los Chulos” para pasearse alrededor del quiosco acompañado de su más reciente conquista, después de varias vueltas (dejándose ver), se llevaba a su pareja a cenar y a bailar en la plazuela. El día catorce ya tenía apalabrado algún conjunto de más “catego” para repetir el mismo paseo, pero con “la mujer de pie” que no era la esposa y, el quince y dieciseis que son los días de mayor importancia y jolgorio, muy bien engalanado con atejanada vestimenta, llevaba muy atento , orondo y cortés a su esposa del brazo; detrás de ellos, tocando alegremente la música de orquesta o de banda. Don Joaquín desbordaba alegría y saludos a quienes encontraba a su paso.
Los artilugios de tan singular galantería sólo eran entendidos por él y sus mujeres que no se quejaban, al menos no se descaraban ante quienes no se explicaban el asunto.
Heredó a sus hijos su negocio y el ejemplo de trabajo y sagacidad para salir de apuros económicos, mas no me consta si también de otros…
*Cronista de Eldorado.