Por Miguel Ángel Avilés Castro*
Esto de hacerle al asesino tiene su chiste; no crean que es matar por matar. El asunto es .más complicado. Yo, por ejemplo, tengo más de quince años en esto y todavía no me acostumbro; aun siento esa sensación extraña como la primera vez. El que me dijo que esto era cuestión de echarse al primero, me mintió. Eso era para que me animara. Y si que me animé. Al tipo aquel le hice pedazos la cabeza con el cuerno de chivo que me prestó mi buen amigo El Frank. Anda, este es tuyo, me dijo y me aventó el arma. Yo titubié, entonces me grito más fuerte y me mentó la madre; eso si me llegó y empuñe el cuerno. Para la víctima fue el acabose: no, por favor, me suplicó, al tiempo que el muy estúpido se cubría su cara con las manos. Yo apreté los dientes y me llevé el arma a la cintura. Lo miré unos segundos y sin más ni más lo rocié de balas y cayó bañando en sangre: lo seguí con la mirada y miré como le salían cuajarones de baba roja por la boca. No tardó mucho en quedarse quietecito y con los ojos bien abiertos. Ahí lo dejamos tirado. En el camino no pensé en otra cosa más que en eso. Mi amigo seguía insistiendo con su pendeja teoría del primero. Yo nomás lo escuché y terminé poniéndome bien loco para no acordarme. Así, bien loco, fue como me eché a los otros. Es cierto que el miedo se va quitando, que uno ya no la piensa tanto, pero de eso a que me hormiguee el dedo sino le doy cran al alacrán es mentira. Y que conste que lo he probado de mil maneras: A unos les he dado cuello como le di al primero, así, a quemarropa, sin miramientos, bien de cerca como si juagara a las canicas; a otros tantos los he venadeado: les apunto desde una distancia prudente y hasta eso que no fallo, nomás miro de lejecitos como se doblan y caen desplomado. En ocasiones le pido que corran y cuando ya se van alejando, preparo, apunto y fuego, para luego verlos caer de boca como reses de esas que le pegan una marrazo. Sí, con tanto muertito, ya era tiempo de que me hubiera acostumbrado, sin embargo no es así. Y no es porque todavía me tiemble el pulso o me haga para atrás en el último momento. Pero algo me pasea por el estómago que no me deja matar tranquilo. Y es que al final de cuentas, me estoy echando al plato a un cristiano, Como tú o como yo, como cualquier otro. Es más: como este al que ahora le estoy apuntando y mi dedo ya se esta tardando mucho.
*Abogado y escritor.