Por Miguel Ángel Avilés Castro*
Ante su indiferencia, le proferí lo peor.
Ella subía las escaleras que conducen al juzgado cuando yo levantaba la cabeza para mirar, distraído, hacia no se qué parte.
Pero cerré el libro que leía y me concentré en sus formas que retaban a mis ojos y una esperanza vislumbré cuando sonrió.
Iluso me sentí después de que pronunció con frenesí un nombre que no registra mi acta de nacimiento.
Mientras ella era ajena a mis alborotos, yo blindé mi autoestima e inventé un desaire.
Garbosa entonces ingresó al juzgado y revisó por última vez la promoción que paseaba desde hacía rato en ese fólder.
La altivez trajo al descuido y no advirtió las faltas de ortografía, su pésima sintaxis ni mucho menos las omisiones jurídicas que mañana le acarrearán una aclaración verbal en su expediente.
Se lo merece: un guiño al menos le hubiera podido absolver de mi eterna maldición pero ella trazó el destino y así pasó lo que pasó.
En el devenir del juicio que accionó, la suerte ya está echada. Que se quede con su orgullo Mariafelixniano.
Enormes pestañas, labios gruesos, amplias caderas, pantalón prelavado, escote nochebodero, nada valdrá para el ominoso resultado de ese juicio.
A diario vendrá a revisar las listas de acuerdos pero en su desplante llevará su penitencia.
Que nada espere de su asunto: si habrá de citar a sus testigos que estos no y que de ellos no vea ni sus luces; si habrá de traer a su absolvente que este caiga y confiese todo; si habrá de tener un término, que este se le venza. Tonta fue al no desviar su vista un poco más hacia la derecha, todo esto se hubiera evitado, no que ahora está arriesgando su servicio social en el bufete y yo me encargaré de que se le haga bolas el engrudo para graduarse.
Si tan sólo se hubiera dignado en saludarme, a brindarme a mi solito dos segundos de su beldad, pero no, sin el menor recato se dirigió al gordo saca copias y el muy pendejo ni se dio por enterado, mientras ella perdía la oportunidad de su vida de ser correspondida, de presentarnos, de echarnos ojitos, de preguntarte mil sandeces: ¿Estudias? ¿Trabajas? ¿No es tuya esta pluma? ¿Ya te han dicho que te pareces a…? ¿Qué es tuya fulanita? ¿Eres de aquí? y esas babosadas y luego al día siguiente quien quite y coincidamos en la oficialía de partes y así podría recorrerla de pies a cabeza y al rato invitarla por ahí, y a los días: entonces qué ¿sí o no?
…Y al tiempo de discutir sobre no se que pinchi equipo de beisbol con un viejo gordo quien será mi futuro suegro y salir al cine(con ella, no con mi suegro) y quedarnos más acasito, antes de llegar a su casa y, en un pestañar, ya estarían los preparativos para el bodorrio y cuando menos esperaras, órale, ya llegó el día, y las prisas y los nervios, y una ceremonia eterna y solemnísima y la gran fiesta: toda la casa tirada por la ventana y el baile de los novios con los más allegados y la tanda húngara para que apoquinen los invitados y la huida feliz y, oh Dios, esa lencería y esa noche y otra, y antes del año, odiarla como la odio ahora por ignorarme y sin más enmienda, proponerle el mejor convenio y ceder con el inmueble y el carro seminuevo con tal de que firme pronto arriba de su nombre y decirle que no la piense, que no pierda la oportunidad de acreditar su última práctica forense con tan íntimo divorcio y volver al mismo lugar y esperar que nos avengan y salirme al pasillo y sentarme aquí, justamente aquí al subir las escaleras, donde hace apenas unos minutos le proferí lo peor ante su indiferencia.
*Abogado y escritor.